Tafetán es una palabra milagrosa, que vuelve seda todo lo que toca. Incluso un chándal. Las cualidades del tejido convierten lo áspero y marchito, en algo cómodo y brillante. El comunismo en consumismo. Las palabras tienen el poder de cambiar el mundo. Es un milagro que el marketing -este artículo no contiene la palabra “capitalismo”- practica desde que el Muro pasó a mejor vida. Como el Che, Fidel dejará de ser propiedad de la isla para convertirse en un producto universal, cargado de atributos inalcanzables para cualquier marca: revolucionario, carismático, autoritario, perseverante, orgulloso, popular, riguroso, pertinaz, emprendedor, peleón, mordaz, ambicioso, arrogante.
El fantasma que hoy nace de Fidel es un atajo perfecto para llegar a la mayor parte del público, aunque no consiga la admiración unánime. Ha pasado al cielo del merchandising, donde ya descansa junto a otros reclamos inevitables que devuelven al consumidor la creencia en algo. Lo que sea, idolatría de baratija. Muerto el personaje, nace el fetiche (para distribuir con más fluidez la mercancía que representa).
Hace algunos años, el colectivo de artistas asturianos reunidos en torno a las siglas PSJM hicieron de Marx una marca de vaqueros, camisas, camisetas, zapatos y vestidos. Instalaban una boutique dentro del museo que visitaran, para llamar la atención sobre la blancura aséptica de una sociedad saturada, sin vértigo y sin historia, “sin otro mito que ella misma” (que escribió Jean Baudrillard). Capaz de devorar y reconvertir elementos resistentes a la dictadura del consumo, en cómplices del rodillo consumista.
Todo es marca, Marx, Fidel, Cuba, el comunismo. Nada resiste a la revolución del mercado, que lava y lava sus imágenes hasta dejarlas blancas impolutas, sin contenido. Sólo un espejo con el que vestirse. Lo irónico de la acción empresario-cultural de PSJM es que descubría que la rebeldía contracultural no era una consecuencia, sino una causa del aumento del consumismo.
La reconversión ha empezado mucho antes de lo esperado. En apenas unos minutos, Fidel ya era hagshtag de Twitter. El periodista Jon Lee Anderson, conocedor de la vida y obra de Fidel al dedillo, escribía el siguiente tuit al conocer el fallecimiento del líder: “Con la muerte de #Fidel Castro, se acaba una de las vidas mas epicas del siglo XX, y tb una era de revolución que transformo el mundo [sic]”.
Claro que el dictador cubano no ha muerto, ha pasado a mejor vida. Gracias a su talante épico, es una de las mejores señas de identidad para asociarse a su imagen. Porque ya no hay necesidad de saber de qué hablan las marcas, ni qué representan. Ni cómo fueron hechas. Son reliquias de la actualidad, como las de antaño, como las que mueven millones de peregrinos sin importar si lo que hay detrás es verdad o mentira. Muy a pesar nuestro, las imágenes son inagotables. Nunca se usan lo suficiente.
Fidel es carne de fetiche y mito. Una vez fantasma, convertido en mercancía, sólo queda el tafetán de su chándal Adidas. Quizá ahora la marca alemana se atreva. Ahora todos podremos ser Fidel o su versión souvenir. Lo más demandado hoy en día no es una máquina, ni una fortuna, sino una personalidad para brillar en el anonimato más absoluto. No hay motivos para ser uno mismo, cuando puedes ser cualquiera; no hay razones para limitarse, cuando puedes ser Fidel Castro. De las ruinas del comunismo emerge la fascinación del consumismo. Con la muerte de Castro, el capitalismo -vaya- pierde un referente, gana una marca.