De niño, Walter Alva, que nació en un pequeño pueblo de la provincia peruana de Contumazá, en los Andes septentrionales, y en el seno de una familia de educadores, de gente interesada por la cultura, fantaseaba con las historias y leyendas que escuchaba sobre las construcciones de los antiguos peruanos y sus gobernantes y princesas. La historia prendió en su interior, y esa vocación la pudo confirmar cuando se mudó a Trujillo, donde conoció a un amigo arqueólogo de su padre que le llevaba los fines de semana —si se había portado bien— a un museo erigido en la cuna de la cultura mochica, una civilización prehispánica que habitó el norte de Perú entre los siglos II y V d.C.
"Fue para mí una suerte, como un destino", dice ahora Alva, conocido con el apodo de "el Howard Carter peruano". Esa fascinación innata por el pasado le condujo a realizar uno de los grandes descubrimientos arqueológicos del siglo XX: la tumba del Señor de Sipán, el primer enterramiento intacto de un gobernante del Antiguo Perú que se pudo excavar de forma científica. Este caudillo fue inhumado con un impresionante ajuar funerario, considerado hoy como uno de los más importantes tesoros culturales del país latinoamericano.
La tumba, que formaba parte de un enorme santuario religioso ubicado en Huaca Rajada, en el valle de Lambayeque, fue descubierta en 1987. El Señor de Sipán apareció sepultado en un ataúd de madera y envuelto en un asombroso conjunto de ornamentos y emblemas de oro, plata y cobre, textiles y otros elementos que constituían sus símbolos de rango y atuendos rituales. Uno de los más espectaculares es una orejera de oro y turquesa en la que está representada la imagen misma del caudillo. A su alrededor, en la cámara funeraria, se documentaron ocho personas más de su entorno inmediato: un jefe militar, tres mujeres jóvenes, un portaestandarte y un niño, así como huesos de animales sacrificados —dos llamas y un perro—.
Pero la riqueza simbólica y material del enterramiento no terminaba ahí: sobre el techo se encontraron los cuerpos de un vigía y un soldado con los pies amputados. Eran los protectores metafóricos de la tumba. En cinco nichos aparecieron más de doscientas vasijas de ofrenda que representaba a prisioneros o guerreros en actitud orante que componían una suerte de escenografía funeraria. Cada cuerpo y objeto mantenía una cuidadosa disposición simbólica alusiva al dualismo y la complementariedad: que las joyas de oro se ubicasen a la derecha y las de plata al lado izquierdo eran referencias al naciente y al poniente, al sol y la luna, a lo masculino y lo femenino.
"Su hallazgo fue un punto de quiebre, tuvo un impacto decisivo al convertirse en noticia internacional e hizo ver a los peruanos que era algo de especial trascendencia", recuerda Walter Alva en una charla con este periódico durante su visita a Madrid, donde el pasado jueves recibió el Premio Internacional 2019-2020 de la Sociedad Geográfica Española. "Lo importante es que no hablamos de un tesoro, sino del Señor de Sipán. Era como tener un personaje del Antiguo Perú presente. Eso fue el impacto en la identidad, se reactivó el interés del mundo académico por la arqueología, que estaba languideciendo. La sensación era de que todo lo que quedaban era ruinas y nada espectacular. Y entonces aparece la expectativa por conocer esta cultura".
Los mochicas fueron una cultura preinca típica de oasis, que se desarrolló en un clima desértico, en una árida zona entre el mar y la cordillera de los Andes. "Lograron la proeza de desviar el curso de los ríos mediante una red de canales para llevar el agua a las zonas secas y poder convertir cada valle en un emporio agrícola", explica el arqueólogo. Sustentados, además, en una economía marítima, los moche, como también se les conoce, destacaron por su extraordinaria calidad artística al tratar la cerámica —son famosos los vasos retrato, casi perfectos, realistas, de personajes de su mundo—. Ese exquisito refinamiento ha llevado a algunos académicos a equipararlos con los griegos.
