La muerte. “Cuando alguien muere tienes la oportunidad de que renazca en ti. Empiezas a ver cosas de la persona fallecida que no habías visto. Es un renacimiento, un regalo que el fallecido te hace”. Y así Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967) ha dado a luz su nuevo poemario: Ya nadie se llamará como yo (Seix Barral), editado junto a su poesía reunida desde 1998. Cuando alguien fallece, su nombre desaparece pero no su memoria.
“La muerte es una fiesta de la objetividad”, escribe en uno de sus versos. Un tema grave sin gravedad. Ni pesimismo. Tampoco se entrega a la fiesta pop como lo hizo en Carne de píxel. El desenfreno irónico del absurdo de la sociedad de consumo se relaja, se atempera y pierde el folclore de la anécdota. “Es un poemario más tranquilo y más grave”, reconoce el cabecilla de la Generación Nocilla. “Quería afrontar el tema de la muerte con mucho menos artificio, a pesar de que está mi voz y mis tics. Hay menos fiesta, menos alardes pop”, añade.
Hay mucha menos ironía, quizás porque me voy haciendo mayor. No quería despistar del tema esencial, la muerte
Aunque siempre hay una grieta por la que se cuela su mundo propio. En este caso, la voz narradora se pregunta, en una iglesia, de qué marca es el agua bendita. La irreverencia Bezoya. Sin broma. “Hay mucha menos ironía, quizás porque me voy haciendo mayor. No quería despistar del tema esencial, la muerte”.
Hace tres años publicó Antibiótico fue la mejor expresión de lo que él llamó la postpoesía y un artefacto muy alejado de Ya nadie se llamará como yo. “Ahora sé que la muerte existe y es analfabeta”, se puede leer en el nuevo libro. Este libro es menos celebratorio, aunque se regodea en la introspección y en el vitalismo, porque Agustín celebra la dimensión mortal. Fuera penas.
La fantasía burguesa
Pero también hay un acercamiento -muy leve- a la realidad de España 2015, algo que ha sorteado hasta el momento. Alguna referencia política se cuela. “Es imposible que no esté el contexto social y político, porque está en todo lo que escribimos. Sé que está, pero no podría decirte dónde está porque no pienso explícitamente en ello. Sí te puedo decir que es la primera vez en todos mis poemarios que cito la expresión clase media”, dice.
El verso es así: “Sólo existe la clase media y lo demás es fantasía estadística”. Y en otro momento del libro: “En el tronco de un álamo del último bosque encuentro una hoz y un martillo, no fueron grabados por una hoz de verdad y un martillo de veras, / creo recordar el abrelatas, la fantasía burguesa que residía en su punta de rayo, eficaz tan sólo en materiales blandos”. Nuevo destello crítico contra el espíritu revolucionario de aquella burguesía que quiso ser clase obrera.
La poesía no puede estar completamente fuera del sistema, porque entonces sería autista. Ahí es donde surgen las metáforas radicales
Habla de fantasía burguesa. ¿Es la poesía una fantasía burguesa? “Claro que sí, de las mayores. La poesía y la estadística”, responde a este periódico. “La estadística es una mentira consoladora muy de la clase media. La estandarización te la da la estadística. Seamos claros: no ha habido ningún poeta analfabeto o sin cultivar. Necesitas una base culta. No creo en ese mito de la idea natural de la poesía”. ¿Y Miguel Hernández? “Yo es que no me creo que Miguel Hernández fuera analfabeto. Eso es un mito del mundo burgués, que creó esta figura heroica para consolarse. Yo soy un burgués y tengo mis fantasías”, explica.
Las fronteras. Llegar a los límites de los mapas de la literatura. No en vano abre el libro una cita del artista Robert Smithson. Agustín Fernández Mallo trabaja desde los límites. Dice que la poesía se encuentra en los límites de cualquier sistema de normas. Escribe para explorar, ni para agradar ni desagradar. “La poesía no puede estar completamente fuera del sistema, porque entonces sería autista. Ahí es donde surgen las metáforas radicales”.