En las portadas de los libros de Fernando García de Cortázar (Bilbao, 1942) la palabra "España" casi aparece más veces que su nombre. Pero sus obras no son un canto destinado a exaltar una añorada gloria nacional, sino a reivindicar un legado común riquísimo en patrimonio —histórico, literario, artístico, etcétera—. El "patriotismo cultural", dice el popular historiador, es lo que realmente debería unir al país y producir en todos los españoles un sentimiento de orgullo sin complejos.
Cortázar, Premio Nacional de Historia por su Historia de España desde el arte (Planeta), regresa a las librerías con un hermoso relato, de "ímpetu literario", de cerca de un centenar de lugares que han configurado el pasado de la nación, desde que los fenicios se asentaron en Ampurias hasta las convulsiones del siglo pasado, marcado por el dolor y la destrucción. En Paisajes de la historia de España (Espasa) hace de cronista —a caballo entre el viajero romántico y las evocaciones de uno de los miembros de la generación del 98— de la memoria del país con un enfoque personal, reconciliador, con el que proyecta esa idea de "patriotismo sin aspavientos".
¿Qué puede mostrar un paisaje de un país? ¿Los paisajes condicionan la historia o es la historia la que da forma a los paisajes?
El paisaje es historia, conserva las huellas del pasado, evoca la crónica de un país, de una nación, nos habla de lo que hemos amado y odiado, de lo que hemos creado y destruido, de lo que hemos soñado y lo que se ha desvanecido. Con esa idea, deudora de los escritores del 98, he escrito este libro.
El paisaje, al igual que el clima —el "general invierno" de Rusia que derrotó a Napoleón y a Hitler—, puede condicionar el curso de la historia, sí. ¿Habrían vencido las huestes cristianas de Alfonso VIII a los almohades en la batalla de las Navas de Tolosa si no hubieran encontrado el camino que evitaba el embudo de la Losa? Pero, sin duda, es la diosa Clío la que termina dando forma a nuestros campos, ciudades y caminos, de ahí que España esté llena de bellas iglesias y no de mezquitas o de que, por ejemplo, el centro histórico de Trujillo —sus plazas, sus casas señoriales— sea un eco de la conquista de América.
¿Qué paisaje elegiría —para vivir, para teletransportase a esa época si pudiera— de los más de cuarenta que incluye en el libro? ¿Por qué?
Me pones en un aprieto, pero puestos a elegir… diré Santiago de Compostela en la época del maestro Mateo. Siempre me he preguntado qué sentían los peregrinos medievales cuando, tras larguísimas jornadas de camino, tropezaban con el Pórtico de la Gloria, verdadera Divina Comedia en piedra, porque, como la obra de Dante, compendia todo el saber teológico de su tiempo a través de un lenguaje increíblemente bello y permanentemente vivo. Decía Álvaro Cunqueiro que él nunca podría olvidar algunos de los rostros que pueblan el Pórtico. Yo tampoco, especialmente la sonrisa del profeta Daniel, una sonrisa que vuela de la piedra al aire, sugiriéndonos que el mundo está bien bajo la arquitectura de Dios.
Este es otro de sus libros que abandera el patriotismo cultural. ¿La cultura debe ser el elemento unificador del país?
Desde luego. Cuando hablo de fomentar el patriotismo cultural estoy hablando de cimentar la adhesión sentimental a la nación mediante la historia y el incalculable tesoro de nuestras expresiones artísticas y literarias, que confirman la existencia de una personalidad más allá de cualquier esfuerzo político por impugnarla, más allá de toda indolencia cívica para preservarla.
La patria no puede reducirse a un himno o a una bandera. Mi patria es la infancia y la tierra donde vi la luz, donde vivieron mis antepasados y se forjaron mis primeros sueños. Pero también es un puente romano o el esbelto campanario de una iglesia románica, una película que nos cuenta cómo éramos, la música de Falla o un cuadro de Goya. Y por supuesto, las palabras, los libros, de quienes inyectaron torrentes de genio y de fantasía a una lengua que hablan seiscientos millones de personas en el mundo, roca de cultura, que diría Carlos Fuentes, permanente, continua, en medio de las borrascas que se han llevado a la deriva dinastías, gobiernos y utopías.
