El avance de las tecnologías de restauración y digitalización de imágenes ha permitido, en los últimos años, sumergirse en los principales acontecimientos del siglo pasado de una forma más realista y cruda: a todo color. Hay documentales estupendos en este sentido, como los Apocalipsis de Isabel Clarke. Y también multitud de proyectos individuales destinados a colorear fotografías míticas. Pero por encima de todos sobresale el trabajo de la artista brasileña Marina Amaral.
En El color del tiempo, una obra ilustrada de imágenes históricas que cubría los grandes eventos ocurridos entre 1850 y 1960, el talento de Amaral ya deslumbró a todo aquel que contemplase sus creaciones, seguramente con las cejas enarcadas. Pero es que su nuevo trabajo, El mundo en llamas (ambas editadas por Desperta Ferro), otras doscientas imágenes coloreadas de batallas, muerte, horror, destrucción, humanidad o esperanza, escenas de "los dos cataclismos supremos de la historia conocida", como calificó Churchill a las guerras mundiales, resulta todavía más sobresaliente.
La gran virtud de Amaral no es ponerle color a fotografías que hemos visto en numerosas ocasiones —el caballo de la Gran Guerra con una máscara antigás, a Hitler delante de la Torre Eiffel o a los líderes aliados en Potsdam—, sino su interés en el protagonista anónimo, en las personas que mejor retratan todas las miserias causadas por los conflictos mundiales. El niño con unas terribles quemaduras provocadas por la bomba atómica lanzada sobre Nagasaki impresiona más que cualquier cómputo de víctimas. Ángeles González, una niña de siete años que vivió en el Madrid de 1936, estremece con su mirada de rabia mientras sostiene una hogaza de pan
"Una coloración bien hecha es un potenciador de emociones: magnifica la empatía y el horror, la compasión y el rechazo. Nos reta a responder a la historia no como simples analistas o contables, sino como seres humanos, capaces de experimentar el mismo temor, confusión, pasión, ambición, ira y amor que los humanos que aparecen en las imágenes que vemos. Nos lleva a hacernos más preguntas. Nos incita a salir y buscar la verdad que hay tras esas escenas extraordinarias", explican en la introducción Amaral y el historiador Dan Jones, autor de los textos breves, instructivos y detallistas que acompañan las imágenes.
El mundo en llamas es una obra impresionante, que esconde una sorpresa todavía más impactante a cada salto de página. Los muertos —los cadáveres de Mussolini, Göring o de cualquier soldado anónimo caído en Caporetto— son más reales en estas fotografías a color, y la destrucción, como la provocada en Dresde por los bombardeos aliados, más auténtica; pero también la luz que estalló al término de los conflictos que sumieron al mundo en el horror más devastador. Aquí algunos ejemplos.