Tenemos que hablar.

Nos lo pide Critchley al comienzo de Apuntes sobre el suicidio, que acaba de publicar en castellano Alpha Decay con traducción de Albert Fuentes: “Quisiera abrir un espacio para pensar acerca del suicidio como un acto libre que no debería ser objeto de repulsa moral o condenado en voz baja. Es preciso comprender el suicidio y es imperativo entablar una discusión más madura, compasiva y reflexiva acerca del mismo. Con demasiada frecuencia, la rabia domina todo el debate acerca del suicidio. Los deudos de alguien que se ha quitado la vida, ya sean cónyuges, familiares o amigos, reciben cualquier intento de hablar sobre el suicidio con comprensible indignación. Pero debemos atrevernos. Tenemos que hablar”.

Este libro es un intento de darnos un vocabulario que nos permita empezar a hablar como adultos y discutir de forma apropiada sobre el tema

El suyo no es un ensayo filosófico ni tampoco un ensayo pop con billete para un tour turístico por tumbas célebres y clichés románticos, aunque dedica un capítulo a analizar las notas de suicidio de Virginia Woolf, Kurt Cobain o Hunter S. Thompson y hace parada obligatoria en el fetichismo alrededor de Mishima o Jonestown. Es más bien una invitación, a corta distancia, a que apliquemos algo de calor a un debate paralizado, a repensar en por qué entendemos el suicidio como fracaso y a reflexionar sobre cómo vivimos y morimos en sociedad.

“Este libro es un intento de darnos un vocabulario que nos permita empezar a hablar como adultos y discutir de forma apropiada sobre el tema. El suicidio se vive como una inhibición y no sabemos cómo tratar con él, al margen de las banalidades habituales”, cuenta Critchley (1960) a EL ESPAÑOL “He querido ir al fondo, mirar la calavera que se esconde bajo la piel”.

Ser o no ser

Algunos enemigos del suicidio a lo largo de la historia: la religión (que entiende la vida como un don divino del que no se puede disponer y el suicidio como un pecado), el Estado (para el que la vida es un derecho irrenunciable y el suicidio, un delito) y parte de la medicina, como la psiquiatría, que lo catalogó como trastorno mental. A favor: el arte, la literatura y la filosofía. Critchley es también autor de El libro de los filósofos muertos (2008), donde escribió que “el principal objetivo de la filosofía es prepararnos para la muerte”, enseñarnos a afrontar “el pánico de nuestra desaparición sin ofrecer promesas de un más allá” porque “aprender a morir también podría enseñarnos a vivir”.

En estas páginas retoma las lecciones de clásicos como Sócrates y Séneca y de textos de pensadores como John Donne, Alberto Radicati y David Hume, cuyo ensayo Sobre el suicidio se han incluido como epílogo. Y “como lector de Nietzsche”, explica por correo electrónico, entiende el pesimismo que asfixia el debate como motor, frente a un optimismo ingenuo y paralizador: “La vida es algo maravilloso, pero solo cuando dejamos de comportarnos como estúpidos optimistas y tenemos el coraje de mirar a la muerte, incluso reírnos de ella”.

Jesús nunca dijo nada sobre el suicidio, ni tampoco la Biblia hebrea. La prohibición contra el suicidio emerge en la teología católica en la Edad Media

Pregunta: Es un debate entre lo público y lo privado. ¿Hasta qué punto la decisión de acabar con la vida de uno es un asunto personal, de cada individuo, y hasta qué punto es cosa pública?

Critchley responde: “Es un asunto personal. Es el asunto más personal al que vamos a enfrentarnos, si vivir o morir. Y el poder está en nuestras manos, literalmente. Podemos elegir entre poner fin a nuestras vidas o seguir viviendo, que es lo que yo recomiendo con firmeza. La cuestión es que debe ser posible una elección: ser o no ser. El problema es que esa elección ha sido arrebatada de nuestras manos por la ley, el Estado y la Iglesia, lo cual es un error y una abominación. La primera parte de mi libro es un intento de mostrar la base de la prohibición legal del suicidio en la teología cristiana. Jesús nunca dijo nada sobre el suicidio, ni tampoco la Biblia hebrea. La prohibición contra el suicidio emerge en la teología católica en la Edad Media y es la que ha dado forma a nuestra interpretación de las leyes. Si vivimos o morimos es una cuestión que solo puede decidir libremente cada uno de nosotros”.

“Lo primero que podemos hacer es despojarnos de esa disparatada idea de que el suicidio es un pecado. No lo es. Y tampoco debería ser un delito”, explica. “El suicidio asistido debería ser legalizado y la Iglesia y el Estado, quitarse de en medio. El suicidio no siempre es un fracaso”.

Cuestión de género

En 1732, en Inglaterra, Richard Smith y su esposa mataron a su hija de un disparo y luego se ahorcaron. Preferían morir antes que seguir viviendo en la miseria. Su último deseo fue que su carta de despedida fuera publicada en el periódico. Conocían las leyes que prohibían el suicidio, aunque Smith, que trabajaba encuadernando libros, había leído ya Una disertación filosófica sobre la muerte del italiano Alberto Radicati, un panfleto de 94 páginas publicado ese año que buscaba legitimar el suicidio “frente al corsé legal impuesto por el cristianismo y el Estado”. Smith dejó dispuesto que “nos es indiferente dónde descansen nuestros cuerpos”.

cubiertasuicidio

Como analiza en su ensayo Critchley, “tras la crisis financiera de 2008, abun­dan por desgracia los ejemplos de este tipo de suicidio. Los estudios apuntan a una apreciable correlación en­tre desempleo y suicidio, y algunos de ellos constatan que la tasa de suicidios entre los desempleados ha expe­rimentado un aumento significativo desde la década de 1990”.

