Las primeras tres décadas del siglo XX sentenciaron el cambio de rumbo de la guerra moderna. Las experiencias vividas en las trincheras de Verdún y el Somme gestaron una nueva estrategia en la que los tanques y la aviación habrían de ser determinantes. El experto en historia militar, Robert M. Citino, firma uno de los ensayos más importantes sobre el desarrollo militar de la II Guerra Mundial. Un proceso de gestación que se remonta a 1899, y que habría de alumbrar las operaciones de ambas contiendas.
En busca de la victoria decisiva (HRM Ediciones) es un completo estudio histórico que trata en profundidad el papel que los avances técnicos tuvieron en la planificación militar, y sus consecuencias. El ensayo ofrece una radiografía que se extiende hasta 1940, la invasión de Polonia y el advenimiento de la archiconocida táctica Blitzkrieg alemana. El historiador estadounidense arroja luz sobre su origen, precedentes y, sobre todo, derriba muchos de los mitos que todavía la envuelven.
Juegos de guerra
Las restricciones del Tratado de Versalles tras el armisticio habían reducido el ejército alemán a tan solo 100.000 hombres. Las exigencias de los aliados habían eliminado de las fuerzas del Reich los tanques y reducido su infantería a unos niveles que no alcanzaban un tercio de la que aún conservaba la vecina Polonia. La República de Weimar sabía que en caso de guerra necesitaría una fuerza militar mucho mayor para expandir, o incluso contener, sus fronteras. La única opción que quedaba era la de entrenar y profesionalizar dichos cuerpos al máximo.
Tres años después del desenlace de la I Guerra Mundial, en 1921, las montañas de Harz acogieron los primeros juegos de guerra del nuevo ejército alemán. Los falsos tanques, simulados con chapas de metal, sirvieron a los oficiales alemanes como peones en un juego de ajedrez, que mostraba las aspiraciones de conquista que se materializarían en las décadas siguientes.
Citino subraya que el concepto de Blitzkrieg siempre estuvo entrecomillado por los oficiales alemanes, un término más cercano a la propaganda que a una estrategia real, consolidada o incluso novedosa. El concepto de 'guerra en movimiento' había precedido años antes la estrategia alemana dando muy buenos resultados.
El mariscal prusiano Moltke El Viejo había demostrado la eficacia de la táctica de embolsamiento casi un siglo antes de la campaña polaca. Un movimiento de pinza que permitía rodear las fuerzas enemigas, o bien asediándolas o bien dejándolas aisladas a la espera de recibir una última estocada mortal. Los tanques presentaban una oportunidad de flanquear mucho antes al enemigo, garantizando una victoria rápida y evitando el amontonamiento de la infantería en una inmensa línea de frente como la de la Gran Guerra.
Mientras el Alto Mando preparaba estas tácticas con carros de combate simulados, la llegada de Hitler al poder trajo la reforma del Ejército del Reich. En mayo de 1935, las restricciones de Versalles fueron abolidas y las 7 divisiones de infantería alemanas aumentaron a 36; a las que además se le sumaron tres cuerpos Panzer. Unos 1.500 carros de combate que contaban con ingenieros e infantería motorizada con autos blindados y motocicletas. Acababa de nacer la Wehrmacht.
Las "lecciones" de Etiopía y España
En su investigación, Citino pone en duda la relevancia de la Guerra Civil española y la segunda guerra italo-etíope en el desarrollo bélico posterior en Europa. Si bien la primera sirvió como base de operaciones a rusos, italianos y alemanes para entender la importancia de la aviación y el apoyo entre distintas divisiones, mezclando su funcionalidad para obtener mejores resultados. También generó conclusiones contrarias sobre sus principales batallas a uno y otro lado de Europa.
La campaña africana de Mussolini apuntaló el concepto de divisiones mixtas de infantería asistidas por tanques, dejando a un lado los batallones acorazados en favor de escuadrones tácticos, más flexibles y funcionales. Una táctica que tanto los rebeldes como los republicanos emularon en España y que el general nazi Wilhelm von Thoma aprovechó para definir como "una estrategia de concentración de blindados", a su vuelta de la Península. Una valoración que el autor señala como "absurda" en una guerra en la que no llegaron a verse más de doscientos carros de combate alemanes en una misma batalla.
