Así entra el cáncer en tu vida, por la puerta de atrás. Una radiografía para entender a qué se debe el dolor de cuello se transforma en un diagnóstico terrible. “En una pantalla pude ver un tumor cancerígeno de tres centímetros de longitud, alojado en el pulmón izquierdo. En la nuca tenía metástasis. Ésa era la causa del dolor”. A Henning Mankell, de repente, se le “estrechó” la vida en 2014. El creador de Kurt Wallander fue consciente de la cuenta atrás y convirtió el revés en un libro de casi 400 páginas, en el que repasa su vida bajo la sombra del cáncer. Y lo tituló Arenas movedizas (Tusquets), porque esa fue la sensación que experimentó: algo tiraba de él y él se resistía.
La enfermedad le concedió una breve tregua hasta que acabó con su vida este lunes. Tuvo tiempo para cerrar una vida dedicada a las letras en todas sus dimensiones, desde el teatro al ensayo, con trono en la novela negra. Pero en su última obra no hay ni gota de ficción, es el libro más negro del rey del género policíaco. Crudo y honesto, sin máscaras: “El cáncer no puede tratarse con ilusiones”. Nadie puede estar seguro de que se va a librar y nadie podrá decir, después de leer este libro, que Mankell juega con las ilusiones. Simplemente, hay un día en el que ya no puedes participar de lo que ocurrirá al día siguiente.
Tenemos que procurar siempre que la esperanza sea más fuerte que la desesperanza. Sin esperanza no hay, en el fondo, supervivencia
“Nos pasamos la vida tratando de ampliar el conocimiento, el saber, las experiencias. Pero al final, todo se perderá en una nada”. No comprende a quienes creen en una nueva vida después de ésta, porque dice que se agarran a las religiones como pretexto para no aceptar las condiciones de la vida. “En el primer libro que escribí, en 1973, hay un pasaje que habla de que uno puede escupir en el mar y conquistar así toda la eternidad que necesita. Y hoy, más de cuarenta años después, sigo pensando lo mismo”.
Escribió contra su miedo, sin pensar que el siguiente latido sería el último, sin olvidar la urgencia, sin dejar las sesiones de quimioterapia. “Yo no pienso morirme. Al menos, por ahora. Todavía me falta mucho por hacer”.
Mankell delante de la La balsa de la Medusa, en el Louvre. El horror, el canibalismo, la muerte y, sobre todo, la desesperanza de los supervivientes del naufragio recreado por el pintor Théodore Gericault, en 1812. Los hombres de la balsa están condenados a la muerte y el artista se pregunta qué ocurre cuando las personas pierden la esperanza. El novelista, plantado delante del cuadro, responde: “No existe vida humana allí donde la esperanza desaparece por completo. Siempre queda algo”.
Larga sombra
Al salir del museo se sienta en un café de la zona. Es otoño y hace frío. Observa a las personas de las mesas de su alrededor, piensa que albergan algún tipo de esperanza contra el dolor, contra la muerte. “Tenemos que procurar siempre que la esperanza sea más fuerte que la desesperanza. Sin esperanza no hay, en el fondo, supervivencia”. Eso vale para los enfermos de cáncer y para el resto. Bebé el café y piensa en la balsa. “Nos agarramos al bote salvavidas, aunque, en realidad, ya no tenemos fuerzas. Pero la esperanza sigue existiendo. Puede que como una sombra y nada más. Pero ahí sigue”.
Cuando el cáncer pierde protagonismo asoma su oficio, la necesidad de escribir. Para Mankell la escritura es la iluminación de los rincones en penumbra. Una linterna con la que desvelar “lo que otros tratan de esconder”. “Existen dos tipos de narrador que se encuentran en una lucha constante. Uno entierra y esconde, mientras que el otro cava para desvelar”. Imaginamos que a él le hubiese gustado ser reconocido entre los que agarran la pala y levantan cadáveres.
Las fechas y las carambolas chocan el 4 de octubre de 1992. Mankell tenía 44 años y vivía los momentos más intensos de su vida. Pasaba casi todo el tiempo en Maputo. Llevaba a escena dos obras al año. En Mozambique la guerra civil llevaba diez años haciendo estragos y él quería montar Lisístrata de Aristófanes. Lo llamó Julietta, el nombre de la pescadera del mercado.
Que un día me veré libre de esta enfermedad terrible y podré decir que todos los síntomas han desaparecido de forma milagrosa
“Mientras permaneció en cartelera se mantuvieron negociaciones entre el Gobierno legítimo y las bandas armadas responsables de la guerra civil que actuaban como lacayos del Estado del apartheid sudafricano”, recuerda en el libro. Y entonces el 4 de octubre, el último día de función, llegó la paz al país. En Maputo los coches tocaban el claxon “como si el país hubiera ganado un partido o un campeonato internacional”. El final de la función, tras las palabras dirigidas al público, fue emocionante. Ese momento, aquel 4 de octubre de 1992, dice, fue el más intenso en su vida.
Mankell tuvo un año para poner negro sobre blanco su travesía por la enfermedad. Nunca perdió la esperanza: “La verdad es que seguramente, como todos los demás, yo sueño con ser la excepción. Que un día me veré libre de esta enfermedad terrible y podré decir que todos los síntomas han desaparecido de forma milagrosa”. Las ilusiones, los milagros...