Arthur Brand ha dedicado su vida a la investigación de obras de arte robadas. Un trabajo que le ha permitido codearse con algunas de las personas más peligrosas del mundo, desde falsificadores hasta miembros de importantes organizaciones criminales. En 2014 recibió en su oficina una fotografía en color en la que dos hombres posaban junto a dos gigantescas estatuas ecuestres de bronce. A simple vista, la imagen, que podría haber sido tomada en cualquier museo del mundo, no habría resultado sospechosa de no ser porque se trataba de las dos esculturas con las que Hitler decoró la escalinata de su cancillería.
Los caballos guardaron durante años la entrada de la Cancillería del Reich. Desde su despacho, Adolf Hitler contemplaba cada día sus perfiles mientras discutía el futuro de Alemania. Los pasillos del edificio estaban decorados con estatuas y cuadros de un gusto exquisito, expoliadas algunas —la mayoría—, y otras encargadas directamente a sus artistas predilectos. Josef Thorak fue un importante escultor en la Alemania nazi, protegido por el führer y al frente de la mayoría de obras escultóricas que el Reich encargó.
Brand estudió la fotografía con detenimiento intentando encontrar diferencias con las originales, las cuales se pensaba que habían quedado destruidas en los últimos días de asedio a Berlín. "Era una fotografía demasiado reciente para tratarse de las piezas originales. Hasta entonces se pensaba que habían desaparecido durante la batalla de Berlín", dice.
En 1945, el caos que se vivía en la capital alemana puso a los nazis en retirada, quemando cuanto pudiese implicarles al final de la contienda. Los caballos, junto con la mayoría de mobiliario del edificio, fueron arrancados de sus podios y transportados a una localización secreta.
Siete años más tarde de recibir esa imagen, Arthur Brand presenta Los caballos de Hitler (Espasa). Una novela en la que recoge la investigación y posterior hallazgo de las esculturas. Una historia real con tintes de novela policiaca, con el propio Brand contando en primera persona esta impactante historia protagonizada por antiguos nazis, espías y exmiembros de la KGB.
Los caballos
"No se puede entender a los nazis sin el arte", explica Brand a través del teléfono en español con un profundo acento neerlandés. Los nazis habían convertido la expresión artística en un engranaje más de su propaganda. El formalismo de Thorak, casi neoclásico, contrastaba con figuras heroicas de gran altura, algunas llegaban a los 20 metros. Albert Speer, el arquitecto personal de Hitler, utilizó en numerosas ocasiones los servicios del escultor para los proyectos que el führer fue desarrollando para su 'Nuevo Berlin'.
En sus Memorias, Speer da buena cuenta de la fascinación del dictador por el arte. Habiendo fracasado en su empeño por entrar a la Facultad de Bellas Artes, rechazado por sus profesores por su falta de imaginación y ajeno a las vanguardias, Hitler repudió el "arte degenerado" del siglo XX. Adoptando al mismo tiempo un estilo realista acorde con la imagen que deseaba proyectar sobre el país.
En los días previos a su suicidio en el Führerbunker, las imágenes tomadas por los noticiarios nazis muestran una fachada desnuda, sin las dos estatuas. Brand descubrió más tarde que estas habían sido escondidas en un lugar secreto antes de la batalla de Berlín. "En ese momento supe que las estatuas tenían que estar en algún sitio, no habían sido destruidas", rememora.
Tras la guerra, el Ejército Rojo se hizo con la mayoría de las obras, que a finales de la década de los 80 se convertirían en una importante fuente de divisas en el mercado ilegal. Transportadas en 1950 a un campo deportivo en Eberswalde, cerca de la capital, tres décadas más tarde —ya olvidados— fueron los propios vecinos los que alertaron de su desaparición. Un caso que nunca llegó a resolverse y del que surgieron distintas hipótesis, ninguna confirmada hasta ahora.
Una organización secreta
Al final de la contienda, se creó todo un mercado negro que intercambiaba piezas del Tercer Reich entre Alemania Oriental y Rusia. Un negocio que en algunos casos sustentaba las arcas de organizaciones encargadas de ofrecer protección a antiguos miembros del Partido. Stille Hilfe —Ayuda Silenciosa— era una de ellas. El grupo estaba compuesto por descendientes y familias de importantes nazis del Tercer Reich.
En 1988, un año antes de la caída del Muro de Berlín, un agente de la Alemania Occidental descubrió el paradero de los caballos y organizó su intercambio, junto con varias obras de arte nazis, con empresarios y militares soviéticos. "Cruzaron toda Alemania con los caballos en un camión", explica Brand todavía con incredulidad. "Solo de imaginar aquellas esculturas de tres metros, haciendo cientos de kilómetros, tapadas con un plástico, resulta surrealista".
Veintiséis años después las estatuas volvieron a aparecer. Una importante familia nazi deseaba deshacerse de los caballos, pidiendo ocho millones por ambas piezas y otros ocho por más parafernalia nacional socialista. Una venta arriesgada y que debía mantenerse en secreto, cerca de los bajos fondos de un mercado ilegal del que los expertos aseguran que se recupera menos del 10% de las obras desaparecidas.
Brand se tuvo que hacer pasar por un comprador interesado para introducirse en las turbias aguas del mercado ilegal del arte. "Pude grabar las conversaciones que tuve con ellos con una cámara oculta y llegué a entrevistarme con la hija de Himmler, Gudrum Burwitz, una importante cabeza de Stille Hilfe". A través de una confidente y antigua compradora, Brand pudo acceder a los nombres de algunas de las personas más prominentes en el contrabando de este tipo de obras de arte.
En 2015 la noticia saltó a las medios. El autor, junto con la policía alemana, había logrado localizar las estatuas en un almacén. Cuando los agentes entraron a la nave la sorpresa fue mayúscula. Tanques, misiles V1, vehículos y demás parafernalia nazi se amontonaban por todas partes. Escondidos detrás de todo esto esperaban los caballos de Thorak, recuperados al fin. Sin embargo, la investigación aguardaba una última sorpresa. De entre las sombras del almacén aparecieron la mayoría de estatuas que decoraban el interior de la Cancillería, un conjunto de obras de arte que se creía expoliado, perdido, o aún peor, destruido tras la guerra.
Una vida al servicio del arte
Hace escasas semanas trascendía la noticia de que los caballos integrarán el patrimonio histórico alemán. Las estatuas de Thorak pasarán a formar parte de una exposición que pretende reunir a la sociedad alemana con el síntoma más liviano de un pasado lleno de horror, su arte. "Hay que confrontar a la gente con la historia, no solo se debe estudiar, también hay que verla", explica Brand, que considera que es positivo que este tipo de obras vuelvan a la gente y ayuden a "no cometer los errores del pasado"; y añade: "Hay que evitar que este tipo de artefactos y lugares se conviertan en lugares de culto o peregrinación, pero nunca se deben destruir".
Ahora se halla inmerso en la investigación en torno a los cuadros de Francis Bacon robados en Madrid en 2015. "Robaron cinco, la policía recuperó tres y faltan por localizar otros dos. Hace unos meses recibí un vídeo en el que aparecían precisamente esos dos cuadros, pero todavía estamos detrás de ellos".
Habiendo dedicado toda su vida a la investigación de obras robadas, el autor recuerda con especial cariño el descubrimiento de una obra de Picasso, Busto de mujer (1938), robada cerca de Cannes en 1999 y recuperada por el propio autor. "Pude colgarlo una noche entera en mi salón antes de devolvérselo a la policía. Lo contemplé toda la noche, fue una experiencia casi religiosa".