El mejor invento de José Antonio Primo de Rivera no fue la Falange Española de las JONS. El mejor invento de José Antonio Primo de Rivera fue José Antonio Primo de Rivera, empecinado en una carrera política deseada para emular y superar la trayectoria de su padre, el dictador Miguel Primo de Rivera. “En función de tal deseo convirtió la acción política en el motor de su existencia, dejando de lado otros intereses y trabajando con denuedo tanto para elaborar una doctrina que sustentase su proyecto político como para crear y dirigir un partido que lo llevase a buen término”, explica Joan Maria Thomàs, profesor de Historia Contemporánea en la Universidad Rovira i Virgili e investigador ICREA.
El historiador define a José Antonio como una persona seria, rigurosa, tímida, simpática y con violentos brotes de “cólera bíblica”. “Todo ello envuelto en una cuidada apariencia física”, asegura. Thomàs acaba de publicar José Antonio. Realidad y mito (Debate), en el que descubre al personaje como un tipo inteligente, culto, competente, seductor y muy atractivo. “Cuidaba mucho su lenguaje y su oratoria”. No era un pensador original, prefería la síntesis de ideas ajenas, pero era capaz de atraer a su órbita a intelectuales como Rafael Sánchez Mazas.
“Era una persona que cuidaba mucho su apariencia, elegante al vestir. Tenía mucho éxito entre las mujeres y el culto a la persona del partido multiplicaba el mito. Es curioso cómo acaba relacionándose, en la medida en que se hace más fascista, con mujeres mucho más sencillas”, cuenta el investigador ICREA. Pasó de relacionarse con la duquesa de Luna a chicas de la Sección Femenina.
De hecho, Thomàs ha hallado una carta de la que se supone debió ser su última novia, María Santos Kant. Escribe a Franco para que le confirme si la muerte de José Antonio que el bando republicano ha difundido es verdad. “Mi general: Soy la novia de José Antonio Primo de Rivera. Prefiero darle esta explicación escueta, con la sobriedad que él ha impuesto a su Falange, porque creo que ella excluye comentarios de lo que están siendo para mí estos meses en que se han dicho y hecho sobre José todas las suposiciones y se han dado las noticias más contradictorias […] La verdad es que se ha convertido en hábito de todos los españoles la costumbre de confiar y en poner en Usted mi General nuestras esperanzas”.
La respuesta de parte de Franco es lo suficientemente ambigua como para parecer una confirmación de la muerte: “Distinguida Srta. Sr. General Franco me encarga manifieste a Usted que recibió su carta del 24 actual referente al Sr. Primo de Rivera. El Sr. General no sabe directamente nada relativo a la suerte de dicho señor, porque las emisoras rojas aseguran haberlo fusilado y no es creíble lo digan sin que sea ello verdad, pues el mentir en este asunto no tendría para ellos utilidad”. El caudillo había tenido conocimiento del fusilamiento de José Antonio la misma noche del 20 de noviembre, pero su muerte fue ocultada a la España sublevada casi dos años.
Inventó un papel a su medida: una vez conquistara el país, crearía un Estado totalitario, basado en los sindicatos verticales y en las tres “entidades naturales”: familia, municipio y sindicato. No sería un Estado ni capitalista ni una dictadura de proletariado comunista. Pero no aclaraba las cuestiones determinantes de su articulación, “las irían decidiendo, él y los suyos, sobre la marcha y a partir de su condición de minoría dirigente poseedora de una doctrina única y verdadera”. Como apunta Thomàs, la carrera política de José Antonio fue el resultado de algo querido y deseado, no de una aceptación resignada.
El historiador cuenta que la intención del libro era dar una visión académica y profesional, sin empatía ni animadversión, de un personaje mitificado. Construido por él mismo, reconstruido tras su fusilamiento por el franquismo. “Estaba convencido de tener la fórmula que salvaría a España de una inminente revolución comunista”, cuenta a este periódico el historiador. Ese deseo irrefrenable de salvar al país lo comparte con su padre, autoritario de derechas pero reformista, incapaz de reformar. José Antonio prefiere el totalitarismo, cree que sólo así puede llevar a cabo todas las reformas que volvería a hacer de España grande otra vez.
Un país sin partidos, sin Parlamento, sin política ni políticos. Una apelación a las esencias del pueblo español más populista. “Es un populismo de derechas”, dice Thomàs a EL ESPAÑOL. “Quiere acabar con todos los partidos porque lo importante es el país y el pueblo. Es un antidemocratismo radica. Cree que la democracia es una importación que ha debilitado la verdadera esencia española. Su partido nunca llegó a pasar del 1% de los votos”, explica. Un partido irrelevante, surgido al calor de Hitler y Mussolini.
El fascismo está de moda y él lo aprovecha. Construye un pensamiento chimichanga con un poco de catolicismo de santo Tomás de Aquino, algo de Ortega y Gasset (la necesidad de que las minorías dirijan a las masas), un ápice de Eugenio D'Ors (la reconstrucción del imperio) y la adaptación del fascismo a la española. Es una especie de exageración de la política: quiere llegar al poder total. “Lo haría por respeto a lo que creía su obligación como aristócrata, como señor e incluso como señorito, actualizando de esta manera la (presunta) función histórica y heroica de guía, defensor y salvador inherente a la nobleza”.