La "catástrofe bíblica" de la II Guerra Mundial: la operación británica que reventó las presas nazis
El historiador Max Hastings traza un relato nuevo y ecuánime sobre la célebre Operación Castigo, que mató a unos 1.400 civiles. ¿Fue una proeza o un horroroso episodio?
10 noviembre, 2021 02:52Noticias relacionadas
Cualquier guerra enfrenta al historiador, al lector, a la persona que se interesa por ella, a una dicotomía irreconciliable: el horror desatado en forma de destrucción y muerte contra la admiración y la belleza de los actos de heroísmo individual. Esta singularidad bélica se conjuga con gran nitidez en la llamada Operación Castigo, el ataque con "bombas rebotadoras" que efectuó el Escuadrón 617 de la Real Fuerza Aérea Británica para reventar las dos grandes presas de Alemania, las del Möhne y del Eder, en el valle del Ruhr, en la noche del 16 al 17 de mayo de 1943.
La empresa fue una proeza tecnológica —el empeño del ingeniero autodidacta Barnes Wallis parió un arma revolucionaria para satisfacer un desafío que frustraba al alto mando británico desde 1938— y humana: 130 aviadores británicos, canadienses y australianos, más un estadounidense y dos neozelandeses, de los que apenas regresaron la mitad, destruyeron dos de las mayores estructuras artificiales del mundo para anegar las tierras de cultivo y la relevante industria de la región. Lo lograron volando a una velocidad fija de 355 km/h durante dos horas y media a una altura tan baja que los cables de luz resultaban una amenaza tan letal como los antiaéreos. Solo en esas condiciones extremas podía resultar efectiva la bomba especial de 4,5 toneladas, la Upkeep.
Sin embargo, las consecuencias fueron terribles. "La catástrofe del Möhne", como se la conoce en Alemania, acabó con la vida de unas 1.400 personas, casi todas civiles y más de la mitad de origen francés, polaco, ruso y ucraniano —en su mayoría mujeres esclavizadas por Hitler—. Hubo más víctimas que en ningún ataque anterior de la RAF contra los territorios del Tercer Reich. Guy Gibson, el comandante del escuadrón, reconoció ingenuamente al año siguiente: "No habíamos pensado en la posibilidad de que nadie se ahogara. Confiábamos en que los vigilantes de la presa alertarían a tiempo a los que vivían más abajo; aunque fueran alemanes. A nadie le gusta una masacre, a nosotros no nos gustaba causarla. Además, eso nos equiparaba a Himmler y su tropa".
La legendaria misión para la memoria británica, sujeto de películas y obras literarias, la revisa ahora en Operación Castigo (Crítica) el gran historiador militar Max Hastings. Su sensacional y novedosa narración, precisamente, está vertebrada en todo momento por esa dicotomía devastación-heroísmo. "Dos sentimientos encontrados han teñido el estado de ánimo de este autor mientras redactaba este relato, y me parece imposible lograr reconciliarlos a satisfacción. Primero siento admiración por la brillantez y personalidad de Barnes Wallis, y asombro por la proeza lograda por el Escuadrón 617 y en especial Guy Gibson, su líder. Pero también siento horror ante la catástrofe bíblica que la Operación Castigo desató sobre todos los atrapados en la crecida de los ríos Möhne y Elder", reconoce el reportero.
Su ensayo, que se nutre de una detallada investigación y de entrevistas con algunos de los protagonistas, es profundo y vasto en cuanto a puntos de vista. Hastings, especialista en la II Guerra Mundial —en los últimos meses en castellano se han publicado dos de sus clásicos: Guerreros (Desperta Ferro) y Overlord (La Esfera de los Libros)—, contextualiza con generosidad el bombardeo y su finalidad, traza una vibrante reconstrucción minutada de la misión y dibuja un pintoresco lienzo humano en forma de biografías de los aviadores, la mayoría adolescentes, jóvenes idealistas a los que se prometió que la destrucción de las presas causaría a las industrias bélicas de Alemania un daño superior a todo cuanto había logrado hasta entonces ninguna fuerza aérea. "Nos formábamos con un solo objetivo: matar. Y teníamos una sola esperanza: vivir", señaló uno de ellos.
Chastise —nombre de la operación en inglés— fue una de las escasas ocasiones en que las armas británicas ocuparon los titulares de todo el mundo. Sin embargo, no fue tan decisiva para el transcurso de la guerra como se aventuraba. En realidad, su principal logro fue obligar a la Alemania nazi a desviar una cantidad ingente de recursos que no llegaron a los frentes terrestres. "Los logros del Escuadrón 617 contra las dos presas que destruyeron representaron un prodigio de historia, pericia y atrevimiento —y suerte— que ningún comandante responsable podía exigir que repitiera a ninguna otra fuerza similar", resume Hastings.
De la misma forma que se incluyen loas a la pericia aeronáutica británica y al arrojo de los aviadores del Comando de Bombarderos, el historiador no regatea las escalofriantes descripciones y consecuencias de la operación. Reventar la presa del Möhne soltó sobre el valle inferior cien millones de toneladas de agua, encabezadas por una ola que llegó a alcanzar los doce metros de altura. "El agua barrió el [paisaje del] Sauerland como una fuerza primitiva que asolaba y mataba a una velocidad de seis metros por segundo y creó inundaciones que acabaron por extenderse por más de 150 kilómetros, hasta la confluencia del Ruhr y el Rin", relata el historiador.
Además del coste de vidas humanas, por el derrumbe de la presa del Möhne perecieron casi seis mil reses y 625 cerdos; más de cuatro mil hectáreas de terrenos agrícolas quedaron incultivables por la inundación; casi un centenar de fábricas y más de un millar de casas fueron destruidas; 46 puentes de ferrocarril o carreteras se habían derrumbado o visto afectadas. En el valle del Elder las bajas civiles se cuantificaron en 47 debido a la despoblación que afectaba la zona.
Hastings resume en la introducción del libro el difícil encaje de la historia de los revientapresas: "Los aviadores hicieron realidad una hazaña que causó asombro en todo el mundo: con orgullo, entre las naciones aliadas; con horror y aprensión, entre el pueblo alemán y sus líderes". La dicotomía de cualquier guerra.