La literatura vasca despierta y pierde el miedo a ETA
El alto al fuego ha liberado a los escritores vascos de las presiones del entorno de la banda terrorista y de Madrid: "No habíamos podido escribir libremente".
7 septiembre, 2016 01:05Noticias relacionadas
“Nos hemos acordado de cómo era la bestia cuando nos hemos acordado. A mí me hubiera gustado espabilarme antes de que ETA era eso, la culebra”. Al otro lado del teléfono Ramon Saizarbitoria (San Sebastián, 1944), un referente para la mayoría de los escritores vascos en euskera sobre el conflicto armado, cuyas obras traducidas al castellano pasan desapercibidas. “Tengo mucho respeto por el millar de lectores que tengo”, asegura. Nada que ver con la maquinaria de promoción de un grupo editorial como Planeta y su sello Tusquets, donde Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) acaba de publicar Patria, la novela que podría pasar como la primera en haber perdido el miedo a ETA.
“Yo no he sido de ETA porque no he tenido cojones cuando esto era una dictadura, en los sesenta. ETA caía muy muy bien. Ahora me arrepiento y no me cabe duda de que la lucha armada es inútil y no tiene salida, pero durante la dictadura no me producía consternación el asesinato de los represores”, añade Saizarbitoria. Reconoce que ahora entiende que no se debería haber matado, que tardó mucho tiempo en asimilar este pensamiento, pero que no hay que exigirle nada a la literatura. “La literatura irá dando sus frutos. Hay que juzgarla a largo plazo. Lo que hay que importa es descubrir la postura civil del escritor frente a los hechos”, cuenta el escritor vasco.
Harkaitz Cano (Lasarte, 1975), autor de Twist (Seix Barral, 2013), señala tres libros muy significativos de Saizarbitoria en la evolución de la construcción del relato sobre el conflicto terrorista creado desde el País Vasco: Martutene (Erein, 2013), Guárdame bajo tierra (Alfaguara, 2002) y 100 metros (1973). Y apunta otro hito que muestra cómo ETA, si bien no fue un tema recurrente, no desapareció nunca de la narrativa euskera: Letargo (traducido por Alberdania en 2005) y reconocido con el Premio Euskadi de Literatura de 2004, en la que a lo largo de cinco narraciones esgrime un tratamiento desde la voz personal del conflicto.
Antes, la herida estaba muy abierta y los escritores no sabíamos cómo abordar el tema
“Este libro abrió una vía más íntima y de las repercusiones psicológicas de la sociedad”, dice Cano, que lamenta la poca repercusión que tiene la literatura euskera traducida al castellano y las pocas traducciones que se hacen. “Es innegable que desde el alto el fuego se escribe de otra forma”, sostiene tajante Harkaitz. “Antes, la herida estaba muy abierta y los escritores no sabíamos cómo abordar el tema. Han salido experimentos raros. Pero sí que ha habido un antes y un después, no en calidad literaria, sino en la tranquilidad del relator. La presión ha bajado”.
Presión doble
Kirmen Uribe (Ondarroa, 1970), Premio Nacional de Narrativa 2009 por Bilbao-Nueva York-Bilbao (Seix Barral), coincide con Cano: “Claro que había presión, pero doble: la de Madrid, que quería que se contaran las cosas a su manera, y la de ETA y su entorno, que no admitía de buena gana una crítica a su actividad”. El escritor vasco, recuerda, “no ha podido escribir libremente”. Pero ahora las cosas han cambiado, asegura, y se puede hablar con tranquilidad sobre lo que ha pasado. Otra cosa es que la gente quiera tomar distancia de los años duros de plomo.
Uribe está en pleno remate de su próxima novela, que aparecerá en noviembre, y será la historia de una mujer, un siglo de vida del País Vasco, España y Europa. “Muy política”. No es capaz de recomendar una novela sobre el conflicto, porque cree que todavía no se ha escrito. “Las víctimas deben ser reconocidas, pero para hablar de ETA como material literario todavía deben pasar muchos años”.
La literatura teje un lugar en el que pueden encontrarse diferentes sensibilidades. Es un lugar de diálogo que sólo puede darlo el arte
En contra de los anteriores autores, Eider Rodríguez (Rentería, 1977) no cree que haya existido falta de libertad o presión social sobre los escritores que han tratado el conflicto, la presión parece estar en otro lugar. “Entiendo que es un tema difícil de tratar, pero no por la presión social, sino porque es un tema con unas raíces muy profundas y porque el discurso mediático va por otros derroteros. La literatura teje un lugar en el que pueden encontrarse diferentes sensibilidades. Es un lugar de diálogo que sólo puede darlo el arte. Confío más en eso que en la política como lugar de encuentro”.
En 2014 apareció Nuestras guerras. Relatos sobre los conflictos vascos (Lengua de Trapo), en el que se incluyen piezas de narrativa corta de autores vascos como Bernardo Atxaga, Ramón Saizarbitoria, Inazio Mujika, Iban Zaldua, Jokin Muñoz, Harkaitz Cano, Arantxa Iturbe, Karmele Jaio o Eider Rodrígez. La escritora aparece en la selección con un relato que trata la perspectiva de una mujer que termina descubriendo que su pareja exiliada ha rehecho su vida, lejos, con otra persona. “ETA no es un tema tabú en la narrativa vasca. Se ha escrito narrativa, poesía y relato corto”, asegura a este periódico. “El conflicto armado ha finalizado, pero el conflicto no ha terminado”.
