Adolf Hitler era un megalómano, estaba obsesionado con los proyectos descomunales que proyectasen el poder del Tercer Reich. Lo demostró antes y durante la II Guerra Mundial, a través de megaestructuras civiles y militares y el desarrollo de un compendio de armas o carros de combate desproporcionados que, a pesar del tamaño, no le sirvieron para vencer a los ejércitos aliados. Aunque la lista resulta extensa, el Schwerer Gustav, un cañón gigante que iba montado sobre un afuste ferroviario, ocupa uno de los puestos de honor. Fue la pieza de artillería más grande de toda la contienda y apenas se usó durante dos semanas.
El embrión de este diseño se encuentra poco después del ascenso nazi. Como recuerda José Antonio Peñas Artero en Máquinas de guerra (HRM Ediciones), un volumen ilustrado que recoge las principales armas y equipamientos utilizados durante el conflicto mundial, fue el propio Hitler el que encargó la construcción del cañón en 1936 a Gustav Krupp von Bohlen, un poderoso empresario del acero que dirigía la compañía Krupp AG. El führer, sabedor de que su política exterior terminaría desembocando en una nueva guerra, necesitaba una potente máquina capaz de penetrar los siete metros de hormigón de la línea Maginot, una muralla fortificada que Francia había levantado en su frontera con Alemania.
El presupuesto para el desarrollo del gigantesco cañón, con 43 metros de largo, casi 1.400 toneladas de peso y un calibre de 80cm, fue de alrededor de diez millones de marcos. Con lo que costó se habrían podido fabricar 60 carros Tiger. El complejo engranaje se demoró más de lo previsto y, cuando estuvo listo para entrar en combate, los nazis, que no habían tenido la necesidad de derribar la línea Maginot, sino que simplemente la flanquearon, ya dominaban Francia. Los jerarcas militares del Reich decidieron entonces usar su arma más inmensa, que podía disparar proyectiles de siete toneladas a una distancia de 39 kilómetros, en la Operación Azul, la ofensiva sobre el Cáucaso con la que se buscaba negar a los soviéticos el acceso a los recursos petrolíferos de la zona.
El conjunto de la máquina requería de 25 vagones para su transporte y tres semanas de montaje. En total, señala Peñas Artero, involucraba a varios miles de personas para ponerla en funcionamiento: "La dotación del arma, es decir, el personal encargado de su manejo, constaba de 250 hombres, más otros tantos encargados del transporte, el mantenimiento y la logística. A eso había que sumar las tropas destinadas a la protección terrestre y la defensa antiaérea [dos batallones de los FlaK 88]. El conjunto de la guarnición asignada al cañón tenía el tamaño de un regimiento, con lo que el jefe de pieza tenía el grado de coronel".
El Gustav, que requirió de la construcción de un conjunto circular de dos vías paralelas para poder apuntar, se utilizó por primera vez en junio de 1942, durante el asedio de Sebastopol. A lo largo de una semana disparó alrededor de medio centenar de proyectiles —tenía una capacidad de efectuar catorce al día— y destruyó varios fuertes y fortificaciones, incluyendo un depósito subterráneo de municiones situado a 30m de profundidad junto al mar. Al término de esta batalla, fue transportado a las cercanías de Leningrado, donde volvería a ser utilizado en el sitio de la ciudad. Pero la contraofensiva soviética abortó los planes. Según algunos relatos, el cañón solo volvió a dispararse en 1944 en las afueras de Varsovia.
La empresa Krupp AG fabricaría una segunda de estas armas gigantescas, pero nunca llegó a entrar en combate. En la página web del Imperial War Museum se explica que el Schwerer Gustav 2 se guardó en 1943 en el campo de tiro para la artillería de Rügenwalde, en la costa polaca, al oeste de Gdansk. Hitler estaba fascinado por este prototipo de cañón monstruoso, pero el coste del mismo y su uso tan limitado demostraron que no tuvo mucho sentido gastar tantos recursos en su creación.
En Máquinas de guerra se describen de forma muy visual las armas terrestres (carros de combate, cañones antitanque, ametralladoras, subfusiles, pistolas, vehículos blindados y de transporte, etcétera) utilizadas por los aliados y las tropas del Eje durante la segunda contienda mundial. A pesar del terror que sembraron los Panzer y los Tiger, y de la fiabilidad que ofrecía el subfusil MP40, el Ejército nazi, guiado por esa monumentalidad inútil que encantaba al führer, desarrolló otros proyectos fantasiosos que apenas contribuyeron al esfuerzo bélico.
José Antonio Peñas Artero cita unos cuantos en su obra, como el fortín de Kristiansand, en Noruega, un enorme mamotreto de hormigón, con muros de cuatro metros de ancho, que debía proteger unas potentes torres artilleras. ¿El problema? Que el desembarco aliado se registró a kilómetros de distancia.
En el ámbito de los blindados, hubo dos ejemplos "dantescos": el Jadtiger, un cazacarros con los que Hitler estaba seguro de que se podían frenar ofensivas completas y que ni siquiera pudieron alcanzar el frente —apenas se construyeron 88 ejemplares—; o el Rammtiger, dotado de una superestructura acorazada en forma de cuña a fin de atravesar fortificaciones enemigas y abrir paso a la infantería. Se fabricaron tres y según Heinz Guderian, inspector general de las Tropas Blindadas nazis, eran unos vehículos descabellados que parecían concebidos para ser utilizados en duelos medievales.
En su ofuscación por desarrollar una máquina de guerra superpesada e indestructible, Hitler dio luz verde a Ferdinand Porsche para desarrollar un tanque cercano a las doscientas toneladas, el Maus. "Era una versión gigante del proyecto de Porsche para el Tiger, ya que su planta motriz se basaba en su plan de motorización híbrida, combinando un gran motor de gasolina con dos eléctricos para dar potencia a las orugas. La complejidad de este sistema y lo desmesurado de la superficie de cadenas requeridas por un vehículo tan enorme hizo que la mayor parte de la barcaza fuera ocupada por la planta motriz", detalla Peñas Artero. Se planearon 150 ejemplares, pero solo se terminaron un par.