“Sabemos cuáles son las opiniones de la Reina. La Reina no tiene opiniones.” La cita la recoge el periodista de la BBC Jeremy Paxman en On Royal para explicar por qué se sabe tan poco sobre las ideas políticas de Isabel II. La monarca, cuyo reinado abarca ya doce primeros ministros, doce presidentes de los Estados Unidos y siete Papas, también aparece como una figura neutral en sus biografías.
Con motivo de su 90 cumpleaños, las editoriales han encendido las máquinas para sacar nuevas semblanzas. Hicieron lo mismo en 2012 para celebrar el 60 aniversario de su subida al trono. Y ahora, como entonces, han editado libros con poca información, sin primicia y plagados de lugares comunes.
Dos de esas novedades las firman periodistas expertos en la Casa Real británica. La de Victoria Arbiter, Queen Elizabeth II: Pocket Giants, recopila anécdotas personales ya explicadas en todas las biografías de Isabel II: que le gustan los perros y los caballos, que impresionó a Winston Churchill y que es más cariñosa en privado que en público. Queen Elizabeth II de Tim Ewart, aporta como “novedad” mapas de viajes oficiales de la Reina o una invitación para acudir a una fiesta en palacio.
Otro libro recién salido del horno es The Servant Queen and the King She Serves, de la Sociedad Bíblica de Londres, que cuenta con prefacio de la propia soberana y que confirma lo único que se sabe con certeza sobre qué piensa la Reina: que es cristiana.
Muchos libros y poca información
La monarca no ha concedido nunca una entrevista. Ese es uno de los motivos por los que sus biografías no aportan datos relevantes sobre sus ideas políticas. Otro es que la Ley de Libertad de Información británica dificulta el acceso a otras fuentes. Por ejemplo, a los documentos oficiales de la Casa Real, que se embargan durante 20 años. Y los de la Reina, cinco más después de su muerte. Precisamente con ese hecho especula la obra de teatro 'King Charles III', que ganó el Premio Olivier el año pasado. El texto de Mike Bartlett imagina un reinado de Carlos de Inglaterra, pero ya desde su primera escena se deja claro que el peso político de la monarquía en el país es nulo.
La monarca no ha concedido nunca una entrevista. Ese es uno de los motivos por los que sus biografías no aportan datos relevantes sobre sus ideas políticas
En 2009 el Gobierno reformó la Ley de Libertad de Información y las comunicaciones con la realeza quedaron limitadas a “exenciones especiales.” Así fue como el “derecho a saber” que recoge la ley y permite al ciudadano preguntar a sus autoridades sobre cualquier asunto queda prácticamente vedado en el caso de la soberana.
Dificultar el acceso a la información tiene sus consecuencias. Una es que los biógrafos se tengan que conformar con saber qué lleva la Reina en el bolso: pintalabios, pañuelos y unas libras para el cepillo de la iglesia, pero no puedan averiguar qué le parece que Reino Unido abandone la Unión Europea.
Sin fuentes autorizadas
“La Reina es el alma de la discreción”, dice el periodista Andrew Marr en The Diamond Queen. La reserva de la Reina es obligada pero también fruto de una traición. Crawfie, niñera de Isabel y su hermana Margarita, escribió la primera biografía. The Little Princesses es un relato plagado de detalles domésticos claramente pro-monárquico, pero ni la Casa Real ni Isabel perdonaron nunca a la institutriz. Según el historiador Ben Pimlott, quizás sea el único libro con datos de primera mano sobre Isabel II y se publicó en 1950, cuando aún no era Reina.
La reserva de la soberana se contagió a su entorno. Sus allegados hablan, pero casi nunca dan su nombre. Sally Bedell Smith, la escritora que “desveló” el contenido del bolso real, hizo 40 entrevistas para Elizabeth the Queen: The Woman Behind the Throne pero apenas da media docena de nombres en las casi de 700 páginas que tiene su libro.
