Miles de estadounidenses se hicieron niños-hombre de golpe. “Todas esas caras aniñadas, llenas de granos y acné, suaves como la piel de un bebé. Llenas de desconcierto”. El periodista, escritor e historiador estadounidense Studs Terkel (Nueva York, 1912 - Chicago, 2008) recibió en 1985 el Premio Pulitzer por La guerra 'buena', un volumen imprescindible para comprender la dimensión humana de la Segunda Guerra Mundial, que ahora aparece al castellano gracias a la edición de Capitán Swing.
Este libro recoge los recuerdos de todos aquellos soldados de menos de veinte años que regresaron a su país. Eran chavales que nunca habían salido de su ciudad natal, de su pequeño pueblo o de la granja de su padre. De repente, se encontraban en lugares exóticos llenos de gente exótico. “Chavales” es la palabra que usan estos protagonistas combatientes constantemente. Todos regresaron a sus hogares. Todos menos 400.000. Estos sólo son unos pocos de los casi 100 que Terkel recuperó del olvido:
E. B. Sledge. Tenía 19 años.
“Llovía sin tregua. Estábamos metidos en el barro hasta las rodillas y pensé: ¿qué demonios hacemos en esta cresta fangosa, apestosa y repugnante? ¿Qué sentido tiene? ¿Sabes a lo que me refiero? No éramos más que vidas echadas a perder sobre una ladera embarrada. La gente habla de Iwo Jima como la operación anfibia más gloriosa de la historia. Dos veteranos han llegado a decirme que fue más parecida a Peleliu que ninguna otra batalla sobre la que han leído. ¿Qué demonios tuvo aquello de glorioso?”.
Bill Harney, soltó la bomba sobre Nagasaki.
“Sé que si la guerra hubiese durado más tiempo, se habría llegado a usar otra bomba en Europa. Teníamos vuelos simulados, nos preparábamos. Volábamos dos o tres mil millas. Un bombardero, un piloto y yo. Realizábamos esa clase de misiones, todas en Alemana. En eso basábamos nuestros pensamientos. Japón fue una simple cuestión de tiempo y lugar adecuados, una decisión de Truman tomada en el último minuto, o así es como yo lo veo”.
John H. Grove, un físico bajo Hiroshima.
“Mi primera reacción fue de euforia, pero después me asaltó otro pensamiento. (Susurra). “Oh, dios mío… En una ciudad...”. Fui a hablar con mi jefe (El sususrro se va convirtiendo en un grito): “¡Han lanzado una bomba atómica sobre una gran ciudad! ¡Hablan de cien mil víctimas! ¿Por qué no la han arrojado sobre el puerto de Tokio, o en la inmensa base naval de Truk? ¿Por qué sobre la población civil?”. Mi jefe, que era judío y sabía lo que había pasado en el Holocausto, dijo: “¡¿De qué diablos hablas?! No son más que japos, unos animales estúpidos”. Me quedé atónito y en aquel instante le perdí todo el respeto”.
Dellie Hahne, casada con la patria.
“A las mujeres nos martilleaban con la idea de casarnos con soldados para que se marcharan felices a la guerra. Había obras radiofónicas, historias en las revistas y películas. Todas tuvieron una influenca apabullante en nuestras vidas. El tema central era: chica conoce a soldado y, ras pasar juntos un fin de semana, se casan y juntos vencen toda clase de dificultades. Después, él se va a la guerra. ¿Te acuerdas de la película El reloj, con Judy Garland y Robert Walker?”.
Padre George Zabelka, el conquistador.