Echo en falta autores que lo cuenten desde un lugar y acaben en otro. Que se muevan y que nos haga movernos de nuestro lugar
Explica que lo que más le interesa del conflicto en materia literaria no es un producto efectista. “No es una historia de buenos y malos. Hay que mojarse para entender y acercarse a otro punto de vista que no es el tuyo”, cuenta, y señala que, sobre todo fuera del País Vasco, el discurso narrativo y cinematográfico sobre la violencia armada está “totalmente estereotipado” en la construcción de los personajes, sus motivaciones e incluso su estética. “Echo en falta autores que lo cuenten desde un lugar y acaben en otro. Que se muevan y que nos haga movernos de nuestro lugar, que nos obliguen a dialogar de verdad, al fin y al cabo”, añade la autora de las obras traducidas al castellano Carne (451 Editores) y Un montón de gatos (Caballo de Troya). Por eso niega el listón moral en la literatura, porque “los trabajos que nacen tan condicionados engordan un discurso hegemónico”.
Lucha por el relato
Estos días llega a las librerías también un ensayo importante sobre el relato del conflicto en el producto cultural: El eco de los disparos. Cultura y memoria de la violencia (Galaxia Gutenmberg), un ensayo escrito por Edurne Portela (1974), en el que cuenta de qué manera se está produciendo en este momento una lucha por la apropiación del relato que explique la historia de la violencia en los territorios vascos, a la vez que se está promoviendo la equiparación de culpas y responsabilidades. “La equiparación entre las víctimas asesinadas por el terrorismo de ETA y aquellas catalogadas como víctimas de Estado es no sólo perversa, sino también obscenamente falsa”, escribe.
Como la investigadora explica, no son pocos los creadores que han intentado representar a las víctimas tanto de ETA como del terrorismo de Estado, tratando de llamar la atención sobre el sufrimiento y aprovechando la fuerza del matiz de la literatura. “Sí critico que se traslade una lucha al campo de la imaginación, creando así una serie de tabúes en torno a la representación tanto de la víctima como del perpetrador que no me parecen productivos si queremos avanzar en la resolución de este problema”, cuenta.
Con gran lucidez, Portela explica que representar a la víctima y al terrorista como entidades impermeables, inamovibles y encasillados en un binomio claro y diferenciado “no ayuda a reivindicar a la víctima, sino a mantenerla aislada en su referencia radical”. La historiadora esgrime la importancia de aquellas obras que han tratado de ampliar una imaginación reducida y enquistada. Contra la violencia, el silencio, la indiferencia y la complicidad, explica que la literatura puede aportar matices que muestren la complejidad del conflicto. No promueve un conocimiento que justifique ni explique, “sino que abra la puerta al interrogante, que nos ayude a profundizar para así llegar a imaginar alternativas fuera de las dinámicas generadas”.
La literatura puede ser un laboratorio. La ficción permite anticiparse a la sociedad y a situaciones
Esa es la posibilidad que abre la literatura a un conflicto que necesita matices y difusión, como dice Harkaitz Cano: “La literatura puede ser un laboratorio. La ficción permite anticiparse a la sociedad y a situaciones. Tampoco le pediría mucho más, que para eso están los Parlamentos”. Kirmen Uribe añade que no puede abrirse una guerra, ni aceptar un solo relato aunque se trate de imponer. “Siempre habrá diferentes relatos. Este asunto hay que mirarlo desde muchos puntos de vista, siempre siendo críticos con quienes han estado en contra de los Derechos Humanos y la vida. Esa es la base. Yo no creo en un único relato”, cuenta.
Hablar de vencer y derrotar no es el campo de lo literario
“Que el conflicto haya bajado las revoluciones abre nuevas posibilidades”, dice el escritor de relatos Iban Zaldua (San Sebastián, 1966), que tampoco ha esquivado el conflicto armado como materia de sus creaciones. En 2012 compiló el libro Ese idioma raro y poderoso. Once decisiones cruciales que un escritor vasco está obligado a tomar (Lengua de Trapo). Recuerda a autores como Jokin Muñoz, que se arriesgaron en los años más duros y desde Navarra, un autor que defiende el euskera y al que la izquierda abertzale tiene muy marcada. Cree que hay que reconocer a todos los autores que han estado trabajando sobre el tema, “negarles el pan y la sal es despreciar de manera gratuita su esfuerzo”.
“La literatura no es el relato oficial. Está para aportar nuevas visiones y diversidad. Hablar de vencer y derrotar no es el campo de lo literario. Escribir y hacer literatura de partido me da miedo”, añade Zaldua. Ramon Saizarbitoria tiene el broche al debate: “La literatura irá dando matices al conflicto cuando lo rumiemos y asimilemos. Tranquilos, ya dirá lo que tenga que decir”.