Dice la historia que, en 1895, cuando los hermanos Lumière enseñaron al mundo su locomotora, algunos espectadores creyeron que se iba a abalanzar sobre ellos y salieron del cine gritando. Esta inocencia de la primera edad del cine, que impedía distinguir entre sueño y realidad, ha desaparecido con la rutina del consumo masivo de películas.
¿Qué significa ver una película a día de hoy? ¿Qué procesos hay detrás de ese acto? ¿Es puramente mecánico o hay algún tipo de construcción detrás? David Thomson, uno de los críticos cinematográficos más importantes de nuestro tiempo, intenta dar respuesta a estas y otras preguntas. Instrucciones para ver una película (Pasado & Presente) es un ensayo sobre el cine y la mirada que arrojamos sobre él cuando, sin pensarlo, nos sentamos ante una pantalla y dejamos que las imágenes nos arrollen. “Mirar o prestar atención" es la clave, concibiendo la mirada como una actitud y un compromiso absolutos.
El autor analiza la manera en que consumimos películas, cómo captamos las imágenes, los sonidos, los encuadres, cómo percibimos la mirada del cineasta y las interpretamos. Hasta que el espectador se apropia de la obra.
Ahora una película es como un juguete o una mascota, antes era una bestia que te dominaba.
Es un tratado sobre los clásicos y las grandes obras de arte, pero también las películas consumidas en la tele o incluso la pantalla de los móviles. “Las primeras veces que fui al cine, me transportó el realismo de la pantalla. Creía que había gente dentro o detrás. (…) La experiencia con Youtube es más absentista y libre. Consigo lo que quiero pero no tengo que prestarle atención. Ahora una película es como un juguete o una mascota, antes era una bestia que te dominaba”.
Mirar y ver
"Atención", una de las palabras clave del libro. El acceso a un sin fin de dispositivos y canales donde la imagen es protagonista, acaba con la atención. "Hoy, una película puede durar sólo noventa segundos y podemos verla en las 4:3 pulgadas del ordenador”. Consumimos pero no retenemos. Glotones visuales. Miramos pero no vemos. Atiborrados de imágenes.
Aunque ahora el espectador es consciente de los procesos de construcción de una película y haya pasado “de espectadores absortos (…) a guionistas y montadores”. “Ver y mirar, ambas son acciones físicas y emocionales. (…) Debemos mirar con atención si queremos ver. El dilema de Internet es que hay tanto que ver que la atención titubea o pierde confianza en si misma”. Es cuando uno se dispersa y tiende a dedicarle menos tiempo del necesario para que la película pueda crecer en su interior y abrir nuevas ventanas de interpretación posibles.
Por eso el autor defiende la visualización de los filmes más de una vez. Porque las películas son como los cuadros de los grandes artistas: uno los puede mirar una y otra vez y siempre encontrará una pincelada que no había visto, un detalle que había pasado por alto, un significado nuevo. “Verla una segunda vez supone reconocer que podría tratarse de una obra de arte”. Y aunque no sea ella la que cambia, sino el espectador el que se hace mayor y más permeable a otras perspectivas, la película parece transformarse a cada visionado. “La impresión que nos causa determinada película cambia tanto por la interpretación que hacemos de la misma, como por la sensación que nos envuelve inmediatamente después de verla”.
Sin embargo, la repetición de una película siempre debe estar sujeta al amor que pueda suscitar en el espectador. “¿Si ves una película tantas veces como sean necesarias, acabará gustándote? Por supuesto que no. Hay montones de películas que me disuaden de darles una segunda oportunidad”. Y hay otras con secuencias que se quedan pegadas a la memoria y que uno desea verlas sin parar. “Mi amor por el cine me dice. “Venga, ponla otra vez”. Me detengo en la escena en que Fred Astaire y Eleanor Powell bailan el Begin the Beguine [en La nueva melodía de Broadway] y la veo una y otra vez”.
David Thomson se mete en la cabeza del cineasta. Descubre su manera de concebir la película intentando que el espectador empiece a hacerse preguntas propias de un director. Que cuestione la elección de planos y encuadres, que mire las imágenes con ojos de cineasta y que perciba cómo cada toma está pensada para despertar una emoción. “Cada vez que un espectador ve un plano o un fotograma, pensará que todo lo que incluye dicho plano ha sido escogido, organizado y presentado como elemento significante de la película”.
Los sonidos
Tan importante como las secuencias de imágenes son los sonidos que las acompañan. Desde que el cine dejó de ser mudo, en cuyas escenas más emotivas se solía contar con un violinista o un terceto en la sala para ayudar a los actores a entrar en el estado de ánimo deseado, que el sonido es otro de los protagonistas.
El autor habla de la escena de la ducha de Psicosis. “El ruido del agua que corre; los gritos de Marion Crane, el débil pero inequívoco ruido del cuchillo al hundirse en la carne; las violentas subidas y bajadas de música, que sugieren que el cuchillo corta tanto como el terror que provoca”.
Thomson guía el lector por un viaje a las entrañas de una película y le da pistas de cómo destriparla. Son instrucciones basadas en clásicos como Ciudadano Kane, Blow-up o ¡Qué bello es vivir!, en las más modernas La vida de Adéle, Equalizer o Corazones de acero, sin olvidar las referencias a las series, como Homeland, Los Soprano o Braking Bad.
Pero se detiene en Persona, de Ingmar Bergman, que es, para él, el prototipo de película que hay que aprender a ver. “Para saber cómo ver una película hay que ver Persona. Muestra que un filme es una aventura, en la que se supone que debes ver más allá de las cosas que se te presentan en la pantalla”.
Y cuando el lector ya ha tomado todos los apuntes y cree que está listo para ponerse delante de una pantalla como si fuera la primera vez, el autor desvela el verdadero secreto, que hará que el espectador se replantee todo otra vez: “Llegaste a este libro con promesas engañosas (por mi parte). (…) Pero en realidad era un estratagema para que miraras la vida. Si de verdad quieres ver una película, debes estar dispuesto a asumir que tu propia vida se esfuma”.