Pero la cultura, como la historia, es cada vez más política. Ahora todo el tiempo se habla de "guerra cultural". ¿Tendemos los españoles al enfrentamiento más que al acuerdo, a la colaboración?
No creo que los españoles seamos más propensos a enfrentarnos unos con otros que el resto de ciudadanos europeos. El desacuerdo del que hablas es producto de la riña política y de esos malos políticos que sólo pueden sobrevivir a base de levantar odios y rencores. Hay que tener cuidado con los tópicos. Ese mito, por ejemplo, de que España es la tierra de Caín. O esa identificación de España con el franquismo, tan dramática, tan presente en la izquierda de nuestros días. Hay que recordar que Azaña, por ejemplo, terminaba sus discursos con vivas a España que hacían temblar de emoción a su audiencia.
Somos la única nación europea que parece avergonzarse de sí misma
España es el tercer país con más Patrimonio de la Humanidad. ¿Cree que valoramos poco la rica memoria material de la que disponemos?
Sí, muy poco. Y no sólo la memoria material, también nuestra historia, las realizaciones culturales de nuestros antepasados… Nos hemos tragado la leyenda negra sin ningún espíritu crítico, y lo hemos hecho hasta el punto de que somos la única nación europea que parece avergonzarse de sí misma, la única nación incapaz de aceptar con naturalidad su pasado o de tener una visión positiva de su historia. Según diversos estudios, los españoles estamos entre los pueblos que se ven a sí mismos peor de cómo les ven los demás y también entre los que menos se enorgullecen de su propia cultura.
Claro que esto no es nuevo. Hace ya cuatro siglos Quevedo escribía uno de los sonetos más memorables de la literatura universal en el que describía con tintes terriblemente pesimistas la decadencia de España: "Miré los muros de la patria mía…". El poema termina con dos versos demoledores: "… y no hallé cosa en que poner los ojos / que no fuese recuerdo de la muerte". Así y todo, sabemos que España, cuando Quevedo escribía este poema, era aún un país hegemónico que estaba a la cabecera del mundo. Ese es nuestro drama, que muchos siguen leyendo nuestra historia desde la óptica de la decadencia.
¿Y por qué cuesta tanto estar orgullosos de nuestra historia? ¿Habría que reivindicar más a escritores y poetas que a reyes y conquistadores?
La historia de España está hecha de luces y sombras, como todas las historias de la historia. Si ha engendrado tiranos y dictadores también ha dado personajes que no han sucumbido a las tinieblas y han sido leales a los fértiles valores del humanismo, reyes y poetas, músicos y artistas, ministros, pensadores, aventureros… de los que sentirnos plenamente orgullosos. En Paisajes de la historia de España hablo de muchos de ellos.
Hablo de Séneca el estoico y del poeta Gonzalo de Berceo, de Alfonso IX de León presidiendo las primeras cortes de Europa y de Alfonso X el Sabio y su pasión por la cultura, de Juan de Herrera, arquitecto de El Escorial, y del Inca Garcilaso, el conquistador conquistado, de Diego Velázquez y de los ilustrados Campomanes y Aranda, de los padres de la Constitución de 1978 y de los seis millones de españoles que, con ocasión del asesinato de Miguel Ángel Blanco, confirmaron su compromiso con la defensa de las libertades a través de una explosión de civismo como no se había visto desde las manifestaciones contra la intentona golpista del 23-F.
La asociación Hispania Nostra elabora una Lista Roja del patrimonio en la que actualmente hay más de mil monumentos en riesgo de desaparición. ¿Qué sentimiento le produce esto? ¿Qué debería exigírsele a las administraciones públicas y a la sociedad civil?
Decía Hemingway que España tiene tanto y tanto patrimonio que lleva ocho siglos destruyéndolo y todavía le queda. En Paisajes de la Historia de España visito las ruinas del monasterio de Fresdelval, en Burgos, y recuerdo los efectos demoledores que la desamortización eclesiástica del siglo XIX tuvo en el arte. Hoy la situación ha cambiado a mejor, pero siguen existiendo lugares y actitudes de abandono que encogen el alma. Sobre todo, cuando ves la desfachatez con que algunos responsables políticos despilfarran el dinero en crear identidades y patrias alternativas o en hacer que una lengua que no se habla tenga hablantes obligatorios.
