César Aira tiene un sueño recurrente que ha convertido en relato. Aunque en el sueño muere, no es una pesadilla. Al menos, no lo cuenta retorciéndose de dolor. Acaba de empezar su sopa de pescado y habla de una de sus lecturas favoritas, el Artforum. La revista mensual de arte más popular se edita desde 1962 y a Buenos Aires, antes, no llegaba con facilidad. Así que se suscribió a ella, porque siempre encontraba asuntos sobre los que pensar y escribir. Pasaba páginas, miraba, leía, tomaba notas. Una Biblia laica.
El último dato importante para cerrar el sueño húmedo -aunque al final muera, insistimos- es que el gran escritor argentino vive en Buenos Aires junto a una comisaría de policía y las patrullas pasan delante de su puerta sin cesar. Perdón, el trasiego no cesa. Ya estamos en el sueño: acaba de recibir el ejemplar a la puerta de su casa y ha salido a buscarlo, con la mala suerte de que una pistola de los cientos de policías que deambulan en los alrededores de su casa se ha disparado y ha ido a alojarse en su cuerpo. “Y yo muero abrazado al Artforum”. Parece una muerte dulce, como la señora de 90 años que lo hace delante de la tele.
¿Qué diferencia hay entre un artista plástico y un novelista? ¿Y entre César Aira y Marcel Duchamp?
El arte es eso: “Crear valores nuevos”. Ni siquiera es “necesario hacerlo bien”, lo importante es crear nuevos valores. Es decir, “intervenir en la historia personal del espectador, crearle un gusto, darle una nueva mirada”. La literatura también, pues “crear valores es contar historias”. Por eso el objeto se vuelve secundario respecto del relato del que emerge. Incluso el soporte en el que lo haga. Es más, ¿qué diferencia hay entre un artista plástico y un novelista? ¿Y entre César Aira y Marcel Duchamp?
Aira expuso obra suya una vez en la vida. Tres cuadros. Breve. ¿Es esto lo que le convierte en artista camuflado en escritor? No. En la obra de Aira tampoco existe la necesidad de “hacerlo bien”. Es más, ni siquiera la de escribir libros, como él mismo dice. Él, productor insaciable, podría parecer que no teme a la página en blanco. “Hoy hay un síndrome peor que el de la página en blanco, el de la página llena. ¿Qué hace hoy un autor joven si en internet está todo? Sólo pueden intervenir en lo creado. La página en blanco es mucho mejor que la página llena. Lo único que no está en esa página abarrotada soy yo y de ahí viene, creo, ese plus ombliguista. Pero no me quiero poner apocalíptico”, asegura.
Libre de libertad
“Todo debe estar permitido para que lo que surja de ese todo tenga el valor liberador que deberíamos reclamarle al arte”, escribe en su pequeña joya seria Sobre el arte contemporáneo, publicado por Literatura Random House. Aira se pregunta ahí si la libertad podría hacer algo parecido a lo que ha conseguido el arte contemporáneo con tanta facilidad: lograr el rechazo. “La libertad es la libertad de no gustar”, dice el autor. Y la conclusión es que “a la literatura le resultaría muy difícil”.
Hemos pasado al segundo plato, un buen trozo de carne en salsa, y aparece el artista coreano que se mea en los pantalones como epítome del mal artista de arte contemporáneo. Porque la libertad de no gustar y ser rechazado no garantiza el éxito, ni justifica los medios. “Siempre ha habido artistas malos”. Siempre ha habido “Enemigos del Arte Contemporáneo”. “El enemigo del arte contemporáneo es importante para que el arte viva y siga viviendo. El enemigo es el que siempre está dándoles ideas a los artistas, sobre todo a los artistas malos”, dice. El Aira que escribe lo cuenta así: “La lógica del imaginario difamatorio [“nadie me hará creer que colgar del techo preservativos llenos de mierda es arte”] está en el origen de la creatividad”.
El principal combustible de la indignación del Enemigo del Arte Contemporáneo son los millones que gana el artista con sus “prestidigitaciones”
El enemigo del arte nace con Duchamp, con su mingitorio. Y a partir de ahí, la confusión entre los artistas y los artistas coreanos que se hacen pis en los pantalones. Nos referimos tanto a Marcel Duchamp porque durante la comida con quien asegura nunca será Premio Cervantes emergen dos dioses (de los que salen en Artforum): el dios surrealista y Pablo Picasso. Compra todos los libros que encuentra de ambos artistas. Por cierto, que en su casa ya no cabe ni uno más, tiene una biblioteca de cerca de 10.000 ejemplares (sin contar con los de su mujer). Están pensando en alquilar un apartamento chiquito para llevarlos allí.
El principal combustible de la indignación del Enemigo del Arte Contemporáneo son los millones que gana el artista con sus “prestidigitaciones”. Por eso la literatura contemporánea no tiene un enemigo propio. Porque los que ganan millones son los autores de best sellers, no artistas coreanos que… y ningún Enemigo de lo Contemporáneo disparará jamás contra un autor de best sellers. Tampoco existe en la narrativa “algo que haya sido institucionalizado como literatura contemporánea”. Quizás a la literatura le cueste ser contemporánea, quizás le cueste más que al arte librarse del discurso que lo obliga a justificarse como tal.
La literatura sigue siendo minoritaria con aspiraciones populares
“El mercado del libro sigue siendo convencional. La literatura sigue siendo minoritaria con aspiraciones populares. Hay algo constitutivo en la literatura que le impide ir más lejos, algo que no le ocurre al arte. Los formatos son la única opción que le queda a la literatura”, comenta. César Aira quiere escribir como pinta Neo Rauch. “Lo adoro. Me he comprado todos los libros sobre él. Él es mi equivalente”.
En el MoMA están haciendo ahora una obra de arte colectiva a partir de un texto suyo, El pintor viajero. Dice que nunca quiso preocuparse de lo que hacían con ella y lo cuenta con desdén, hasta que vio lo que hicieron con ella. “Uno metió un disco de vinilo”. Ahora, indignación. César Aira también es Enemigo del Arte Contemporáneo. Todos lo somos.