Dice Diana López Varela (Pontevedra, 1986) que España no es país para coños (Península). Y lo hace sacando el feminismo del armario teórico, hablando de sí misma, de sus experiencias sexuales y emocionales, de sus padres, de la construcción de su identidad. Lo hace a ratos conglomerando obviedades -que a veces es necesario leer juntas, como un catálogo de la vida secreta de la vagina- y a ratos derribando tópicos. Lo hace -y esto es especialmente interesante- sin explicarle a las mujeres qué tienen que hacer, sin convertir el feminismo en una guía por pasos, en el selecto club de las niñas velludas que no quieren casarse ni tener hijos; mujeres que enseñan los pechos para reivindicar la libertad de su cuerpo y entienden al hombre como enemigo. Nada de esto último es feminismo por concepto. Un movimiento de igualdad no puede construirse en base a estéticas ni fobias.
"No conozco a ninguna feminista que luche en contra del derecho de las mujeres a ser madres, pero sí a muchos y muchas antifemimachistas que critican a las mujeres que no quieren serlo: los derechos a la maternidad, a los partos seguros y a las prestaciones por baja maternal son el resultado de la lucha feminista". Pero aún hay que subrayarlo para los oídos sucios. López Varela -guionista, bloguera y columnista- se lanza a la yugular del estereotipo y recuerda que el feminismo no quita la libertad de elección de las personas: simplemente, reconoce los derechos de las mujeres a trabajar fuera de casa y a competir en igualdad de condiciones. Lo único contrastable, a día de hoy, es que las mujeres cuidan a la familia y únicamente entre un 10 y un 15% de ellas ocupan puestos de responsabilidad.
¿Y el hombre?
Pero, ah, ¿y el hombre? ¿Es que él no trabaja? ¿Es que no cuida a sus hijos? ¿Es que no merece su custodia -esto en el libro ni se discute: sí-? ¿Y las denuncias falsas... -según la Fiscalía General del Estado, un 0,018%-? No. No se trata de eso. Se trata de que "en ningún lugar del mundo, en ningún momento de la historia, se ha discriminado a los varones por el mero hecho de serlo", y que "ningún proceso de opresión, dictadura o esclavitud humana tuvo por objetivo discriminar al hombre por razón de su sexo".
El feminismo es necesario porque en ningún lugar del mundo, en ningún momento de la historia, se ha discriminado a los varones por el mero hecho de serlo
"Los hombres negros, judíos, migrantes u homosexuales han sufrido violencia y represión por su condición social o sus preferencias sexuales, nunca por su género", aclara. No así la mujer. Y de aquí parte el feminismo: de una brecha ancha y dolorosa que sopla siglos de vida. Se trata de que desde 2001 y hasta abril de 2015 -es decir, en menos de 15 años- 886 mujeres han sido asesinadas a manos de sus compañeros sentimentales en España. "La bestialidad de esta cifra se peude ver comparándola con los 829 asesinatos de ETA cometidos 36 años".
Tampoco va la historia de prohibirlo todo, ¡hasta los piropos! El feminismo no es misandria -aversión a los varones-. Pero está claro que "decirle a una mujer que conoces y respetas algo bonito acerca de su indumentaria o físico parte de un acuerdo previo y/o tácito entre ambas personas" y que "silbar, berrear, manosear u opinar en alto sobre el cuerpo de una desconocida o de una mujer con la que no tienes relación de intimidad -un caso frecuente en el entorno laboral, por ejemplo- es acoso puro y duro".
¿Ellos de Marte, ellas de Venus?
La autora sabe que existen las diferencias entre hombres y mujeres y las recorre sin tapujos para llegar a una suerte de conclusión: en lo fundamental, no somos tan distintos; y, cómo no, nuestros derechos deben ser homologables. Que las mujeres tengan más memoria y los hombres sean mejores matemáticos, que ellas puedan repasar la lista de la compra mientras hace el amor y ellos sean más racionales no-importa-en-absoluto-en-lo-esencial. Lo que sí marca la hendidura entre unos y otros -y está demostrado científicamente- es la confianza que se nos imprime desde el cascarón. Los "no puedes hacerlo". Los "no llegarás". Los "no lo harás tan bien como".
