La Wikipedia dice de él que es escritor, viajero y periodista. Lo que no dice es que está jubilado, que sus cuarenta años de redacciones han terminado y que quiere disfrutar de sus derechos reconocidos como profesional de la información. La jubilación es un tabú en un sistema como éste, en el que todo lo que no sea producir es invisible e injustificado. Javier Reverte (Madrid, 1944) es un elemento problemático para la Seguridad Social, un estafador que quiere recoger su cotización y su derecho a una vida digna y hacerlo compatible con su actividad como autor de libros de viajes y novelas.
Medidas extremas
Ha publicado casi veinte de los primeros y la mitad de los otros, pero no podrá percibir los beneficios generados por todo ese trabajo. Todos esos derechos que forman uno de los currículos más extensos y productivos es incompatible con su otra vida. Ha recibido una carta del Ministerio de Empleo y Seguridad Social. No le dice: “Gracias por todo”. No. Le comunica que debe devolver todo lo que ha recibido por los últimos cuatro años de pensión. Es una cantidad muy alta, el autor prefiere no hacerla publica.
Las cuentas no cuadran al organismo que dirige Fátima Báñez, porque al cruzar datos con el ministerio de Cristóbal Montoro comprueba que ingresa más como novelista que como pensionista. Según la ley que entró en vigor el pasado enero de 2013 no puede superar el salario mínimo interprofesional, es decir, 9.000 euros. Hacienda está muy contenta con autores como él, porque recauda más de un 40% de todo lo generado; Empleo no consiente que sus derechos de autor no sean declarados.
“Es una barbaridad”, resume el escritor en activo y periodista jubilado. Si renuncia a la pensión, renunciará a su literatura de viajes. Presión, amenaza y miedo. Esto es lo que se repite en todos los escritores mayores de 65 años con pensión con los que este periódico ha hablado. Los casos han empezado a aflorar y hay situaciones extremas, como el de la viuda que a los pocos meses de enterrar a su marido escritor recibe la comunicación de la Seguridad Social: debe devolver cuatro años de pensión de su marido. Ella, sin ingresos, sin pensiones, y con su vida colgada de un hilo que se rompía, decidió tomar la vía más rápida y brutal.
El culpable de todo esto es Montoro. La orden la da él y la ejecuta Fátima Báñez
Reverte cuenta que últimamente ha tenido “suerte” con la literatura y que es penalizado por ello. “Se van a pegar un tiro por ello, porque van a dejar de ingresar más por Hacienda que por recortarnos las pensiones. El culpable de todo esto es Montoro. La orden la da él y la ejecuta Fátima Báñez, que por cierto nunca ha pagado a la Seguridad Social, porque no ha trabajado nunca”, cuenta. Recuerda, entre risas doloridas, que hay una sección que hace una excepción en esta incompatibilidad: los políticos sí pueden seguir escribiendo y publicar y beneficiarse de sus derechos de autor sin perder su pensión íntegra…
Condenados a dejar de crear, los escritores, músicos y artistas entienden esta nueva medida del Gobierno de Mariano Rajoy como una nueva línea de acoso y derribo contra la cultura.
Es aterrador. No quiero más dinero, sólo que me dejen vivir y escribir en paz
Es la hora de comer. Manuel Longares (Madrid, 1943), Luis Mateo Díez (Villablino, León, 1942) y Ángel Bassanta (Galicia, 1950) están a punto de hincarle el diente al menú. Tradiciones. “Cada vez que saco un libro me pongo en peligro. Escribir es una amenaza, si publicas te quitan la pensión”, cuenta a EL ESPAÑOL el autor de Los Ingenuos, su última novela, publicada hace tres años.
“Es aterrador. No quiero más dinero, sólo que me dejen vivir y escribir en paz”, lamenta. Ha cotizado toda su vida como periodista, cobra una pensión de 700 euros. Siempre ha sido un escritor de clase media, ahora es un jubilado ni mileurista. Si sus derechos de autor, conferencias o talleres excedieran de 9.000 euros debería renunciar a la pensión. “Es un exterminio. Entiendo que quieren quitarse un enemigo que no significa nada. Es una situación muy grave”, dice, pero la Seguridad Social no le ha escrito.
