El trayecto literario no acaba cuando el escritor coloca el punto final a su obra: hay una vida invisible que arranca con el manuscrito, con el texto virgen. Es la industria editorial quien se encarga de embalar el fruto creativo del autor y aquí entran los proletarios de la letra, correctores y traductores, los marginados del negocio. Los primeros se encargan de que la obra sea legible y armónica -expurgan su ortografía, su estilo-, los segundos le alargan la vida y el público, la hacen viajar por el mundo adaptando el pensamiento del autor a otras lenguas. A pesar de ello, apenas cuentan con garantías legales para defenderse de la industria.

Hace 12 años, Manuel Piñón tenía 24 y recibió su primer encargo editorial: la traducción -del inglés al español- de Los días de Birmania, de George Orwell. "La novela llevaba más de 60 años sin traducirse y la versión que existía era desastrosa, se llamaba La marca, no respetaba ni el título", cuenta Piñón. "Se notaba traída directamente del francés, habían eliminado descripciones farragosas, de vegetación, por ejemplo, y se habían censurado partes incómodas: uno de los personajes tenía una especie de prostituta, y eso se tapó; la prostituta le suministraba heroína y eso tampoco aparecía".

Se puso a trabajar en ella catorce horas al día, de lunes a domingo, sin hacer otra cosa durante tres meses y medio. "Como no tenía ningún tipo de experiencia , me puse a traducir sin ningún adelanto, cosa que no suele hacerse... al final cobré lo equivalente al sueldo medio de un mes. Algo irrisorio. Pero yo era novato y piqué".

Un día, paseando por La Casa del Libro, me encontré con mi traducción, pero editada por DeBolsillo, e iba por la tercera edición. La habían vendido sin mi consentimiento

Piñón considera que su traducción "ofrecía por primera vez una versión más fidedigna de la obra de Orwell, era como una primera traducción". Sus días de Birmania tuvieron recorrido: "El editor estaba muy orgulloso del trabajo, lo presentó en la feria del libro con Javier Reverte, no paraba de ensalzarlo". La editorial contratante, Ediciones del Viento, era aún pequeña y novel.

Después de un segundo trabajo, Piñón se retiró del oficio de traductor. El contrato de la novela orwelliana -al que ha tenido acceso este periódico- estipulaba que la cantidad de pago aumentaría con los futuros derechos de reproducción del libro. "Con cada nueva tirada, se debía cuantificar el número de libros vendidos y pasarme un porcentaje en el caso de que se superase la cantidad que ya me habían pagado", explica el afectado. Un día cualquiera, mientras Piñón paseaba por La Casa del Libro, vio de lejos un tomo de Los días de Birmania y lo cogió por curiosidad.

"Era mi traducción, pero editada por Debolsillo... e iba por la tercera edición". Así comprobó que Ediciones del Viento -que había sacado ya seis ediciones de su libro- había cedido, sin su consentimiento, su traducción a otra editorial. "Las tiradas, las ediciones, todo estaba descontrolado. No sabía cuánto se había vendido ni qué porcentaje de ese dinero me correspondía".

Palabra de editorial

Y no lo supo nunca, porque cuando acudió a una abogada especializada -de la Asociación Colegial de Escritores de España, que también ampara los derechos de los traductores-, la experta le comunicó que no existe ningún sistema para controlar cuántos libros se han editado ni cuántos se han vendido. "Prácticamente, habría que llamar librería por librería para saberlo. Las editoriales falsean los datos para no tener que volver a pagar a los traductores. Y, a no ser que seas un best-seller y sea obvio que existe deuda, es imposible conocer la cantidad debida. No llevan ningún tipo de control con la imprenta ni hay una regulación de ventas oficial por librerías. Tenemos que fiarnos de su palabra".

La editorial estuvo mucho tiempo ausente. "Me dijeron que no se habían puesto en contacto conmigo porque había cambiado de dirección, y era mentira. Sólo me reconocieron que sí, que tendrían que haberme informado de que iban a ceder mi texto a otra editorial". Según el contrato firmado, "el editor podrá negociar los derechos de cesión a terceros comprometiéndose a pagar al traductor el 30% de la cantidad que reciba por dicha cesión de traducción".

