Bueno, controversia. El prolífico filósofo riojano fallecido hoy era visto a ojos de la industria editorial y sus consumidores como un pensador encarecidamente disidente, con una vehemencia incontinente capaz de poner patas arriba cualquier plató de televisión y hacer que el contenido quedara oculto por el continente.
Desde ese mito en el que se convirtió, trató de arengar a la derecha contra la inercia derrotista que entregaba el partido al aparato intelectual de la izquierda en la guerra cultural de la transición. Gustavo Bueno creó una nueva hoja de ruta para la derecha en democracia, cuya base reside en el ensayo titulado El mito de la derecha. ¿Qué significa ser de derechas en España? (Temas de Hoy), desde donde el pensador marxista sacudió fuerte a los tópicos más asentados de la opinión pública: empezando por el “pensamiento Alicia” del ex presidente José Luis Rodríguez Zapatero a la telebasura, a la que tan ligado se mantuvo al final de su carrera.
En la reconstrucción de esa identidad, Bueno cuestionaba los mitos asumidos y era lo que irritaba. Mover las cosas de su sitio, ya saben. A fin de cuentas, quién se atreve a jugar con las pasiones. El filósofo defendía en aquel libro que la derecha es un planteamiento estático a conservar el Antiguo Régimen, mientras la izquierda pretende transformarlo.
Y Bueno ahonda en su matiz: la derecha es la reacción conservadora ante la acción transformadora. Es decir, el Antiguo Régimen se convierte en derecha cuando la izquierda lo ataca. Así avanzan juntas la izquierda y la derecha, perpetuando un agotador matrimonio agotado. “Si mantuviésemos la definición de la izquierda por el progresismo, habría que considerar como héroes de la izquierda al marqués de Salamanca, a Henry Ford o a Gustav Krupp”, escribe.
Extremos unidos
Quiso Gustavo Bueno crear un corpus que demostrara que la mitología progresista no resiste el escrutinio de la razón crítica y liberada de prejuicios. Antes de que Podemos pusiera en el centro del debate político que la dualidad estaba agotada, que los privilegios de cuna heredados de la Transición estaban fuera de lugar, antes de que ellos pretendieran anularla sin identificarse con ninguno de los dos posicionamientos, Bueno sostenía que ya no tenía sentido hablar de izquierda y derecha, porque la distinción propia durante el Antiguo Régimen (y la Revolución Francesa) hoy es un anacronismo. Un mito partidista, apenas un recurso electoral. Contra la organización binaria de las categorías políticas planteó una reorganización plural, en la que el centro político desaparecería junto con los extremos que le alimentan.
Los extremos no cesan de tocarse: si bien Podemos y Gustavo Bueno viven en las antípodas -como el propio filósofo se ha encargado de hacer ver en una entrevista a este periódico-, trató de llevar la filosofía a la política y utilizar los medios de comunicación masivos para conseguir hacer entender al telespectador y votante sus planteamientos contra una sociedad que, lamentablemente, funciona sin reparar en los vicios asumidos. Había que romper el eje izquierda-derecha con las herramientas a mano y demostrar que no tenía ningún sentido histórico postergar la política nacional a estas casillas.
Tal y como le pasó a Gustavo Bueno, que trató de ser el filósofo del pueblo y hacerse entender en las tertulias y acabó siendo más cuestionado que leído, Podemos parece haberse quedado sin aire ni agenda cuando ha entrado a formar parte de ese Antiguo Régimen prorrogado. La disidencia de Bueno soñaba con un debate político más sofisticado. Aquí seguimos, a la espera.