“No olvides que pueden ocurrir cosas extrañas siendo conquistador, sobre todo si eres un oficial. Entonces yo era capitán, y era como ser dios en un país conquistado. Conducíamos a algún lugar en jeep, llegabas hasta una estación de tren y simplemente decías: “¡Eh! Cárgamelo hasta arriba”. Podías ir a cualquier parte. No llegué a tiempo para subir a un ferry que cruzaba hasta Sapporo. El ferry ya había hecho medio trayecto. Me quedé en el muelle, saludé con la mano y volvieron a buscarme. El poder es algo difícil de explicar, especialmente para un capellán. Te seduce. Lo das por hecho. Eran un pueblo conquistado y te mostrabas amable hacia ellos pero, dios mío, como se les ocurriera hacerte enfadar o cualquier otra cosa...”
Lowell Steward, piloto negro.
“El departamento de Guerra no admitía la mezcla. Seguíamos teniendo nuestro propio campamento de descanso. Entre los pilotos negros había una camaradería maravillosa. Hablábamos de nuestras hazañas voladoras. Todos nuestros aviadores eran realmente buenos por la simple razón del entrenamiento tan exhaustivo al que habían sido sometidos. En un principio no sabían qué hacer con nosotros, así que se dedicaron a adiestrarnos más y más. Cuando fuimos al extranjero, la mayoría de nuestros pilotos habían recibido un entrenamiento de vuelo de tres veces superior al de los pilotos blancos y, por consiguiente, éramos el triple de bienos que ellos. Bueno, digamos que éramos el doble de buenos. (Risas)”.
Charlie Miller, prisionero de las SS.
“En uno de los campos se desató una gran ovación. ¿Qué diablos era aquel ruido? Todos fuimos hasta la verja y vimos que había un tipo joven y corpulento con la bolsa del cuartel al hombro. El muy hijo de puta corría de verdad, nada de pequeños trotes. A su lado, había un alemán en bicicleta que le hacía dar vueltas completas a las instalaciones cargando con todo aquel peso. Corría que se las pelaba, como si dijera: que te jodan, no pienso rendirme. Lo más gracioso era que el tipod e la bicicleta, el guardia, no dejaba de reírse. (Risas, chasca los dedos). Fue como una inyección de medicina para el resto”.
Almirante Gene Larocque, pacifista.
“No creo que yo haya cambiado. Fui un buen capitán de barco. Era firme. Trabajaba muy duro para asegurarme de que mi buque y mis hombres eran los mejores. Amaba el mar, y aún lo amo. Creo que es EEUU el que ha cambiado. Se ha alejado de la idea de intentar resolver diferencias con métodos pacíficos. A partir de la Segunda Guerra Mundial, comenzamos a hacer uso de la fuerza militar para obtener aquello que queríamos del mundo. Ese es el verdadero propósito de las Fuerzas Armadas. Hace no mucho, el Pentágono anunció con gran orgullo que, desde la Segunda Guerra Mundial, EEUU había empleado la fuerza militar en 215 ocasiones para alcanzar sus objetivos”.
John García, fontanero en Pearl Habor.
“Otro oficial me había pedido que me metiera en el agua para recoger a los soldados que habían salido disparados de los barcos. Algunos estaban inconscientes, otros habían muerto. De modo que me pasé el resto del día nadando dentro del puerto junto a otros hawaianos. No sé cuántos cuerpos llegué a sacar, ni cuántos tenían aún vida o estaban muertos. Otro hombre los iba metiendo en ambulancias y se los llevaban de allí. Nos pasamos todo el día haciendo eso”.
Pauline Kael, crítica de cine.
Una vez acabada la guerra, se produjo un cambio inmenso. Lo que antes habían sido películas sobre rusos maravillosos sometidos a toda clase de torturas nazis, de repente dio paso a historias sobre rusos pordioseros. Aquel fue uno de los últimos periodos de la historia moderna en la que los estadounidenses aparecieron representados como libertadores. Son muy interesantes las películas italianas de aquella época, en las que se muestra a la gente anhelante por la llegada de los estadounidenses; de ahí que sea recordada como una época de regocijo. Fue un buen momento para el país. Creía en sí mismo, a pesar de que había muchos que no estaban dispuestos a dejarse llevar a engaño”.