David Foster Wallace, el mito que nació como una broma
La obra cumbre -e infinita- del escritor estadounidense cumple 20 años. No fue una novela, fue un diagnóstico.
24 marzo, 2016 01:41Noticias relacionadas
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Las películas biográficas centradas en las vidas de genios creadores presentan una exigencia doble. Por una parte, parece deseable el máximo respeto a los hechos incuestionables de la vida. Por otra, de manera inconsciente, esperamos ver en la vida de los creadores su obra. Rastros del genio. No queremos imaginar a Ray Charles solamente como un yonqui mujeriego que a ratos toca canciones de Ray Charles y es interpretado por un actor físicamente parecido a Ray Charles. Esperamos, pues, nexos entre vida y obra. Razonamientos y también mirada. Es material sensible. Por partida doble.
Con el reciente estreno de The End of Tour que ficcionaliza el viaje que emprendió el periodista Dave Lipsky junto al genial escritor David Foster Wallace volvemos a encontrarnos con estos problemas. Foster Wallace (1962-2008) fue el escritor de una generación, aquella que creció a la sombra de la revolución sexual y con el surgimiento de la era dorada del consumo, las guerras en diferido y la MTV.
A Wallace le preocupaba el discurso público, el lugar que ocupaba la ficción en un mundo lleno de pantallas
Pero lejos de conformarse, Foster Wallace tomó partido. Escribió crónicas esforzándose en comprender. Es legendario su Arriba, Simba donde analiza al candidato republicano John McCain y a toda una generación de votantes (jóvenes) que se habían quedado fuera de la arena política. Sus crónicas fueron tan importantes como sus novelas, por eso continúa siendo relevante: a Wallace le preocupaba el discurso público, el lugar que ocupaba la ficción en un mundo lleno de pantallas y qué cosas podía hacer un escritor para despertar la atención y también la conciencia.
Grunge torturado
Con su suicidio, comenzó la mitificación global por parte de un grupo de lectores y de medios dispuestos a convertirlo en un icono. Su aspecto, el pañuelo y las gafas, ayudan a imaginarlo más como un grunge torturado antes que cualquier otra cosa.
La película tiene la dignidad de presentar un punto de vista complicado (el genio frente a la persona común). Sin embargo, el Foster Wallace cinematográfico es un “genio incomprendido” desde su primera escena. Nunca entrevemos a un ser humano complicado o a una mente sobresaliente.
El Foster Wallace cinematográfico es un “genio incomprendido” desde su primera escena. Nunca entrevemos a un ser humano complicado o a una mente sobresaliente
Jason Segel se esfuerza al máximo por darle al protagonista un lenguaje corporal retraído y no es casual que su imagen bailando cierre la película. Es, parece sentenciar la película, un hombre luminoso y diferente. Este Wallace imaginario es un monje de auto-ayuda que quiere que seamos “buenos” y no el escritor lleno de coraje de sus libros. Lo que falta es casi todo lo demás.
Apocalíptico 1990
También al leer obras primerizas esperamos ver al genio, sea como promesa intermitente o como esbozo prometedor de sus grandes temas. La primera novela de Foster Wallace, escrita cuando contaba con apenas veinticuatro años, es una prueba de ello. A raíz de su treinta aniversario, La escoba del sistema (The broom of the system) puede leerse gracias a la editorial independiente malagueña Pálido Fuego.
La heroína es Lenore Beardman, una mujer que trata de ser descifrada a la manera de la misteriosa dama de V. en la novela de Thomas Pynchon. Pero que es distorsionada y malinterpretada, como sucedía en la Lolita de Vladimir Nabokov. Todo ello, por supuesto, en un 1990 extraño, histérico, post-apocalíptico dominado por la CNB (Christian National Broadcasting) y donde los grupos de terapia juegan un papel esencial. El talento de Wallace para la comedia verbal y cultural es admirable, como vio ya uno de sus más atentos críticos, James Wood.
En cuerpo y en lo otro
En La escoba del sistema, hay momentos divertidísimos que permanecen intactos en la traducción de José Luis Amores a un español fluido y casi tan elástico como el inglés original. Por ejemplo “Vance Vigorous disfrutaba de una relación especial con Richard Nixon. Mientras el caso Watergate transcurría en colores brillantes, Vance dirigía miradas furtivas, se apretaba el puente de la nariz y se negaba a explicar las causas o dar las razones por las que hacía aquello”. O cuando un (ficticio) gobernador exclama “El estado se está convirtiendo en un gran barrio residencial, en un parque industrial y en un centro comercial. Demasiado desarrollo. La gente se está volviendo complaciente. Están olvidando la forma en que este Estado fue extraído de la naturaleza salvaje”.
El estado se está convirtiendo en un gran barrio residencial, en un parque industrial y en un centro comercial. Demasiado desarrollo. La gente se está volviendo complaciente
Por supuesto, Wallace perfeccionaría sus virtudes y limaría sus defectos. Haría una prosa más dúctil, refinaría su sátira social y permearía mejor su mezcla de humor con tragedia. En esta primera novela vemos como el exceso de bromas filosóficas no añaden siempre profundidad. A veces son caricaturas brillantes sin otro efecto que el del aturdimiento. No pueden sostener toda la comedia durante quinientas páginas. Otras, son una prueba de que Foster Wallace había encontrado algo.
Y ese algo le llevó a La broma infinita, su mejor novela, o a los cuentos de Entrevistas breves con hombres repulsivos. Porque, al fondo de La escoba del sistema, hay un diagnóstico. Esta es la historia de un hombre incapaz de amar en una sociedad hermética, que debilita cualquier comunicación relevante. En cuerpo y en lo otro.