Es así de sencillo: si la criatura queda vacía de textos sufrirá una muerte prematura del corazón y de la imaginación. Lo dijo George Steiner, para quien privar del hechizo de la narración es algo similar a un entierro en vida. Toda aventura empieza al abrir un libro, sobre todo, si a quien se desmiga es a uno de los autores más incorrectos y populares de las letras infantiles. Roald Dahl, que nació ahora hace un siglo, es más urgente que nunca. Justo ahora, que exigimos una ideología impoluta a los libros para que no muerdan, Dahl es un atentado contra la pulcritud.
La nueva moda de lo limpio ha expulsado, por ejemplo, de muchos centros escolares norteamericanos a Huckleberry Finn. Es que aparece la palabra “nigger”. También en Moby Dick hay diálogos que podrían pasar como racistas, pero a quién extraña que una sociedad racista y machista escriba como lo machista y racista que es.
A los niños les damos las historias más dogmáticas y didácticas, las más moralistas posible para que nunca se salgan de las normas
Dahl, fallecido en 1990, no tiene ningún problema de conciencia al presentar a una abuela maltratadora. Tampoco le importa saltarse a la torera la clásica narración de aventuras, con sus peripecias arriesgadas, en la que un héroe inicia un viaje hacia lo desconocido, que le llevará a tomar decisiones trascendentales que terminarán por transformarle. Es una de las ventajas de haber llegado con un siglo de retraso a la edad dorada de la literatura infantil y juvenil en lengua inglesa.
James y el melocotón gigante (1961) podría parecer una de estas, pero la desazón de los personajes de Dahl lo hace único. “A los niños les damos las historias más dogmáticas y didácticas, las más moralistas posible para que nunca se salgan de las normas. Ahora pretendemos que la literatura infantil adoctrine a nuestros hijos, pero Dahl trató de escapar de todos esos estereotipos que el adulto pretende colar”, cuenta Ana Julia Salvador, directora de la Biblioteca de Vallecas, de la Comunidad de Madrid, fiel lectora del autor inglés.
Dahl es uno de los grandes aliados de las bibliotecas. Charlie y la fábrica de chocolate siempre está en el top préstamos. Los colegios mandan a sus alumnos y los bibliotecarios reciben a los usuarios más jóvenes con talleres y actividades, más en este año que se celebra su centenario. “Hoy en día no se le publicaría para niños”, asegura tajante la directora.
El atrevimiento del escritor a cuestionar a los grandes referentes inamovibles de los más pequeños haría de él un sospechoso habitual
“La suya es otra visión para los niños y en estos momentos se les protege tanto que no se les ofrece una lectura crítica de la vida. Es una literatura demasiado depurada. Pero Roald Dahl es mucho más crítico e incorrecto que todo eso”. El atrevimiento del escritor de Fantastic Mr. Fox (1970) a cuestionar a los grandes referentes inamovibles de los más pequeños -como familia y profesores- haría de él un sospechoso habitual, cargado de un explosivo de primera: la ironía.
En parte así es su biografía, puro sarcasmo y contradicciones. Antes de publicar su primer libro, Los Gremlins (1943), entra con 21 años, en 1934, a trabajar en la compañía Shell, en Londres, que al acabar su período de aprendizaje lo manda al extranjero. Dahl rechaza Egipto porque es un lugar “demasiado polvoriento”. Así que es destinado al Este de África, a Tanganita (ahora Tanzania).
En la oficina de Dar es Salaam viaja, explora y conoce la parte más salvaje del país. Visita minas de oro y diamantes, plantaciones, se cruza con la fauna, juega al golf y fotografía su plácida vida. Hasta que Inglaterra declara la guerra a Alemania, en septiembre de 1939. Como Dar es Salaam fue colonia alemana y los oficiales británicos temían que la población alemana residente se rebelara contra ellos, planean arrestarlos a todos en un campo de prisioneros. Pero necesitan hombres, así que reclutan a todos los ingleses de la zona: a Dahl lo ponen al frente de 25 soldados africanos.
Lejos de salir espantado de la experiencia, meses más tarde se alista en la Royal Air Force (RAF), donde sirve como piloto de guerra, primero, para luchar contra los italianos en el Oeste del desierto de Libia. De ahí, tras un grave accidente en el que se fractura el cráneo, pasa a combatir en Atenas contra los nazis -los diez días más peligrosos del soldado Dahl-, para terminar en Egipto y Siria.
Escribe, escribe
Siguiente parada en la alocada vida del todavía no autor de Matilda (1988): embajada británica en Washington, donde conoce a Hemingway, Harry Truman, Franklin Roosevelt, Henry Wallace y se entrega a su trabajo de espía. Es entonces cuando la casualidad desata la tormenta de la escritura. A partir de un artículo publicado en 1942 sobre sus experiencias como piloto llega todo lo demás.