Frente a él, Luis Mateo Díez, dos veces Premio de la Crítica y dos Premio Nacional de Narrativa, más de 40 novelas, poesía y teatro, declara que “es patético lo que nos está pasando”. Él ha cotizado 40 años como funcionario y recibe una pensión de 2.000 euros. Tampoco ha tenido malas noticias. Le duele que los derechos de su obra terminen extiguiéndose al convertirse en dominio público, le duele que queden libres de reconocimiento con compensación a su autor a los 70 años de su fallecimiento. Le duele que sus herederos pierdan los frutos de su trabajo creativo y no se tenga en consideración. “Esto es miserable. Contribuimos al bien de la nación”, dice.
Miedo a publicar
Lejos de esa comida del centro de Madrid, en Salamanca, Antonio Colinas (La Bañeza, León, 1946) relata una situación extrema. Desde hace dos años la Seguridad Social le quita 80 euros cada mes de su pensión. Así será durante 85 meses. “Tengo que vivir con 600 euros”, asegura a este periódico. Es inexplicable. Uno de los poetas y traductores más concienzudos, una voz que es reclamada para dar conferencias y recitales debe rechazar aparecer en público y cobrar por miedo a nuevas sanciones. Hay en España una manera muy especial de venerar: perseguir y abatir septuagenarios intelectuales.
“No puedo renunciar a mi pensión por muy pequeña que sea, pero debo renunciar a mi trabajo para calibrar”. Su mujer muestra la misma preocupación, es un problema familiar. Colinas es un referente poético que ha dedicado toda su vida a traducir y escribir, pero no se lo quieren reconocer. Tiene la impresión de que en la Seguridad Social creen que los escritores son personajes de las revistas de corazón. "Hay gente que vive con menos", les recriminaron por exigir lo que es suyo, o sea, sus derechos de autor y su pensión. Antonio quiere seguir vivo, quiere seguir escribiendo, disfrutando de sus emociones, de su creatividad, quiere compartirlas. "Nos habían dicho que la pensión era inviolable". Pero lo inmortal es el desprecio.
Todo escritor quiere seguir escribiendo. Esto es una ratería absoluta, dice José María Guelbenzu
“Ha sido la legislatura en la que la política ha perdido el respeto a la cultura”, habla José María Guelbenzu (Madrid, 1944), con un catálogo a sus espaldas de casi treinta libros, un Premio de la Crítica y Premio Torrente Ballester, entre otros, indignado por tener la libertad que necesita para trabajar. “Todo escritor quiere seguir escribiendo. Esto es una ratería absoluta”, dice.
Una nueva norma que se ha aplicado hace más de dos años parece tiempo suficiente para que el Ministerio de Cultura hubiese reaccionado para defender el patrimonio cultural y creativo ante los intereses del Ministerio de Empleo. Sin embargo, los representantes de la cultura española durante estos cuatro años han mantenido el hábito de estos cuatro años: silencio e indiferencia.
Maruja Torres cuena que como la cosa está como está, les pagan en botellas de vino
Guelbenzu ha cotizado durante cuarenta años, los mismos que Maruja Torres (Barcelona, 1943). la periodista jubilada y escritora reparte las ganancias de sus libros en tres años para no superar el salario mínimo interprofesional. El anticipo por los derechos de autor de la biografía de Manuela Carmena los ha repartido con ella. “Como escribo de uvas a peras, reparto los ingresos. Además, como la cosa está como está, nos pagan en botellas de vino”, cuenta la autora sobre la paradójica vida en activo que ha provocado esta nueva norma.
“Es inconcebible. Un país que se dedica a fardar de sus artistas. Es bastante lamentable que nos reduzcan a la pobreza, como a tanta gente”, añade José María Guelbenzu. Para construir la cultura nacional el escritor debe renunciar a ella. Para aportar al desarrollo intelectual de un país debe hacerlo en la clandestinidad. Para ser un escritor mayor de 65 años -después de haber tenido un salario intermitente durante toda su carrera- debe estar preparado para la supervivencia. Frío y hambre. “Los libros ya no nos pueden defender ni mantener”.