Estos días ha habido mucha polémica en torno al patrimonio por la supuesta intención del ministro Iceta de trasladar grandes obras de las colecciones nacionales a sus lugares de orígenes. ¿Qué opinión tiene de este llamado "federalismo cultural"?
Me parece una tremenda barbaridad y le diría que un crimen de "lesa patria" porque las piezas de las que se habla que podrían ser trasladadas son verdaderos iconos de España y deben estar en un gran museo nacional como el Arqueológico o el Prado. La Dama de Elche es el recuerdo más hermoso que nos ha llegado a todos los españoles de los años en que griegos, fenicios, íberos y celtíberos poblaban España. Y por supuesto la muestra más inolvidable del cruce de caminos que constituyó la civilización íbera. Es "la Antigüedad de España".
No estaría mal recordar a algunos listillos que el Guernica de Picasso recibió este nombre porque el poeta bilbaíno Juan Larrea sugirió al pintor que la obra encargada para el pabellón español de la Exposición Internacional de París escogiera como tema aquel terrible episodio. Picasso, que no conocía la villa vasca ni la visitaría jamás, entendió enseguida lo que suponía Guernica. No sólo el horror de la Guerra Civil española, sino el horror de todas las guerras. El horror universal. Confío en que los holandeses no nos pidan el magnífico cuadro de Velázquez Las lanzas porque recuerda la rendición de Breda. ¡Ojo con el Prado! Me gusta recordar lo que decía Azaña: que ese museo era más importante para España que la monarquía y la república juntas.
Me duele España, donde la liquidación de la cultura y el saber humanístico han impulsado el despilfarro de una preciosa herencia nacional
Desde la dictadura, la historia parece ser propiedad de la derecha. ¿Se la ha apropiado o cree que la izquierda no se ha interesado suficientemente por ella?
No sé si la derecha se ha apropiado de la historia. No veo en ella un interés especial por nuestro pasado. Me refiero a un interés que vaya más allá de la celebración anecdótica de alguna efeméride. En cuanto a la izquierda, se encuentra, sin duda, en las coordenadas morales de los líderes totalitarios que sirvieron de inspiración a Orwell para escribir su novela 1984. Están empeñados en reescribir el pasado y manipular el presente a su conveniencia. ¡Pobres españoles! Atrapados sin remedio bajo los sermones patológicos de un gobierno que nos cuela una ley de la memoria aberrante, hija de su obsesión patológica con Franco y sus fechorías de hace más de medio siglo.
Dice que el Valle de los Caídos habla con mayor nitidez de la dictadura de Franco que cualquier libro de historia, y que la cruz era la amenazante espada que el régimen esgrimía contra los desafectos. ¿Cree que los monumentos hay que derribarlos cuando pierden su contexto o deben ser recontextualizados?
Ya lo he dicho en otras ocasiones. Pienso que los monumentos son paisaje e historia a un tiempo. Y en cierto modo, son también como aquellos hombres de Fahrenheit 451 que, en tiempos de oscuridad, iban por caminos y vías férreas abandonadas memorizando un libro frase por frase, para recordarlo y salvarlo de la hoguera. Pienso que hay lugares que son la crónica, el recuerdo de una época: a veces es un tiempo de sombras, como el franquismo, y otras de luces, como el aula de Fray Luis de León en la Universidad de Salamanca.
Soy partidario de conservarlos pero quitándoles toda sombra del régimen anterior. No vamos a tirar las pirámides que fueron construidas con el derramamiento de tanta sangre. A mí me parece bien que se mantenga la abadía, como centro religioso cultural, lo mismo que ocurre en célebres lugares de Europa, pero ya sin esa dependencia de los presupuestos del Estado.
En el último capítulo lamenta que en España se quiere prohibir el recuerdo de nuestros héroes. ¿Quién lo quiere y por qué?