Tenemos que hablar de la sociedad.

Las mujeres son más propensas a intentar suicidarse, especialmente mujeres en la adolescencia y en sus veinte años

Pregunta: “Mientras que la tasa de suicidio femenino se mantiene más o menos estable desde 2007, la de los hombres se encuentra en su nivel más alto desde 2001. Casi ocho de cada diez suicidios [registrados en Reino Unido] son masculinos, una cifra que lleva más de tres décadas en aumento”, se puede leer en un artículo reciente, titulado Los machos suicidas. En él se vinculan estos datos a la idea de “masculinidad” en sociedad y el rol esperado en un hombre: la muerte surge así como única salida para unos “perfeccionistas sociales” a los que nadie preparó para el fracaso. ¿Conocía estos datos u otros similares mientras escribía su ensayo?

Critchley responde: "Hice mucha investigación sociológica, aunque la mayoría no la usé en la versión final. Uno de los temas que traté fue la relación entre género y suicidio. Los hombres son de 3 a 4 veces más propensos al suicidio que las mujeres. La razón para esto podría ser por la presión sobre la masculinidad, pero se aleja bastante de lo que he visto. Frente a eso tenemos que las mujeres son más propensas a intentar suicidarse, especialmente mujeres en la adolescencia y en sus veinte años. No escribí sobre ello en parte porque yo no soy un sociólogo y sacar conclusiones a partir de datos parciales siempre es cuestionable. En China, por ejemplo, las mujeres se suicidan de 3 a 4 veces más que los hombres, a menudo en condiciones de pobreza rural, a menudo con pesticidas. En general, creo que las mujeres tienen una relación más sana y reflexiva con el suicidio y con la muerte que la mayoría de los hombres que conozco".

Las cartas finales

“Lo peculiar de las notas de suicidio dieciochescas es que la gente que tenía la intención de quitarse la vida acostumbraba a enviarlas a los periódicos, como vimos en las últimas voluntades de la familia Smith. Así pues, la nota de suicidio moderna es, en origen, una publicación, un acto intensamente pú­blico, una perversa pieza publicitaria”, escribe.

Entre la documentación de Critchley también hay notas de suicidio. En su texto cuenta su experiencia dirigiendo un taller de escritura creativa sobre las mismas. Después de dar una charla, repartió fichas en blanco e invitó a los asistentes a escribir sus propias despedidas. Mientras que algunos medios recogieron aquel acto con seriedad, la reacción en las redes fue “colérica” y “se me acusó de haber faltado el respeto a la gente que había pasado por la experiencia dolorosa del suicidio de un ser querido”, recuerda hoy. Cuando la historia llegó a los tabloides británicos, como el Daily Mail, ya era irreconocible.

Hasta donde yo sé, la nota de suicidio nace en el siglo XVIII en Inglaterra y habitualmente eran enviadas a la prensa para su publicación

Pregunta: ¿Por qué son útiles las notas de suicidio? ¿Cuál es su papel en este debate?

Critchley responde: “Es un tema fascinante, aunque también se encuentra bajo una prohibición. Es necesario que podamos ver y leer las notas de suicidio y entenderlas como una forma rara de diálogo entre el exhibicionismo y la melancolía, como expresiones de profundo autoodio pero también como la declaración más sincera de amor. Hasta donde yo sé, la nota de suicidio nace en el siglo XVIII en Inglaterra y habitualmente eran enviadas a la prensa para su publicación. Es un intento de comunicación, el último intento desesperado por comunicar lo que no puede ser comunicado. Es un material profundamente triste, pero necesitamos prestarle atención y entenderlo”.

Este libro no es una nota de suicidio, aclara su autor.

Es fruto de una combinación entre motivos personales y curiosidad profesional, “aunque en esencia es personal y está ligado a una situación difícil por la que he pasado en el último par de años. Me decidí a responder a la cuestión del suicidio de la única manera que puedo, no directamente en una confesión, sino indirectamente a través de la escritura. Cuando escribimos salimos de nosotros mismos y entramos en un espacio de muerte”, cuenta.

Conocí un poco a Seymour Hoffman y tuve una conversación con él sobre felicidad en la que hablamos abiertamente sobre la muerte. La reacción a su muerte y a la de Williams fue similar

Apuntes sobre el suicidio nace también de su observación de la cultura popular. En concreto, surgió ante la reacción a la desaparición repentina de los actores Philip Seymour Hoffman y Robin Williams en Nueva York, donde Critchley vive actualmente. “Conocí un poco a Seymour Hoffman y tuve una conversación con él sobre felicidad en la que hablamos abiertamente sobre la muerte. La reacción a su muerte y a la de Williams fue similar. La gente quedó muy tocada. Pero nadie sabía qué decir o cómo reaccionar porque nuestras sociedades viven todavía el suicidio como prohibición. Tenemos que eliminar esta prohibición y empezar a hablar. Así de sencillo”.

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