Una mesa circular. Seis personas. Hitler tenía a Franco a su derecha y a Ramón Serrano Suñer a su izquierda. Ribbentrop, Gross y el barón de las Torres, Luis Álvarez de Estrada, completaban el encuentro del 23 de octubre de 1940 en Hendaya. Dos comensales se suman a la cita 75 años después: Paul Preston (Liverpool, Reino Unido, 1946) y Luis Suárez (Gijón, 1924), historiadores con visiones de Franco y del franquismo radicalmente enfrentadas. Ni siquiera escriben igual el segundo apellido del Cuñadísimo del dictador: Súñer, Preston; Suñer para Suárez.
Esta semana uno de esos “falsos problemas” a los que se refería el filósofo Javier Gomá (Bilbao, 1965) en entrevista con este periódico, vuelve a reproducirse en su estado más crudo. Las librerías ponen a la venta dos libros que muestran las cicatrices enconadas por reconstruir el relato del pasado. Suárez, medievalista y autor de la polémica biografía del dictador en el Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de la Historia, publica Franco y el III Reich. Las relaciones de España con la Alemania de Hitler (La esfera de los libros). Preston presenta la actualización de su biografía Franco. Caudillo de España (Debate), en la que asegura tener nuevos datos para “enriquecer y matizar” algunas apreciaciones, como la relación con Hitler y Mussolini.
Ambos apelan al mismo método científico, basado en reforzar la documentación y los hechos (la verdad) y huir del juicio de valor (la opinión). El resultado no podía ser más dispar: dos caras, un Franco. Dos Francos, una cara. He aquí los puntos de fricción del debate:
Hendaya, 1940
“España está llamada a desempeñar un papel muy importante”, pero “si deja pasar esta oportunidad no se presentará otra nunca”, cuenta Suárez -ex presidente de la Fundación Francisco Franco- sobre las primeras palabras de Hitler en Hendaya. Dibuja al nazi empeñado en que España se sumara a su Eje. Hitler promete a Franco Gibraltar, Marruecos y el Oranesado. “El Generalísimo” -sigue Suárez- aclaró que Gibraltar “sería muy pequeña compensación para los estragos de una guerra”.
Suárez asegura que Hitler, harto, preguntó a Franco si España iba a entrar en guerra o no. “Momento decisivo en el que el Caudillo se expresó con más claridad: España estaba prácticamente agotada y un país en estas condiciones 'no puede ser llevado sin más ni más a una guerra cuyo alcance no se puede medir y en la cual no iba a sacar nada'”, escribe el historiador para subrayar la postura contraria a la guerra del dictador español.
Los dos historiadores cuentan con las mismas fuentes, pero dibujan un escenario diferente y poco preciso por falta de datos
Suárez insiste en otra de las peleas habituales entre historiadores: el protocolo. Según este historiador Serrano Suñer rechazó el borrador que le presentaba Ribbentrop y quedó sin firmar. “Desde el punto de vista alemán Hendaya se cerraba en un fracaso: no era posible lograr que España se sumara a la guerra”.
Preston aporta la visión contraria: “Hitler no tenía intención de exigir a Franco que España entrara en la guerra de inmediato”. Los dos historiadores cuentan con las mismas fuentes, pero dibujan un escenario diferente y poco preciso por falta de datos. Preston dice que Hitler dio la impresión de tener otros problemas en los que pensar. Por eso desmiente la declaración del führer que da por buena Suárez: “Soy el amo de Europa y, como tengo doscientas divisiones a mis órdenes, no queda más alternativa que obedecer”.
Para Preston Hitler no tenía interés para meter a España en la II Guerra Mundial, para Suárez el logro de Franco fue rechazar entrar en la contienda
Según el británico Hitler dio explicaciones para acabar con las aspiraciones españolas en Marruecos, dada la necesidad de cooperar con la Francia de Vichy. Franco, dice, había acudido a la reunión convencido de que Hitler, “su amigo”, sería generoso en la entrega de grandes territorios sin costes. El líder nazi abandonó la reunión, enfurecido con Franco y antes de cenar en el vagón, por albergar dudas sobre la victoria alemana ante Inglaterra, “y su mal gusto al expresarlas”. Preston cuenta que Suñer no informó a Franco de las enmiendas rechazadas por Hitler al protocolo y se encargó de firmar uno “secreto”.