Media vida quitando la vida, media vida devolviéndola. De la guerra a los libros. Del artículo a los Gremlins apenas hubo unos meses. A Walt Disney le gusta el relato de su amigo y lo ilustra para el libro. Y de la tormenta de la escritura a la tormenta de los derechos de autor: la RAF quería su parte del pastel Gremmlin porque eran criaturas que saboteaban sus aviones. Si alguien podía reclamarlos como suyos era el Ejército del Aire. Pero Disney ya había encendido el rodillo legal y en pocos meses estaba con el merchandising a pleno rendimiento. El resto de la historia, se la imaginan: James, Charlie, los cretinos, el guion de Chitty Chitty Bang Bang (1967), las brujas, Matilda, La maravillosa medicina de Jorge (1981) y, entre otros tantos, Cuentos en verso para niños perversos (1982).
Ese libro. “Ni siquiera lo están reeditando por cómo revisa los cuentos tradicionales Dahl. Los niños se tronchan con su versión de caperucita”, cuenta Ana Julia Salvador. Oídos sordos de la industria y de los padres. Los enemigos de la suciedad son los que la niegan, como si fueran a acallar al piloto Dahl, que carga a sus lectores con el arsenal que se defiende la mediocridad de los tiranos. Tirano es, en los cuentos y en la calle, todo aquel que trate de atentar contra nuestra libertad, ya sea un padre, una madre, una abuela o un Consejo de Minsitros.
Tirano es todo aquel que esconda en el fondo de la estantería Cuentos en verso para niños perversos por miedo a ofrecer un arsenal de curiosidad y entusiasmo, por temor al dolor y el sufrimiento que enseñan que la vida es algo más complicada que leer un libro en un sillón al sol. En Dahl no hay euforias ni fanfarrias, tampoco garantías ni salvación. Dahl es una jauría hambrienta, que enfrenta al lector a las contradicciones de esos seres grotescos que amenazan con quedarse con su dignidad.
¿Demasiado incorrecto?
Su batalla sigue siendo póstuma contra la santísima trinidad de la fe pitiminí: depuración, corrección y estereotipo. Dahl fue el único que se atrevió a hacer que los buenos pensaran mal y vivieran en los márgenes, donde los escrúpulos son desclasamiento.
“Es demasiado incorrecto, por eso gusta tanto a los niños. Hoy no le publicarían”, ahora quien habla es Lola Casas, profesora retirada, que abrió un libro de Roald Dahl por primera vez en 1981, con las primeras traducciones al castellano. Era La maravillosa medicina de Jorge. “Pensé: “Joder, cómo voy a dar esto en clase”. Es una abuela torturadora que obliga a su nieto a comer miserias y terminan por matarla”, recuerda. Aquel año la clase envió una felicitación a Dahl por Navidad. Y contestó.
Dahl recibía los trabajos escolares que mandaba mandaban los alumnos de la escuela Camí del Mig de Mataró
Durante cuatro años Lola, que ahora es la comisaria del año Dahl en las bibliotecas de Cataluña, mantuvo correspondencia con el grandullón. Y en el verano de 1983 viajó a casa de Dahl a conocerlo. “Es el hombre de mi vida, tengo 64 años”, dice y no niega sus destellos misóginos. Al parecer, Dahl recibía los trabajos escolares que mandaba mandaban los alumnos de la escuela Camí del Mig de Mataró (Barcelona). “El tío se lo pasaba bomba con nosotros”. Del viaje sólo tiene buenos recuerdos: “Nos vino a recoger a la estación. Nosotras tres, su coche y dos perros. A la hora de la siesta nos dejó en el jardín hablando con su mujer y él se fue a dormir”. De aquellos días todavía mantiene correspondencia con la actriz Anjelica Huston, que interpretó la versión cinematográfica de Las brujas.
“Sus obras no mueren, aunque hayan sido escritas hace 30 años. De hecho, afortunadamente fueron escritas entonces. Dahl es, como dijo mi hijo, alta literatura para niños”, explica. “Sus personajes, tanto los buenos como los malos, tienen una fuerza impresionante. Los cretinos, por ejemplo, los dibuja como seres horripilantes, feísimos porque con los años la maldad ha ido subiendo al rostro hasta desfigurarlos”. En España, la editorial Nórdica está recuperando toda la producción de Dahl para adultos.
Bibliotecaria y maestra coinciden en que Dahl es importante para convertir a un niño en un lector. A partir de los nueve años, campo libre. Les gusta su ironía, les gusta su transgresión. Les gusta su ironía. “Con su lectura llega el sentido del humor. Uno muy cáustico. Espero que Spielberg no me estropee El gigante bonachón”, dice Lola. La película se estrena este verano y el maestro hace referencia a todo el universo icónico de Dahl, sin olvidar a su ilustrador de cabecera, Quentin Blake.