Marr sí maneja información política y asegura que su Majestad es una mujer interesada por los asuntos constitucionales y que le preocupa el futuro de la Cámara de los Lores. También niega que detestara a Margaret Thatcher, lugar común que aparece en muchas biografías de Isabel II. Habla de ese tema como “mero cotilleo.” Pero tampoco él nombra a sus informadores.
Retratos de soslayo
Algunos autores, conocedores de las limitaciones informativas, optan por retratar a la reina de soslayo. En Monarchy and the End of Empire: The House of Windsor, the British Government el académico Philip Murphy hace un análisis de los discursos y los pocos documentos oficiales accesibles para intuir algunas estrategias políticas de la monarca. Así concluye, por ejemplo, que Isabel eligió Australia para dar su primer mensaje de Navidad como monarca con la intención de que se dejara de relacionar la Commonwealth con el imperialismo.
Según las biografías su Majestad es una mujer interesada por los asuntos constitucionales y que le preocupa el futuro de la Cámara de los Lores
Otros emplearon la misma fórmula. Fue el caso de Ben Pimlott. La propuesta del historiador experto en Laborismo, The Queen: A Biography of Elizabeth II, tampoco es perfecta pero suplió las carencias de entrevista y fuentes ciñéndose a los hechos y analizando los actos y los discursos de la Isabel II.
Su libro se publicó en 1998 y se reeditó en 2012. Es de los pocos que la profesora de Cambridge, Mary Beard, salvaría de la quema. “Cualquiera relato sobre Isabel II está condenado a ser un cuento de humo y espejos”, escribió en The Guardian, artículo en el que resaltaba otro defecto recurrente en las semblanzas reales: la adulación.
“Devoción asexual”
“Isabel II no es una actriz. Bendecida con una sonrisa natural deslumbrante, le resulta imposible encender esa sonrisa con una orden.” Así define Robert Lacey a la soberana en Monarch: The Life and Reign of Elizabeth II. Su biografía no es del todo amable pero las referencias a la sonrisa, la elegancia, la inteligencia o la amabilidad de la soberana se repiten. A esa lisonja constante y decorosa que suscita Isabel II la llama Paxman “devoción asexual.”
Atacar a la reina, a diferencia de atacar a Dios, aún no se ha convertido en un camino de futuro para estar en las listas de los más vendidos
Las editoriales también practican ese fervor, pues saben que la reina tiene tirón. Muchos son los que, como Lacey, creen que la prensa “fue a la yugular” de la Reina con la muerte de Diana de Gales. Pero ni esa crisis impidió que Isabel II volviera a registrar rápidamente altos índices de popularidad que con la entrada en escena de su nieto Guillermo, Kate Middleton y los bisnietos no han hecho más que crecer.
“Atacar a la reina, a diferencia de atacar a Dios, aún no se ha convertido en un camino de futuro para estar en las listas de los más vendidos”, escribió Beard a propósito de esa alabanza sin fin que recibe la Reina de la Commonwealth.
Figura neutral
“A otra gente, celebridades y actores, les pagan para que tengan personalidad. A ella se le pide que la esconda”, dice Marr sobre la postura pública de Isabel II. Para Murphy, “a pesar de haber vivido bajo el intenso escrutinio de los medios, la Reina Isabel II sigue siendo un enigma.”
El 10 de marzo hubo ocasión de comprobar cómo se protege la incógnita. Cuando The Sun publicó que Isabel II apoyaba el Brexit, el Palacio de Buckingham se apresuró a presentar una queja ante el órgano de control de prensa. Todos los políticos, incluido el travieso alcalde de Londres, Boris Johnson, se puso serio para exigir que no se “arrastrara” a la reina hasta la arena política.
Isabel II convoca, prorroga y disuelve el Parlamento y todas las leyes necesitan su consentimiento para aprobarse. Puede indultar a presos, declara la paz y la guerra y no se la puede llevar a juicio bajo ninguna circunstancia. Sus funciones son representativas pero no menores. Según Philip Murphy, las leyes buscan proteger la imparcialidad y neutralidad propias de los reyes de monarquías constitucionales pero provocan que los ingleses de hoy “sepan menos de Isabel II de lo que sabían sus abuelos de Jorge V.”