Hablo del País Vasco y me refiero a cómo, hartos de la profanación continua de su tumba, los padres de Miguel Ángel Blanco trasladaron su cuerpo desde el nicho del camposanto de Ermua al de un pueblo de Orense, donde la España anhelada revive todos los días en las flores que depositan allí los pacíficos, los justos, los resistentes, aquellos que, según Albert Camus, tendrán la última palabra. Porque en esos años de plomo del terrorismo etarra no se trataba sólo de matar en nombre de un repudio de España, de un país al que se quiere negar, sino de prohibir el recuerdo de nuestros héroes. Como sucedió en el caso de Gregorio Ordóñez había que destruir hasta su lápida del cementerio.
Cita esta frase de Unamuno. "Me ahogo, me ahogo en este albañal y me duele España en el cogollo del corazón". ¿La situación actual le genera un sentimiento similar?
No me ahogo, pero a mí también, como a mi paisano, me duele España, donde la liquidación de la cultura y el saber humanístico han impulsado el despilfarro de una preciosa herencia nacional. No hay duda de que el independentismo nunca habría alcanzado sus niveles de seducción si España hubiera sido sentida y vivida por los ciudadanos con una intensidad emocional y racional capaz de enfrentarse a la ofensiva separatista. Como en mis últimas obras, en Paisajes de la historia de España he querido recuperar para nuestra historia el sentimiento que toda nación suscita.
Si la cohesión nacional depende de los políticos, el futuro parece poco prometedor…
Sin duda. Paradojas de la historia, justo cuando disfrutamos de una democracia moderna, de una España de ciudadanos libres e iguales en derechos, es cuando nuestros líderes políticos más se empeñan en levantar un discurso de separación. Algunos pensaron que los narcisismos colectivos de las autonomías iban a ceder a medida que los españoles se curaran del sarampión anticentralista fruto de la paranoia uniformizadora del franquismo. Sin embargo, no ha sido así. Y por ahí, mientras los nacionalismos reescriben la historia a su medida, se nos va la identidad común. Por ahí se ha diluido la nación y hasta la palabra "España", sustituido por esa expresión vejatoria de "Estado español".
Trasladar las grandes obras de los museos nacionales a su lugar de origen es un crimen de "lesa patria"
Decía proféticamente Pedro Salinas en 1937 que "ni el país, ni Madrid, ni la gente volverán a ser lo mismo" tras la Guerra Civil. ¿Usted lo ve así? ¿La reconciliación no se ha logrado todavía?
La Transición fue esa gran reconciliación. Otra cosa es que, ahora, ciertos partidos políticos quieran reescribir ese tiempo de miedos y esperanzas con renglones torcidos. No idealizo. No me dejo arrastrar por la nostalgia. ¿Acaso no recordamos ya cómo nos latía el alma aquellos días, cuando parecía que nos estábamos jugando nuestra historia entera, y lo que hacíamos era adelantar nuestras manos hacia el futuro? ¿Acaso no recordamos el 23 de febrero de 1981? ¿Hemos olvidado ya la decisión con que nos lanzamos a la calle la noche del día siguiente?
¿Y aquella fraternidad generada de pronto por la conciencia de lo que el golpe de Estado había estado a punto de arruinar otra vez? ¿Es que vamos a permitir que aquella voluntad de vivir en libertad, en la difícil y merecida libertad, sea menospreciada con reproches a una presunta falta de coraje o reducida a un trapicheo entre elites desvergonzadas? Historiadores y politólogos de todo el mundo muestran su sorpresa cuando observan la denuncia que, dentro de España, se lanza hoy contra aquel proceso. Como si los mayores logros de una nación fueran los que la dividen o impugnan su convivencia.
De sus más de setenta libros, ¿con cuál se siente más identificado?
Citaré varios. La Breve Historia de España, porque inaugura mi empeño de llevar al presente la realidad histórica de nuestro país con un estilo ameno y directo, como algo que nos apela e implica, superando el discurso de la decadencia y el pesimismo; y porque me proyectó nacionalmente Los perdedores de la historia de España, un libro donde rescato la memoria de los condenados al olvido oprobioso de los vencidos y que ha mejorado con el tiempo. Y por supuesto, el Viaje al corazón de España. Y este último libro, Paisajes de la Historia de España, donde cuento nuestro pasado con ímpetu literario, a través de casi medio centenar de lugares.