Mientras cada cancillería intentaba predecir cómo sería la guerra moderna para ajustar su estrategia, la necesidad de mecanizar y agilizar las operaciones militares se puso de manifiesto casi por igual en todas las naciones. El objetivo era claro: evitar a toda costa el estancamiento en favor de la movilidad. Los horrores de Verdún y el Somme todavía poblaban las pesadillas de una Europa que no había superado la fiebre de la espada. Los teóricos militares del periodo de entreguerras británicos J. F. C. Fuller y Basil Liddell Hart preveían conflictos ágiles, batallas entre tanques y una rapidez en las movilizaciones de los cuerpos acorazados que esquivarían el estancamiento gracias a la "aproximación indirecta".
Sin embargo, a medida que transcurría la década de 1930, los resultados de la guerra en España dibujaron planteamientos muy distintos a los esperados. Las batallas entre tanques aún resultaban escasas por la desventaja que planteaban las diferencias de fuego y blindaje entre naciones. Citino señala la inferioridad de los tanques ligeros nacionales frente a los poderosos T26 soviéticos, determinantes en el advenimiento de la batalla de Brihuega, Guadalajara, en 1937 frente a las tropas italianas.
Los Camisas Negras avanzaron en tres columnas, sin planificar un flanqueo sobre las posiciones enemigas y recibiendo de pleno el fuego enemigo. En cuestión de horas el ejército atacante había sido desmantelado, provocando una huida que muchos historiadores señalaron como una lección mal aprendida de la campaña etíope.
Una victoria rápida
El mariscal soviético Mijaíl Tujachevski describió su 'guerra en profundidad' en torno al encadenamiento de movimientos rápidos, con una punta de lanza acorazada que penetraría en la línea enemiga con apoyo de la artillería. Un concepto que el coronel de la Wehrmacht Heinz Guderian aplicó en el desarrollo de la susodicha Blitzkrieg unos años más tarde, y que no reducía la presencia de la infantería sobre el campo de batalla, sino que la complementaba con las fuerzas blindadas.
Los nuevos tanques del Reich contaban con el poder de choque de sus homólogos europeos, aunque vencían en velocidad al resto de carros de combate. Inglaterra, incapaz de competir con los blindados del resto de naciones, optó por hacer hincapié en la aviación; Francia en cambio se decantó por fortificar sus fronteras en torno a la Línea Maginot. El sistema de fortificaciones resultaba anacrónico comparado con el desarrollo de las tácticas alemanas, aunque Cintino destaca el magistral empeño militar tras el intento.
La invasión de Polonia daría suficientes indicios a los aliados para entender que Alemania no seguiría los mismos pasos que en el anterior conflicto. La campaña se resolvió en cuestión de semanas, utilizando la aviación para destruir aeródromos y carreteras, dificultando el avance de los refuerzos polacos en el frente y ahogando mucho antes cualquier esfuerzo de la vanguardia defensiva. Los stukas causaron terror entre el ejército enemigo que huía aterrado cuando escuchaba el sonido de las naves descendiendo.
Los polacos no pudieron ofrecer resistencia, su ejército era anacrónico comparado con los rápidos carros de combate alemanes. Las tropas del general Eduard Rydz-Smigly se enfrentaron con caballos a la punta de lanza del Reich, en una línea defensiva que ocupaba toda la frontera, en vez de fortificar las principales plazas de Varsovia o Poznan, o los accesos al río Vístula.
Un error que Francia volvió a cometer, intentando mantener una línea defensiva demasiado amplia, siendo superados por el avance de los carros de combate a través de las Ardenas, donde la defensa gala era más escasa. En cuestión de meses, el Ejército alemán había alcanzado los principales objetivos de su campaña. Sin embargo, Barbarroja se acabaría convirtiendo en el nombre en clave del gran fracaso táctico del ejército del Reich, el talón de Aquiles de un avance demasiado rápido que no funcionaría de la misma forma en su frente Oriental.
Una estrategia que nunca debió funcionar
Robert M. Citino concluye su ensayo asegurando que la victoria alemana de 1940 fue "una de las más improbables de la historia". Plagada de conclusiones precipitadas y estrategias poco sopesadas, así como una pátina de gloria militar, simplemente atendiendo a las cifras de los primeros años de campaña. La Wehrmacht sufrió 65.000 bajas en su primer año de vida, frente a los 1,2 millones que causaron. En el proceso derrotaron a tres ejércitos europeos y provocaron la retirada de un cuarto, el británico.
Para su autor, la importancia real de esta estrategia fue la de poner sobre la palestra la importancia del blindado en la estrategia militar. A partir de 1940, todas las naciones modernizaron sus ejércitos, lanzándose a la producción de nuevos tanques y sistemas de defensa. Los rusos se vieron obligados a revisar las estrategias de Tujachevski que escalarían hasta la derrota alemana en Kursk, llegando a superar la hegemonía de los blindados nazis.