No existe ningún sistema oficial para controlar cuántos libros se han editado ni cuántos se han vendido: para saberlo, prácticamente habría que llamar librería por librería

Otra cláusula estipula que el editor está obligado a presentar anualmente al traductor certificados cerrados al 31 de diciembre en los que consten de manera detallada las ventas de la obra (cuántos ejemplares hay en depósito, cuántos distribuidos, cuántos en almacén, su precio de venta sin IVA...). Los pagos deben realizarse en abril. Y, si se reedita o se reimprime la obra, igual.

Cuando este periódico se puso en contacto con Eduardo Riestra, director de Ediciones del Viento, facilitó una factura de 2012 en la que -según los datos aportados- se le pagaba a Piñón lo debido por las liquidaciones de los diez años anteriores y se le pedía disculpas por "el retraso en la información". Sin embargo, Riestra reconoce que cedió los derechos de autor a DeBolsillo sin el consentimiento de Manuel Piñón, pero que el dinero que se le debe "entra dentro de lo que ya le hemos pagado". Si no, "que se queje con la nueva editorial". Riestra considera "que ha cumplido" y se muestra "a disposición" de Piñón.

Ni sanciones, ni daños, ni perjuicios 

Según Carlos Muñoz Viada, abogado de la Asociación Colegial de Escritores ya citada, es un caso habitual. "Según las estadísticas que tenemos que cederle a CEDRO [Derechos de autor y de propiedad intelectual], el año pasado tuvimos 370 casos y más de un 70% de ellos fue por incumplimiento contractual por parte de la editorial. Ahora mismo estamos atendiendo unas tres consultas diarias". Muñoz Viada señala que el abuso editorial es "tremendo", especialmente con los traductores, que, a diferencia de los correctores, "tienen derechos sobre el texto".

"Lo hacen porque pueden hacerlo", sentencia. "Mira, nuestra ley de Propiedad Intelectual es amplia y buena, reconoce un montón de derechos a los autores, pero no establece ningún mecanismo para defender estos derechos. No se contemplan indemnizaciones, sanciones, daños ni perjuicios. Si una editorial no te ha pagado, te ha pagado tarde o ha reeditado tu obra sin tu permiso, sólo tiene -al final de un proceso largo y costoso para el perjudicado- que pagarte lo que te debía inicialmente, no más. No merece la pena invertir 2500 euros, que es lo que puede costarte meterte en juicio, para percibir una cantidad mucho menor. Por caso casi nadie acaba en juicio y ellos se siguen lucrando".

Si una editorial no te ha pagado, te ha pagado tarde o ha reeditado tu obra sin tu permiso, sólo tiene -al final de un proceso largo y costoso para el perjudicado- que pagarte lo que te debía inicialmente

Para continuar, tal y como señalaba Piñón, "es imposible calcular las ventas, es imposible recibir unos datos que no vengan de la editorial". Y, además, "las editoriales falsean abiertamente el número de sus ediciones": "El número que aparece en la portada de los libros es mentira, se pone para que la gente piensen que se ha vendido mucho, pero cuando vas a liquidar las 9 ediciones que señala el libro, te dicen que son muchas menos, que se han hecho más tiradas pero en la misma edición", apunta el abogado.

"Además, existe un corporativismo terrible: nos consta que hay una lista negra de traductores que algunas editoriales se van pasando y se dicen 'tened cuidado con éste, que es peligroso'. Es peligroso porque exige que se le pague. A este tipo de trabajadores se les condena a la marginalidad y no les vuelven a llamar".

Extinción y reedición

Otra cuestión recurrente es la extinción del contrato: 15 años es el máximo que permite la ley. "He tenido muchos casos de traductores que no quieren renovarlo, se lo notifican a la editorial y ésta tira la carta a la papelera y saca otra edición", señala Muñoz Viada. Es lo que Federico Corriente cuenta que le pasó con sus derechos de Trainspotting, de Irvine Welsh. "Ahora estoy en pleito con Anagrama, aunque claro, el juicio se celebrará dentro de dos años", explica. "Me negué a reeditar si no se hacía una corrección antes. Me dijeron que no se haría y, al poco, en 2014, lo publicaron otra vez".

Paula Canal (responsable de derechos de autor de Anagrama), responde que "mientras no se diga nada, se asume que el libro sigue a la venta": "Tenemos un catálogo de más de 3.500 libros, no podemos estar llamando uno por uno a la extinción del contrato. Si no se dice nada, se sigue. Y Corriente dijo al principio que lo quería corregir él, luego que le daba pereza...". "Él acepta las liquidaciones que le llegan, así que asumo que está de acuerdo. Además, hemos respetado su decisión de que Trainspotting no salga en e-book".