El gran misterio para los investigadores, además de su final —Alva apunta a la suma de una catástrofe natural, un meganiño que destruyó su sistema de irrigación, junto a la presión y la llegada de nuevas ideas y conceptos religiosos de la cultura wari, procedentes del sur— residía en la cima de su sociedad. ¿Quién les había gobernado? La tumba del Señor de Sipán y otras dieciséis de miembros de la élite, como sacerdotes o jefes militares, halladas en el yacimiento han sido una mina para el conocimiento, para reconstruir la estructura y los cambios sociales de los mochicas en diferentes periodos.
Saqueadores de tumbas
Pero el descubrimiento del Señor de Sipán, equiparado al de la tumba del faraón Tutankamón, fue casi un milagro, se registró en un momento de gran incertidumbre en Perú. "En el año 87 había una crisis política y económica muy fuerte, la guerrilla en el campo se movía por todas partes y se desató un saqueo de los monumentos por la pérdida de autoridad del Estado. Los campesinos pobres se veían obligados a expoliar las tumbas para tener algo. Especialmente debido a la activa promoción que hacían los traficantes para abastecer el mercado de antigüedades", explica Alva. "Fue ese trabajo de iniciativa, de intervenir para salvar lo que podía quedar de estos saqueos, lo que nos condujo unos meses más tarde a este importante hallazgo".
Al licenciado en Arqueología por la Universidad Nacional de Trujillo y su equipo les avisó la Policía de los expolios que se estaban registrando en la localidad de Huaca Rajada. Constataron la relevancia del sitio y su interés arqueológico, pero cada mañana que volvían se encontraban con gente recogiendo los desperdicios de las tumbas que habían sido saqueadas por los profanadores durante la noche. Sin apenas recursos, los investigadores instalaron un campamento con tiendas de lona facilitadas por el Ejército y empezaron a trabajar. "Desalojar a la gente que estaba en el lugar fue una tarea un poco dramática", rememora Alva, que llegó a dormir pegado a una escopeta por si era necesario espantar a algún furtivo.
El que ha sido director del Proyecto Arqueológico Sipán ha destacado por una férrea defensa y conservación de los monumentos de la región de Lambayeque: "Tiene que existir una educación y una actitud de concienciar a la población de que coleccionar antigüedades es promover la destrucción de la historia de la humanidad, en cualquier parte. Son documentos históricos —los bienes arqueológicos tienen el valor de un libro antiguo, de una crónica— que permiten reconstruir esa historia, y que cuando son extraídos violentamente del contexto en que están se pierde todo el valor informativo, se convierten solamente en obras de arte".
Walter Alva asegura que "proteger los testimonios del pasado de un pueblo es también fomentar la identidad de una nación". Por ello, tras la excavación del Señor de Sipán y el resto de enterramientos de la élite moche, se embarcó en la construcción del Museo Tumbas Reales de Sipán. Conseguir los fondos económicos necesarios requirió un enorme esfuerzo, incluso con exposiciones en el exterior. Pero ahora es el museo más visitado de Perú, sobre todo por los locales. "Se ha construido esencialmente para que los peruanos tomen conciencia de su pasado, de su identidad, pero también por los ciudadanos del mundo que quieran conocer el esplendor de la cultura mochica", explica.
Alva ha sido su director hasta el pasado verano, cuando el Gobierno peruano lo destituyó amparándose en la normativa laboral de que a partir de los 70 años no se puede ocupar ningún cargo público. El arqueólogo asume este cese con resignación. "Tengo toda la autoridad moral para ir allí las veces que quiera y ver que todo está bien; siento que el museo es como un hijo: lo he visto crecer, lo he creado y me costó mucho esfuerzo", dice. Esta jubilación le desliga de la actividad burocrática y le va a permitir hacer más trabajo de campo. En la zona de Ucupa ya han recuperado cuatro tumbas de la élite que, avanza, "pueden dar sorpresas casi tan semejantes como las de Sipán". Los sueños de aquel niño siguen siendo superados por la realidad.