“Ese beso cálido y suave en la mejilla tiene el mimo efecto que una bomba en una trinchera. Mata en el acto todos los remordimientos, transforma el paisaje”. El cartero de una isla francesa perdida en el Atlántico acaba de entender que las mujeres se sienten muy solas y sólo lo esperan a él. Sus maridos, todos los hombres de la isla, han sido reclutados para combatir en la Primera Guerra Mundial. “Cuando lo ven llegar, se ilusionan”.
Su pierna retorcida ha marginado al joven Maël, que gracias a su talento plástico para rejuvenecer la iglesia escapa a su condena física. La pintura lo aísla y lo protege, lo mantiene lejos de las críticas y los insultos. Su pierna lo libra de la batalla y cuando todos marchan al ejército se convierte en el cartero que debe entregar las malas noticias desde el frente. Su condena se convierte en su salvación y ésta en el camino para entrar en las alcobas de las mujeres abandonadas.
“Tendrían que aprender a vivir sin un hombre en su lecho, un hombre acariciando su piel de joven esposa, un hombre abriéndose camino entre sus muslos para hacerlas temblar de placer, descubriendo sus pechos tras las balas de paja, masajeando sus nalgas al fondo de un granero...”. El narrador descubre cómo el castigo de ellas hace cada vez más libre al joven cartero. Mientras los de su edad están atrapados en la guerra, condenados al uniforme, condenados a luchar, condenados a morir, él jamás se ha sentido tan afortunado.
El mundo sordo
El cartero de las mujeres (Ponent Mon), de Didier Quella-Guyot y el dibujante Sébastien Morice es un alegato contra la guerra, un relato de la dislocación que sufre la realidad cuando la población se ve arrastrada al absurdo. Los autores enhebran el drama del frente con la paz de la isla para denunciar la alienación de los soldados a la fuerza. Entre trincheras todo es arbitrariedad e injusticia. No cabe más que el sometimiento y la represión: “El consejo no me quiso escuchar. Este mundo y ano escucha. Nos fusilarán mañana al alba, en el camino de las damas, por insubordinación… En estos momentos envidio a los que creen en dios y rezan por la salvación de su alma. Yo ya no creo en nada. Me hubiera gustado hacer tanto, vivir tanto, amar tanto...”
Morir por nada. Morir lejos de la patria, la familia. Morir lejos de la libertad, como un pelele.
Maël aprovecha la situación, la retuerce, interviene en ella, reescribe las cartas para hacer olvidar a los hombres y ser el sustituto de ellos. El mártir íntegro, rechazado por el pueblo, se convierte en el perverso manipulador para vestirse con las galas del “soldado del amor” o del sexo, con las cartas marcadas. El arte de Sébastien Morice establece una trama paralela a la de la palabra: muestra un lugar apacible, tranquilo y en paz. Estos paisajes subrayan el contraste entre el paisaje (natural y coherente) y el paisanaje (amañado, hipócrita y mentiroso).
Cuando parece que las mujeres no podrán su papel de comparsa, sin voluntad ni soberanía sobre sus propias vidas, Didier Quella-Guyot guarda un final inesperado que convierte la isla en un matriarcado.