¿Recuerdan a Don Vito Corleone despachando con sus amistades en la boda de su hija? ¿Y corriendo detrás de su nieto entre naranjos? Comparen ahora aquellas escenas con ésta: seis chicos celebran un cumpleaños. Tienen en torno a 18 años, alguno tan sólo 16. Dos sicarios se acercan a sus coches: les descerrajan 44 disparos. Ninguno escapa vivo. La primera escena es ficticia. El Padrino. La segunda es real. Ocurrió en Duisburg (Alemania), en 2007. Europa le veía la cara a la 'Ndrangueta fuera de Italia. Por más capas de romanticismo que Los Soprano, Uno de los nuestros o la saga de Coppola hayan arrojado sobre el lado cruel del crimen organizado -que también retratan-, convirtiendo a sus protagonistas en antihéroes populares, la realidad se impone: el mal es la única cara de la moneda de la Mafia.
“Una de las razones primordiales por las que la Mafia siciliana fue, durante tanto tiempo, una de las organizaciones criminales más poderosas de Italia consistió en su habilidad para perpetuar la ilusión de que ella ni siquiera existía”. Cuela el autor entre las casi 850 páginas de Historia de la Mafia (Debate).
También muchos datos y episodios como el de Duisburg. Y todo muy bien trenzado. Es el imprescindible trabajo del historiador británico John Dickie, un volumen de lectura apasionante pero descorazonador, por lo que muestra sobre el funcionamiento de este Estado dentro del Estado. “La Mafia era ya parte de una red que alcanzaba hasta los escalones más altos de las instituciones de gobierno italianas”. No se refiere a 2007, sino a 1875, cuando el heroico comisario Sangiorgi trataba de luchar contra los elementos.
El volumen, narrado de forma cronológica, se acerca en 1870 a los comienzos de la Cosa Nostra, la Mafia propiamente dicha, aunque el término acabó dando nombre al todo. Es una de las tres poderosas organizaciones delictivas de Italia junto a la Camorra napolitana y la 'Ndrangueta calabresa. Los camorristi, de hecho, aparecieron antes, en torno a 1850, y jugaron un papel clave en la revolución que acabó con la monarquía borbónica del Reino de las Dos Sicilias, el Risorgimento en el que Garibaldi entró a la península por Sicilia para formar la nación que hoy conocemos. Un papel interesado, chaquetero y criminal. Fue “el negocio de unificar Italia”, asegura el historiador.
Rituales masónicos
Los patriotas que conspiraban se vieron obligados a pactar con quienes ya entonces dominaban el crimen con rituales y estructuras que habían heredado de las logias masónicas y perfeccionado en las cárceles, donde se hicieron fuertes. “Necesitaba hombres de violencia porque la revolución es un negocio sangriento. Y los reclutaron en el lumpen", aclara Dickie a EL ESPAÑOL. "Ese encuentro entre la violencia revolucionaria y el mundo criminal llevó a una educación de los criminales en las ventajas de organizarse a la manera masónica. Una definición simple de lo que es la Mafia es una organización masónica para criminales”.
Los camorristi, surgidos de las calles y valiéndose de la violencia, la extorsión y la fuerza de grupo, cambiaban de bando con cada contrarrevolución y se las apañaban para estar siempre entre los que se apuntaban los triunfos, convertidos en policías, carceleros y organizadores de la vida en Nápoles. También en Sicilia, donde los mafiosi eran terratenientes y agricultores acomodados, no buscavidas callejeros. Pero con idénticos métodos y falta de respeto por el prójimo.
Con los años se instaló en el sur de Italia la "normalidad criminal". El libro recorre el final del XIX, con multitud de nombres, anécdotas, historias… La del salvaje Barón Michele, el nacimiento en Calabria de la 'Ndrangueta a finales de la centuria, la historia del jefe Filippo Velonà o la del sangriento Giuseppe Musolino, el rey del Aspromonte. El comienzo del siglo XX trajo nuevos jefes e historias. Durante la II Guerra Mundial, sacaron tajada hábilmente.
“El crimen organizado es la enfermedad congénita de Italia”, resume el capítulo dedicado a Mussolini y la liberación. “La política violenta y conspiratoria de la unidad italiana facilitó a los mafiosos la vía de salida de los calabozos y la entrada en la historia”. Dickie corrige: no es que Italia se haya construido sobre los cimientos de la Mafia. “Más bien es el nacimiento de facto de Italia. Las mafias nunca han gobernado Italia. Pero han hecho imposible que Italia sea gobernada sin ellas a lo largo de las generaciones”.
El boom del hormigón en los sesenta, sobre todo en Nápoles, fue el principal puente de la Mafia hacia el sistema político
Las cosas cambian sustancialmente con el boom de la construcción. Ya ven. Nada ha cambiado tanto. En italia fue a finales de los años cincuenta, principios de los sesenta. En Nápoles dejó la ciudad que no la reconoció ni la madre que la parió. Surge la figura del affarista, “un acaparador, un comerciante sin escrúpulos, un pistolero disfrazado de empresario”. Uno de ellos, Francesco “don Ciccio” Vassallo, recibió, a través de cinco hombres de paja, el 80% de los 4.205 permisos de edificación otorgados en la capital de Campania entre 1959 y 1963, cuando dos políticos corruptos, los “jóvenes sultanes” Lima y Ciancimino hicieron de la ciudad su cortijo.
El hormigón, explica Dickie, “sin duda fue el principal puente en el periodo de posguerra hacia el sistema político. Soy siempre muy escéptico cuando oigo que la Mafia se ha modernizado, se ha orientado a los negocios, porque ya en el siglo XIX buscaban el negocio”. ¿Cambió entonces la Mafia de modelo con el particular desarrollismo italiano? “Es una organización moderna, pero sus métodos, el asesinato, la extorsión, son exactamente los mismos, sólo que ahora igual lo hacen con parques eólicos o servicios de salud privatizados, allí donde antes lo hacían con cítricos o ganado robado”.