El historiador concluye que después de Hendaya, Franco se vio obligado a reconocer que “nada importaban a Hitler sus pretensiones imperiales, y empezó a disminuir su apasionada admiración por el führer”.
Católico, no nazi
Suárez asegura que “se insiste en presentar el alzamiento militar del 18 de julio como resultado de una maniobra germano-italiana”, ignorando que “la democracia cristiana fue la más opuesta al fascismo”. Su libro trata de romper con los vínculos entre ambos líderes antidemócratas.
La más importante de las divergencias, según Suárez, entre Hitler y Franco se halla en la religión: “Hitler era un materialista dialéctico, derivado hacia el racismo, pero el Holocausto tenía también derivaciones religiosas; Franco, católico practicante, se sometería a la obediencia del Vaticano, que fue además el primero en condenar al nazismo mediante la encíclica de Pío XI significativamente titulada Con ardiende angustia”.
Las relaciones cada vez más estrechas entre Franco y la Alemania nazi causaron ciertas fricciones con la Iglesia, cuenta Preston
Preston reconoce tortuosas relaciones con Mussolini y Hitler, pero también con Churchill, Roosevelt, Truman y Eisenhower. Y escribe: “Las relaciones cada vez más estrechas entre Franco y la Alemania nazi causaron ciertas fricciones con la Iglesia. El 8 de agosto de 1940, Isidro Gomá, clérigo con destacado papel a favor de los sublevados, emitió una carta pastoral en la que criticaba la exaltación del poder del Estado y pedía justicia social y reformas políticas para impedir otra guerra. La censura prohibió la publicación de la pastoral.
Autoritario, no totalitario
Suárez en ningún caso habla de golpe de Estado, mantiene la terminología de “alzamiento militar”. Como ya hiciera en la polémica entrada del Diccionario, insiste en la definición de “autoritarismo”: “Franco, al ejecutar esa especie de golpe que diluía a todos los partidos dentro del Movimiento, evolucionaba hacia ese modelo contrario que Linz define como autoritarismo; someter todas las opciones políticas al poder del Estado, en el que reside toda autoridad”.
Hoy se muestra preferencia por definir al franquismo como una dictadura, asegura Suárez
Además rechaza el término “dictadura”: “Hoy se muestra preferencia por definir al franquismo como una dictadura. Este es un calificativo que el autocalificado Caudillo nunca empleó. Franco lo rechazó cuando se le propuso”.
Su contrario esta vez coincide. Prefiere autoritario a totalitario, aunque aclara que “contribuyó sin duda a la represión y humillación de los derrotados, así como a la acumulación de capital, pero su rigidez retrasó también el potencial crecimiento”.
Antisemita o salvador
“Es un hecho incontrovertible que un número importante de judíos que huían del terror nazi se salvaron a través de España”, escribe Preston, pero añade que esto ha sido el fundamento de un mito para blanquear la “virulenta retórica antisemita”. “El régimen hizo todo lo posible para impedir que los judíos sefardíes pudiesen asentarse en España después de la guerra mundial”. Incluso una vez muerto Hitler, Franco “pudo escribir una serie de artículos en el diario Arriba que muestran una marcada hostilidad” hacia “los judíos del mundo, el ejército de especuladores”, como escribió Franco.
Suárez dice que Franco consideraba la guerra como un mal al que tenía que acudir cuando no quedaba otro remedio
Para Suárez, “aunque el sionismo se puso al lado de la República, sefarditas y ortodoxos en Marruecos y Rumanía contribuyeron con sus fondos a la causa de los nacionales”. El historiador asegura que Franco se mantuvo fiel a su compromiso incrementando las ayudas “conforme llegaban las noticias del arrecio en la persecución”.
Por último, una diferencia más entre Hitler y Franco, según Suárez, fue la actitud bélica de cada uno: el líder nazi consideraba la guerra “un instrumento imprescindible” para imponer su nuevo orden. “Franco la consideraba como un mal al que tenía que acudir cuando no quedaba otro remedio”, escribe Luis Suárez, único historiador con acceso a los papeles de Franco gracias a su trato con la Fundación que guarda sus documentos.