España de mierda confirma la importancia de Albert Pla en la cultura popular contemporánea como músico. Probablemente ha escrito una de las peores novelas de 2015. La editorial Roca publica el texto, que define como “novela on the road hilarante, canalla y onírica”. El autor da vida a Raúl Gadea, un cantante uruguayo que llega a España a triunfar y Pla le hace subirse a los escenarios más mugrientos y conocer a los tipos más entrañables y deteriorados, para repasar un itinerario tan infernal como habitual en el circuito de las postrimerías musicales de cualquiera.
Lo que Pla trata de explicar al lector es que en este país la música es menos que un cagao, que no importa a nadie y que nadie se preocupa por cuidar a la cantera o al público y que su supervivencia es cosa de voluntarismo y fe. La cruda realidad. Cruza a su protagonista imaginario con músicos reales (vivos y muertos) como Julián Hernández, Fermín Muguruza, Ruper Ordorika, Andrés Calamaro, Jorge Drexler, Ray Heredia, Enrique Urquijo, Antonio Flores, Antonio Vega, Mikel Laboa, Quimi Portet, Kiko Veneno... Un homenaje a los suyos.
A pesar de la portada, la bandera, el título y las cacas en relieve de la contraportada, el libro es un artefacto indoloro y Pla el Pablo Alborán de los novelistas. Blandiblú
Menea a Gadea por “la piel de toro”, de arriba abajo, de izquierda a derecha, retorciendo los tópicos regionales hasta deformarlos. Pero no logra que lo grotesco sea algo admirable, como en sus canciones. De hecho, las aventuras de su protagonista por Galicia, León, Madrid, Cantabria, País Vasco, Cataluña, Murcia, Andalucía… no pueden ser más planas e ingenuas.
A pesar de la portada, la bandera, el título y las cacas en relieve de la contraportada, el libro es un artefacto indoloro y Pla el Pablo Alborán de los novelistas. Blandiblú. La intención mercantil es tan descarada que no parece suya. Ridiculiza la propuesta musical que mantiene Pla desde hace 25 años al reclamar la atención, de manera artificial y facilona, tomando el malditismo del músico como anzuelo.
Nariz de payaso
Ni siquiera funciona como charlotada, porque hay momentos espeluznantes, como cuando el protagonista salva a su manager de morir aplastado por la muchedumbre gracias a un regalo de Tortell Poltrona: “Cuando tengas un problema de vida o muerte, ponte esta nariz, ella te ayudará. Esta nariz, te lo aseguro, tiene poderes”.
Algún destello irreverente asoma cuando se acerca a la “nueva academia de guardaespaldas para futuros mandatarios” de Podemos y de Ciudadanos. “Debían ser guardaespaldas con una imagen más informal y cercana; al mismo tiempo, las hostias que pegaban tenían que ser mucho más actualizadas, ser más sutiles y modernas, pero sin perder la eficacia de siempre. Estaban a favor de los golpes que provocaban hemorragias internas, nada de sangre ni moratones”.
Ni las rayas de cocaína, ni los pelotazos, ni los antidisturbios, ni los políticos corruptos, ni la España de pandereta televisada, ni los bertinesosbornes, ni el Opel Corsa alquilado...
Tampoco asoma su amaneramiento cuando esboza sus pensamientos afilados sobre la pluralidad lingüística: “El Gobierno español concluyó que la lengua de Aragón Oriental ya no era el catalán. A partir de ahora, el idioma de la Franja será el aragonés oriental. Pero un señor muy listo de la Academia de las Letras dedujo que si el aragonés oriental era catalán, también se podría afirmar que el aragonés occidental era castellano. Las autoridades competentes se inventaron un nombre para esta nueva y fascinante lengua: el lapao. De este modo, según el Gobierno español, los catalanes se convirtieron de pronto en las personas más cultas del mundo, puesto que dominaban a la perfección seis idiomas distintos, aparte del español, claro. O sea, el catalán, el valenciano, el balear, el aranés, el andorrano y el lapao”.
Ni las rayas de cocaína, ni los pelotazos, ni los antidisturbios, ni los políticos corruptos, ni la España de pandereta televisada, ni los bertinesosbornes, ni el Opel Corsa alquilado parecen salvarle de una deriva narrativa que debería haber sido memoria y no cuento. Albert Pla la caga con España de mierda.