Pero la Mafia nunca descuidó otros negocios, como el contrabando de tabaco. En 1977 movía 500 millones de euros al cambio actual, calcula el historiador, y daba trabajo a entre 40.000 y 60.000 personas en Campania.
La 'Ndrangueta es la organización mafiosa que más ha crecido en las últimas décadas. Aunque ya estaba en Australia en 1930, en Canadá, en EE UU… “Más que haya empezado a expandirse, es que es ahora cuando estamos dándonos cuenta de que está ahí”, matiza el historiador.
Policía implicada
En España, por cierto, hay evidencia de células mafiosas, como en tantos otros países, pero no podemos tener seguridad de que realmente las organizaciones operen, según explica el autor. Una cosa es tener negocios y otra que un mafioso compre una casa. “Que haya mafiosos operando en España no significa que hayan colonizado”, asegura.
La “gestión conjunta del delito” es una expresión que se repite en el libro. “Es la razón fundamental, a ras de suelo, por la que el Estado ha tolerado las organizaciones mafiosas”, explica Dickie. “Un do ut des entre la policía y los mafiosos”. A los “hombres honorables”, como se hacen llamar, les viene bien que las fuerzas del orden arresten a sus enemigos. “Más allá de eso, no hablan con la Policía. Tienen un código de omertá. Pero es ficción: siempre han hablado con la Policía. Y por parte de ésta, le es muy útil tener un cierto grado de control de los bajos fondos”.
El filme de Scott Cooper cuenta la historia del gángster irlandés que pactó con el FBI en los años 80 para eliminar a la Mafia
Esta alianza contra natura engendra un peligro “político y criminal”: “La Mafia se ofrece como un servicio para asesinar figuras políticamente peligrosas de forma autorizada o semiautorizada”. Era, asegura, “una de las principales razones por las que la Mafia existía y por las que persistía. No era algo sistemático, sino semi oficial. Y acabó en 1992 con las muertes de los jueces Giovanni Falcone y Paolo Borsellino”.
Es curioso cómo los comportamientos se repiten en diferentes grupos criminales: eso exactamente es lo que hizo el gángster irlandés Whitey Bulger en los años 80: pactar con el FBI para librarse de los italianos en su territorio. Esta semana llega a los cines Black Mass. Estrictamente criminal, una película de Scott Cooper que narra uno de los episodios más vergonzosos de la lucha contra el crimen organizado, con Johnny Depp convertido -calva falsa e implantes dentales incluidos- en Bulger. Un angelito: robó, traficó y asesinó sin que nadie le molestara durante años en el South Side -el Southie- de Boston con el beneplácito, primero, y la ayuda, más tarde, de un agente federal, John Connolly, con ideas algo torcidas sobre lo que significa hacer valer la ley.
El filme busca la estética y ritmo narrativo de referentes como Uno de los nuestros y presenta a Bulger en toda su brutalidad: apiolaba soplones con saña y eliminaba a cualquiera que pudiera ser un peligro en el futuro. Operó en Miami -las apuestas de la cesta punta, esa suerte de pelota vasca con cesta movían mucho dinero en aquellos años- y en Boston con impunidad hasta que en 1995 llegó un nuevo fiscal y se le acabó el chollo. Pero logró huir y no lo detuvieron hasta 2011. Le cayó perpetua (dos, de hecho, por si quedaba duda).
Terminada la “gestión conjunta del delito”, Italia se adentró en una nueva etapa con otro fenómeno: la zona gris. Un término tomado de Primo Levi, que denominaba así a los responsables del Holocausto que no pertenecían al sistema. Todos aquellos que se beneficiaron en silencio.
Según Dickie, “la Mafia siempre tuvo una fuerza que descansa fuera de la organización: los policías con los que tienen relaciones, los empresarios, los políticos… Esa zona gris aún existe. Incluso si la Mafia desapareciera mañana, Italia tendría un problema muy serio con la corrupción, con la política clientelar, con prácticas empresariales ilegales que implican evasión de impuestos…”.
Para Dickie, Falcone y Borsellino fueron clave: pese a sus muertes, alteraron la lucha contra el crimen y sus herramientas
1992. El juez Giovanni Falcone monta un macro juicio para acabar con la impunidad de los criminales. En mayo, una bomba dejó un enorme cráter en el suelo y volatilizó al magistrado, su esposa y sus guardaespaldas. Dos meses después hicieron lo mismo con su amigo y continuador de su tarea, Paolo Borsellino. Lo que parecía un jarro de agua fría se volvió contra los mafiosos.
“Los que lo miran desde fuera tienden a pensar en Falcone y Borsellino como simples mártires. Pero fueron gente que cambiaron la historia de tres formas importantes: los macro procesos, que demostraron la existencia de la Mafia y la validez de los métodos para perseguirla; la colaboración con EEUU para luchar internacionalmente; y, lo más importante, establecieron instituciones: cada ciudad de Italia tiene hoy expertos anti Mafia”. Ahora saben que no tiene sentido matar a un juez. Detrás vendrá otro.
Dickie y el libro son optimistas. El final deja abierta una puerta a la esperanza. “La Mafia no ha asesinado a un policía o a un juez desde hace mucho tiempo”, explica. “El Estado ha aprendido a proteger a la gente en la primera línea de la lucha. Y las mafias han aprendido que cualquier estrategia que trate de enfrentarse al Estado militarmente es contraproducente”. El libro cierra con una idea: después de los jueces y la policía, es el turno del pueblo de hacer su trabajo.