En la introducción de Kant y el ornitorrinco (1997) hay una cita que hoy es un epitafio insuperable para despedirse de Umberto Eco: “Hace tiempo estaba indeciso, pero ya no estoy tan seguro”. Es una frase de un autor del siglo XVIII, Boscoe Pertwee, que desvela la insuperable ironía de quien rescata la anotación para abrir un libro sobre semiótica. Eco es ironía. Con ella estudia las supercherías, las extravagancias, el ocultismo y a los falsos profetas. Los lee y escribe sobre ellos para sospechar de todos. Es cazador de creencias irracionales de falsos profetas, de teorías pseudocientíficas, de los que trataban de satisfacer las frustraciones de la realidad con mundos inaccesibles.
Un ornitorrinco sin prejuicios
Cuestiona cualquiera de las claridades, tumba ideas preconcebidas. Es un aguafiestas de los lugares comunes y los prejuicios, de los apocalípticos y de los integrados, que elige a ese animal que se parece a un castor, a un pato y a un topo para explicar lo absurdo de las categorías y los categóricos.
Un animal concebido para cuestionarlo todo, una ficha que no encaja en el puzzle de las especies, un ser cuyo cuerpo plano cubierto de pelaje marrón oscuro y de dos kilos de peso parece ignorar todas las clasificaciones científicas y populares: con cola de castor y pico de pato color azulado por arriba y rosa por abajo, sin cuello y sin orejas, con patas y dedos palmeados y garras, que vive bajo el agua, cuya hembra pone huevos pero amamanta a sus crías… El ornitorrinco es un aguafiestas capaz de poner en duda las leyes de la naturaleza y, al tiempo, fruto de una larga negociación que acuerda lo que significa y lo que es.
La ficción modifica la realidad
Eco enseña cómo la vida es relativa, que se ensancha y se alarga gracias a la ficción. La narración ordena la experiencia. En ese sentido, encuentra en Tomás de Aquino y James Joyce dos personas muy complementarias para su formación. Uno parece trabajar para producir el orden (a pesar de esconder la rebelión contra la tradición) y el otro aparenta jugar con el desorden (pero lo hace con estructuras muy rígidas). “La literatura es una terapia contra cualquier sueño de la razón”, escribió el filósofo, semiótico y novelista italiano, cuya afición fue estudiar cómo la ficción modifica el mundo real, la vida y la Historia.
La vida de los libros
“Nadie acabará con los libros”, ni mucho menos la lectura en el entorno digital. Eso escribió. Ni siquiera la subliteratura, la que comparte con la pornografía su incapacidad para la síntesis, como también dejo por escrito contra esa literatura que narra sólo el resultado, la diversión, sin importar cómo hemos llegado a ella y qué se ha quedado por el camino. La diferencia entre una y otra está en la intensidad con la que el autor define al lector: o espectadores desolados o sujetos responsables. Es la confrontación entre una narrativa que fuerza a enfrentarse con lo que no puede ser cambiado, ante lo que asistimos impotentes, y otra que traslada la decisión. Forzar al lector a enfrentarse con el destino.
Apocalíptico y catastrofista
Cuarenta años después de la publicación de su Apocalípticos e integrados, Eco se definió como apocalíptico en su relación con los medios de comunicación. Aguafiestas también. Buena prueba de ellos es su obra final, Número cero, regada con todo tipo de tópicos. Daba la razón a los catastrofistas porque los medios alcanzaron un desarrollo equivocado por haber sido derrotadas las propuestas que él mismo hizo en su día para su regeneración. Pero, ¿las posiciones apocalípticas contribuyen a conservar los elementos positivos de nuestras sociedades o acelerarán los males desencadenados?
Ni verdad ni mentira
“Si una cosa no puede usarse para mentir, en ese caso tampoco puede usarse para decir la verdad: en realidad, no puede usarse para decir nada”. Este fragmento del Tratado de semiótica general (1975) explica por qué es la disciplina que se encarga de estudiar todo lo que puede usarse para mentir. De hecho, consideró a la semiótica como la única forma posible de filosofía hoy. En este mismo ensayo estableció un dispositivo que impide la división entre la baja y la alta cultura. “Desde un signo se puede llegar a recorrer, desde el centro hasta la más extrema periferia, todo el universo de las unidades culturales”. Umberto Eco fue el primero en ver cómo la bomba atómica y Mickey Mouse formaban parte de la misma familia.