Tú también eres poeta. Aunque dejases la poesía aparcada en un pupitre del colegio o en un diario furioso de instituto. Aunque la usases como arma de seducción masiva o como estetoscopio para auscultarte hacia adentro y entender qué hay. Aunque apele a una parte lejana de ti -que ya eres adulto y práctico-, aunque te sepa a unas palabras primerizas a mamá. De hecho, eres poeta aunque en tu vida hayas escrito un verso.
Dice Ben Lerner en El odio a la poesía (Alpha Decay) que “la amargura de la lógica poética es particularmente astringente porque se nos enseña desde una edad muy temprana que todos somos poetas por el mero hecho de ser humanos”. Es decir, que nuestra habilidad para escribir poemas supone, en cierto modo, la medida de nuestra humanidad. Nada que ver con las clases de piano, con el inglés o el claqué. Poetas. Poetas todos.
Al menos es lo que le enseñaban a él en su colegio de Topeka, en Kansas. Les instruían en la idea de que todos albergamos sentimientos dentro -dónde es otro tema- y de que la poesía es la manifestación más pura del acto de exprimir ese territorio interno. En realidad, la poesía es la mejor forma de expresar mediante el lenguaje nuestra irreductible individualidad, por lo que “nuestra condición de persona está atada a nuestra poeticidad”. Eres invocado como un “tú”, eres parte de una comunidad lingüística y eso te inviste de capacidad poética, aunque sea un don no elegido.
Ahora que ya lo sabes, ¿qué hacer? El autor recomienda odiarla, como ya hace el resto del mundo, siguiendo la tradición de Platón, que ya la dilapidó en la República. Lerner sostiene que la poesía es un arte odiado tanto desde fuera como desde dentro. Cita a Marianne Moore: “A mí también me desagrada. / Al leerla, sin embargo, con el más completo / desdén hacia ella, / uno descubre que, a fin de cuentas, en ella hay / un espacio para lo genuino”.
Hasta Platón odia la poesía
Hay que ser valiente -”ingenuo”, añade Lerner- para declararse poeta. “Tus interlocutores te preguntarán a menudo '¿un poeta publicado?' (…) Hay algo profundamente justo en ese interés instintivo hacia la publicidad. Todo el mundo puede escribir un poema, pero, ¿ha sido tu poesía, tu destilación de tu yo más interior, considerada auténtica e inteligible por los demás? ¿Puede circular entre las personas, hacer de sus lectores, aunque reducidos, Personas en ese sentido?”, escribe.
La poesía es superior a la historia y a la filosofía, porque “puede movernos, no solamente enseñarnos hechos” y porque “el poeta es un creador que puede trascender a la naturaleza"
Si se lee a Platón se entiende que la poesía, aunque sea odiable, es poderosa, ya que la ciudad justa según él dependía de su supresión. ¿Cuántos poetas han sido desterrados -o algo peor- por su escritura? Luego llega Philip Sidney con su Defensa de la poesía y esgrime que es superior a la historia y a la filosofía, porque “puede movernos, no solamente enseñarnos hechos”, porque “el poeta es un creador que puede trascender a la naturaleza, por tanto la poesía nos puede poner en contacto con lo que hay de divino en nosotros y así sucesivamente”.
Sidney repara en algo crucial: no debemos criticar a la poesía porque haya malos poemas. No es que la poesía haya abusado del ingenio del hombre, es que el ingenio del hombre ha abusado de la poesía. Y muchas veces ha hecho estropicios que aún nos salpican.
Poeta sin poemas
Mientras Platón defendía el lenguaje como medio para la filosofía -frente a la irracionalidad de los poetas que simplemente se inventan cosas en vez de mostrar las verdades auténticas-, Sócrates se muestra como una nueva raza de poeta que ha descubierto cómo liberarse de los poemas. Por algo Nietzche lo llamaba “el que no escribe”. “De ese lugar más allá de los cielos ninguno de nuestros poetas terrenales ha cantado todavía, y ninguno lo hará jamás con al dignidad debida...”, dijo.
En cualquier caso, la poesía está ahí y quema. Ella todo lo puede, los que no lo pueden todo son los poemas. Los poemas tienen eso que también gasta el amor: el dudoso talento de no llegar jamás al centro, sino de rodear lo que se ama. Aquí aparece la deconstrucción. La nada. Cuenta el autor que “en la universidad, a finales del pasado milenio, los poetas jóvenes más guays que conocía leían a Rimbaud y a Oppen, dos escritores fantásticos y muy diferentes, que tenían en común su abandono del arte (aunque el de Oppen fue solamente temporal)”.
Oppen deja de escribir sobre los 20 años y empieza a traficar con armas. Guarda silencio durante otros 25 mientras vive en México para escapar de las indagaciones del FBI acerca de su participación en sindicatos. Rimbaud, por su parte, es el enfant terrible que se consume a través de lo decible, “Oppen es el poeta de la Izquierda cuyo silencio es un signo de compromiso”. “Porque no estoy en silencio / los poemas son malos”, escribió. Fueron sus silencios, su abstención de poesía, lo que lo catapultó como héroe lírico. ¡Poeta sin poemas! Como el resto de los mortales.
La poesía, otro tipo de dinero
Lo que Ben Lerner intenta demostrar en su ensayo -haciendo un recorrido histórico por las malas praxis de la poesía a lo largo de los años- es que es imposible no odiarla pero también es imposible obviarla, porque es el mayor vehículo de la intensa expresión individual. “La poesía es una variante del dinero”, dijo Wallace Stevens. Porque, como el dinero, “está a medias entre lo individual y lo colectivo, disuelve lo primero en lo segundo, o deja que lo primero mejore gracias a lo segundo sólo para disolverse de nuevo”.
La poesía escupe sobre el dinero porque genera un valor nuevo que trasciende al precio. El valor de las personas, el valor de la actividad humana más allá de la división trabajo/ocio
A la vez, la poesía escupe sobre el dinero porque genera un valor nuevo que trasciende al precio. El valor de las personas, el valor de la actividad humana más allá de la división trabajo/ocio, un valor anterior, atávico, digno. Si se odian los poemas es, en el fondo, por mera rabia defensiva contra la sugerencia de que otro mundo, otra medida de valor, es posible.
Porque la poesía te hace famoso sin audiencia. “Lo importante no es que yo sea conocido en la comunidad en general, sino que yo sepa que puedo ser conocido”, escribe Lerner. No es que sepas mi nombre sino que sé que tengo un nombre. “Soy poeta / y lo sabes”.