Lo que sí marca la hendidura entre unos y otros es la confianza que se nos imprime desde el cascarón. Los "no puedes hacerlo". Los "no llegarás". Los "no lo harás tan bien como"
López Varela habla de "la puta regla" y la desmenuza para dummies, habla de los anticonceptivos, los tampones, las compresas, los prejuicios y la salud sexual. Derriba la leyenda esa de que las mujeres son "peores amigas" entre sí -o, más bien, que discuten más- alegando que sus vínculos son mucho más estrechos que los de los hombres, y que "buscamos comprensión, amor, cariño, ternura, confidencias, generosidad, tolerancia, apoyo incondicional, diversión y hasta hacer negocios; vamos, que menos acostarnos con ellas, lo queremos todo... y a veces también acostarnos con ellas".
Sostiene que las mujeres que dicen que se llevan mejor con los hombres -porque Ellas son unas histéricas envidiosas- realmente son "unas hijas de puta, además de pesaditas, y nunca han tenido en su vida una amiga de verdad". Hala, ya lo ha dicho. A la vez, le echa ovarios para defender que ¡claro que una mujer puede criticar a otra aunque sea feminista! "Si nos cae mal una mujer ya nos cuelgan el sambenito de 'celosas' o 'envidiosas', calificativos que presuponen que una mujer, sólo por el hecho de serlo, se enfrentará a cualquier otra como una zorra despiadada. ¿No son estos comentarios machistas?". Esto del feminismo quizá consiste en superar esa tradición en la que la mujer ha estado tradicionalmente pegada al macho, a la casa, y compitiendo por él, por ser la elegida; y mucho menos acostumbrada a trabajar en equipo, por y para la mujer.
Amor y orgasmos
No es país para coños llega a defender la necesidad de sentirse amada y, a la vez, dinamita la obligación moral de sentar la cabeza. Se sacude los dogmas: invita a cada una a meterse en sus cosas y a dejar de pensar en la vida sentimental y reproductiva de las otras como si fuese la suya. Enumera las estupideces clásicas de las relaciones de pareja: mentir en el sexo, decir que nos apetece mucho tener hijos, aguantar a los amigos del otro meterlos en casa, presentar a los padres, renovar el armario, contarle todo el pasado, compararte con su ex... los hoyos son infinitos. Siempre sale alguno más.
A la mujer feminista le gusta hacer disfrutar al hombre -o a otra mujer-, puede follar con la luz encendida y mirar de frente. Se siente segura de su cuerpo
Como reclamo publicitario, el "si piensas feminista, follas mejor" no tiene desperdicio. La feminista va más allá de la penetración -que no se quita la costra del falocentrismo-, se arranca la cultura heteropatriarcal de mujer-recibidora-pasiva y hombre-dador-activo y no finge tener orgasmos. A la mujer feminista le gusta hacer disfrutar al hombre -o a otra mujer-, puede follar con la luz encendida y mirar de frente. Se siente segura de su cuerpo. Intenta hacerle ver al otro que el sexo no es sólo esa enciclopedia de porno que los chavales llevan consumiendo desde los quince.
El puesto es para quien la chupa
En el capítulo ¿Y tú, a quién se la has chupado?, sugiere que para muchos -y, ay, también para muchas- "una de las principales virtudes de la trabajadora española es la de saber chuparla bien, con cariño y sin morder": "Chuparla suave, primero a su jefe directo o a su encargado, para después pasar a chupársela al responsable de Recursos Humanos", ironiza la autora.
"Lo grave es que las españolas la debemos de chupar muy poco en realidad. El desempleo femenino se ha duplicado en los años de la crisis hasta llegar al 27%, una cifra que triplica la media europea. Según un estudio realizado por la UGT en 2015, las mujeres cobran de media un 24% menos que los hombres". En España habrá sólo paz para los penes hasta que deje de ser el segundo estado de la Unión Europea con más paro femenino.
Las españolas la debemos de chupar muy poco en realidad. El desempleo femenino se ha duplicado en los años de la crisis hasta llegar al 27%, una cifra que triplica la media europea
España -dice Diana- necesita más mujeres con amigas lesbianas. Porque "no hay nada peor para el patriarcado que las mujeres que no necesitan a los hombres, ni siquiera para enamorarse, ni para formar una familia; ni para ser protegidas, sexualizadas, folladas". España será un país -también- para coños cuando deje de necesitar libros como el de López Varela, con una vagina en forma de península ibérica en la portada. Cuando eso deje de chirriar. Cuando tengamos grabado en el imaginario popular -con un poco de suerte- las leyes vitales básicas que cuenta dentro.