Incluso el más despistado de los lectores habrá tenido ocasión de darse cuenta de que en la novelística española se ha producido un cambio en la correlación de fuerzas. De una época en la que predominaban las novelas centradas en la crisis existencial de los personajes o los paseos por los diversos museos de la cultura o en la reiteración algo mecánica de las auto-ficciones (una estrategia narrativa que dio lo mejor de sí misma hace casi medio siglo ya) nos hemos trasladado a un periodo en el que predomina el “fondo social”, el compromiso, la visión de grupo.
Y digo “correlación de fuerzas” porque en principio no se trata tan solo de dos estéticas enfrentadas, sino de dos visiones del mundo incompatibles: la que está en auge asociada a una sensibilidad de izquierdas y la que estamos abandonando inscrita (aunque sea por dejación de funciones, como los alelados) a la traición de una socialdemocracia rendida al neoliberalismo.
Sean cuales sean los motivos de este “revival” de la novela social (más que por un repentino convencimiento ideológico me atrevo a pensar que ha ocurrido porque los niveles de ensimismamiento que debe alcanzar hoy un novelista para permanecer ajeno al desvalijamiento que los políticos corruptos y los políticos inútiles han sometido al estado del bienestar no está al alcance de cualquiera) la rápida transformación de lo que el lector espera de la novelística (que le agiten la conciencia, que le abran los ojos) ha tomado con el pie cambiado a muchos autores.
Lo propio es hacerse preguntas y no ofrecer respuestas, lo que deja al novelista en una posición un tanto inútil
Muñoz Molina, por ejemplo, ha pasado de lamentarse de que los intelectuales estuvieron “distraídos” mientras se gestaba la crisis, a “protestar enérgicamente” de que un poquito de cosa social en las novelas está bien, pero sin pasarse, no vayan a salir “ideológicas”. Javier Cercas, cuyas novelas sí que han intentado reflejar el mundo circundante, sigue esgrimiendo que lo propio es hacerse preguntas y no ofrecer respuestas, lo que deja al novelista en una posición un tanto inútil, ¿qué pregunta queda por formular después de un lustro de exhumación de los motivos del desastre social? Y un epígono de la nocilla mutante ha pasado de pontificar que la realidad era demasiado compleja para contenerla en una novela, a sulfatarnos ahora con la idea de que la novela será de no-ficción o no será, todo en el tiempo record de tres años.
El asunto es de suficiente envergadura como para desistir desde ahora mismo a aclararlo, pero creo que me queda página todavía para señalar una confusión entre dos órdenes parecidos, pero no idénticos. Creo que lo que defienden Muñoz Molina y Cercas sería un tipo de novela atenta a lo que sucede alrededor del escritor, pero descargada ideológicamente, que muestra, pero no juzga, que describe, pero que se despreocupa del análisis (igual el epígono de la nocilla también iría por aquí, pero cualquiera sigue su pensamiento con tanto cambio de rasante). Propongo denominar a esta clase de esfuerzos “novela social” e incluir en ella todos los ejercicios donde predomina el atrezzo y la ambientación.
Reservaría el nombre de “novela política” a la que se pregunta por las causas, depura responsabilidades y apunta hacia posibilidades de desarrollo colectivo
Reservaría el nombre de “novela política” a la que no solo aspira a ser un espejo recorriendo el camino, sino aquella que se pregunta por las causas, depura (de manera compleja) responsabilidades y apunta hacia posibilidades de desarrollo colectivo. Si se quiere se trata de una novela armada ideológicamente, aunque prefiero pensar que está escrita por un clase de novelista que se toma en serio el espacio público, que lo convierte en su tema, y que no se limita a añadir aquí y allí, en sus páginas, un parado, un desahucio, un perverso empresario… pinceladas sociales.
La distinción y el equívoco se aprecia bien en la novela negra a la que muchas veces se felicita un tanto prematuramente por ser la primera en reflejar “la política”. Leídas unas cuantas (casi todas por trabajo) el elogio merece una precisión: si bien la gran mayoría transcurren en nuestro país y participan personajes cuya principal aventura vital no consistió en asistir a un congreso literario, en buena medida se trata de una exigencia del género (la autoficción detectivesca no está al alcance de cualquiera), y pocas, poquísimas veces, adquiere el alcance político que señalaba antes: ofrecen retales paisajísticos de una sociedad en crisis, agusanada por la corrupción… pero ninguna de estas áreas sociales está traspasada por el pensamiento: ni sabemos cómo se llegó aquí, ni quien nos llevó ni se nos ofrecen indicios de cómo salir. Son novelas con apariencia “política”, pero desarticuladas políticamente.
No vaya a ser que con tal inundación de novela social las auténticas novelas políticas pasen todavía más desapercibidas
La novela política, quizás a causa de exigencia y dificultad, sigue siendo un bien relativamente escaso en nuestro país, lo pienso y no me salen más que un puñado de nombres. En la medida que buena parte de la novela social que inunda las librerías no es más que el costumbrismo y el sentimentalismo existencial de siempre con nuevos medios solo aparentemente “políticos” (un poco como cuando a los directores mediocres les da por filmar películas que parecen de Bergman o de Allen) quizás contribuyan a alterar la correlación de fuerzas en beneficio de una visión del mundo más justa, pero cuidado, mantengamos en forma el ojo crítico, no vaya a ser que con tal inundación de novela social las auténticas novelas políticas pasen todavía más desapercibidas que en las décadas en lo que vestía en la novelística española era mirarse exquisita y demoradamente el ombligo.
*Gonzalo Torné (Barcelona, 1976) es escritor, autor de novelas como 'Hilos de sangre' y 'Divorcio en el aire'. En 2015 publicó su primera novela negra, 'Nadie debería irse a dormir', bajo el seudónimo de Álvaro Abad.