El abogado Muñoz Viada también denuncia que las condiciones de trabajo sean "tan explotadoras": "Hay un contrato tipo que pone la editorial y no acceden a conformarlo entre las partes. Las tarifas son fijas: si haces una traducción -con un número de páginas- en un mes, corriendo, te van a pagar lo mismo que si lo hicieras en tres o en seis". Y una última "vergonzonada": "Una vez que tú entregas la traducción, el editor tiene de 15 días a 1 mes para aceptarla o rechazarla: y eso que se entiende que antes han probado a la persona, la han elegido por algo, por una recomendación o un trabajo anterior. Pues si lo rechazan, el traductor no puede hacer nada. Ha perdido meses de trabajo".

Muñoz Viada señala que ha tenido muchos casos de traductores que no quieren renovar el contrato una vez extinto, se lo notifican a la editorial y ésta tira la carta a la papelera y saca otra edición

Los traductores suelen acudir a la Asociación Colegial de Escritores para buscar defensa legal porque, a pesar de tener derechos de propiedad intelectual sobre la obra que traducen, no están representados por CEDRO. Desde la asociación informan de que "sólo se encargan de casos en los que se reproduce de forma no autorizada la obra". Su lucha es contra las fotocopias, contra la lesión a la propiedad intelectual "en la recaudación y el reparto". Guerra externa. Pero CEDRO no defiende a los traductores de las vulneraciones que vienen de la propia industria.

Correctores sin contrato

El caso de los correctores literarios es aún más oscurantista, dado que, en palabras de Amelia Padilla -de la Comisión de comunicación de la Unión de Correctores (UNICO)- "es muy raro que haya contrato". Se manejan con cheques, lo que provoca inseguridad jurídica y falta de garantías. "Si es un cliente particular podemos barajar condiciones, pero las editoriales siempre marcan los precios, y la mayoría regala su trabajo y baja el nivel del resto". Padilla cuenta que las editoriales, incluso las potentes, "tiran a la baja".

"Vamos, estamos trabajando por unos precios que ni una señora de la limpieza, con todo el respeto. Es necesario el respeto a nuestros profesionales, todos tienen estudios universitarios, cuentan con bagaje lingüístico, conocimiento de idiomas... los hay también especializados en terminología jurídica, científica, fotográfica, etc. Hay corrección ortográfica y también estilística. Y todos están trabajando con unas tarifas de vergüenza, de los años ochenta".

Nuestros profesionales son cualificados, tienen estudios universitarios, bagaje lingüístico, conocimiento de idiomas... y trabajan con unas tarifas de vergüenza, de los años ochenta

Los correctores tampoco tienen adjudicado un epígrafe de la Constitución: "Cuando nos damos de alta en la Seguridad Social, unos estamos como mecanógrafos, otros como traductoers, otros dentro el sector de las artes gráficas... por eso no tenemos una valoración de cuántos correctores hay en el estado español ni cifras sobre cómo va la profesión". UNICO quiso crear un libro blanco de la corrección y, a partir de una encuesta a sus socios, fijar el precio medio de las tarifas para evitar abusos y ayudar a los nuevos correctores, que son especialmente vulnerables. "Nos pusieron una multa de 2500 euros por publicar en la web unos precios orientativos. Decían que era competencia ilegal". Les pasa como a los traductores: no existe una relación esfuerzo/tiempo empleado y precio.

La corrección que no gusta

Padilla recuerda un caso: "Un compañero cerró un precio para cinco libros. Cuando entregó el primero, se puso a trabajar en el segundo... y entonces le dijeron que no le pagaban el libro porque no les gustaba la corrección". A Nieves Cumbreras, correctora y revisora, le ha pasado con dos particulares que necesitaban corregir sus textos antes de entregarlos a una editorial y al tribunal de una tesis, respectivamente.

"Con la escritora llegué a un acuerdo económico para corregir dos libros de su trilogía, el primero ya estaba. Cuando llevaba unos capítulos, me escribe por whatsapp y me dice que lo deje, que ya le ha comprado la idea la editorial y lo va a entregar como está", cuenta Cumbreras. "Bueno, pues aún no me ha pagado los seis capítulos por los que trabajé. La he perseguido tanto por mail, por teléfono... Ahora me dice, de repente, que 'le parece muy caro'".

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