Alexis Ravelo (Las Palmas de Gran Canaria, 1971) dice que los fascistas del invierno de 1936 prohibían hasta los milagros. El autor se revuelca en la Semana Roja de la Palma, uno de tantos episodios pseudodesconocidos de la guerra civil. Guiña a los historiadores y a los políticos y aclara que, mientras ellos no hagan su trabajo, él tendrá que seguir con el suyo: arremeter en forma de novela, intentar que su literatura empapada de conciencia social y de memoria llegue a los páramos yermos.
En Los milagros prohibidos (Siruela), Ravelo habla de dos guerras: la ideológica y la emocional. Retrata un triángulo amoroso y cose despacito las venganzas. Dibuja a un franquista estúpido y a un republicano valeroso: así, sin matices ni tonterías. El escritor habla al teléfono con EL ESPAÑOL sobre un Franco al que no le hace falta levantar la cabeza -porque nunca la agachó-, la carne abierta de la memoria histórica y los tópicos guerracivilistas que pegan fuerte en 2017.
¿Qué ha supuesto la Semana roja de la Palma para las Islas Canarias? ¿Cómo la ha marcado?
Para nosotros ha sido siempre un símbolo de esa historia que está ahí y casi no se ha contado. De hecho, muchos canarios no conocen exactamente esos hechos. Es un ejemplo de cómo la memoria chica ha hecho pervivir sucesos que han sido muy silenciados oficialmente, y que cuando algunos pocos historiadores y documentalistas han podido centrarse en ellos y los han difundnido ha quedado como símbolo del heroísmo y también de la opresión que se vivió en algunas de las islas.
La existencia de esos combatientes, de esos milicianos que se van al monte ha sido ignorada durante muchos años. Sólo se ha podido abrir una de las fosas, la del Pilar en Fuencaliente, y ha servido para reivindicar a muchos leales a la República, es decir, al gobierno legítimo, y también a las víctimas de una represión horrorosa.
Agustín -republicano- y Floro el Hurón -nacional- son personajes muy antagónicos. Al contrario que otras novelas sobre la guerra civil, ésta no juega a matices: hace ver de forma muy clara quién es el bueno y quién el malo.
Sí, son la noche y el día. Sólo les une que aman a la misma mujer (ríe). Agustín es un hombre burgués, progresista, laico y que confía en que puede trabajar por una sociedad mejor. El Hurón es un ignorante, un inculto que se deja dominar por sus más bajas pasiones, un nihilista, un arribista que se apunta al bando que parece vencedor.
Quería que fueran muy alegóricos de situaciones muy concretas y de dos modos de ver la vida, pero no te doy del todo la razón. He llegado a sentir, en el fondo, ternura por Floro, porque me parece una víctima más de ese conflicto que le pone en situación de desaar sus bajas pasiones. Es un buen ejemplo de la miseria espiritual de las masas franquistas: un hombre que cree que la violencia es una solución, pero porque nadie se ha preocupado de enseñarle a solucionar las cosas de otra manera. Es un representante de esas clases menos privilegiadas que se convirtieron en verdugos de quienes se esforzaban en construir una sociedad mejor para ellos. Es el clásico obrero de derechas.
¿Es eso una analogía de lo que pasa en la España de 2017?
Claro. Es una novela escrita desde la memoria y mirando hacia el pasado, pero, como toda novela histórica que se precie, indaga en el pasado las situaciones del presente. Como Walter Scott cuando inventa el género: se retrotrae a épocas remotas para denunciar o reflexionar situaciones que él mismo vivía en su momento.
Dice que Floro era víctima de sus circunstancias. Me recuerda a la relectura de Cinco horas con Mario. El propio Delibes dijo, muchos años después de su publicación, que tanto sus lectores como él habían aprendido a entender a Menchu. La habían perdonado por su franquismo, por sus tópicos, y la habían exculpado como hija de una época. ¿Podremos hacer esto siempre? ¿Dónde está la responsabilidad individual?
Yo soy ateo y soy de los que piensan que vivimos en un mundo donde dios no existe y cada uno es responsable de sus actos, pero eso no quita que el contexto social, las capacidades cognitivas y un millón de cosas condicionen las decisiones que tomamos. Es terrible la violencia, pero también es terrible que quien comete ese acto de violencia no sea consciente de que hay otra manera de solucionar los conflictos. Todos y todas somos responsables en la medida en la que también educamos a nuestros congéneres de alguna manera. Además de a nuestros hijos: participamos en su educación y les suministramos ciertos valores.
Por como describe a El Hurón y relaciona su personalidad y sus circunstancias con su bando político, da la sensación de que piensa que hay que ser un ignorante para ser franquista.
Sí, totalmente ignorantes. Es cierto que no hablamos de un bando homogéneo, pero los que hacían el trabajo sucio no eran precisamente intelectuales. Una sociedad culta e informada no cae en ese tipo de totalitarismos, o no debería. Los regímenes totalitarios siempre han confiado en el lumpen, en las clases menos cultivadas, para realizar sus fechorías. Raúl Argemí, un escritor argentino que sufrió la represión en propia carne, vivió la dictadura, la cárcel, las torturas, escribió un artículo que decía que los hijos de los verdugos de esa época eran tan víctimas como su propio hijo, porque ellos son los primeros que han sufrido la represión en la cárcel de sus padres. Para decirlo pronto: esos cachos de carne con ojos. Siempre han intentado remover desde arriba los mapas o los instintos de los de abajo para hacer atrocidades.
Me parece interesante que el libro plantee dos guerras: la emocional y la ideológica. Y que se llame “oportunidad perfecta” al enfrentamiento de la guerra civil para saldar cuentas emocionales. ¿Cómo se relacionan estos dos puntos? ¿La política está llena de venganzas personales?
Sí está llena de venganzas personales. Una guerra civil es el contexto perfecto para el revanchismo, para saciarse, para sacar las rencillas e incluso para ser más mezquinos que nunca. En Palma, en el mismo contexto de represión del que hablamos, hubo casos... no lo he incluido en la novela, porque si no nos íbamos a otra cosa, pero se dio el caso de una denuncia a una mujer a la que se acusó de estar en redes de apoyo de los alzados, y fue reprimida y encarcelada.
Pues mirando los papeles, uno descubre que quien la había denunciado era su inquilino porque le debía dinero. Eso se vivió en toda España. Gente reprimida y enviada a prisión que nunca se había significado políticamente. Vamos, los del bando nacional mandaban gente a la cárcel hasta porque a uno le habían robado la novia, o por deber dinero... Ese momento es muy característico, muy representativo de lo que pasó después del 18 de julio, sobre todo en zonas controladas por el bando nacional.
Hay un tópico muy de la derecha: eso de decir que "fue una guerra civil entre hermanos", como para igualar y excusar al bando nacional. ¿Cuáles son los tópicos que nos quedan, que están vivos en la España de 2017, sobre la guerra civil?
(Ríe). Sí, sí. Ese es uno de los grandes tópicos del espíritu ese de reconciliación nacional que aparece en los cuarenta. Veo muy reeditado ese argumentario por parte de muchos dirigentes políticos e incluso de ciertos comentaristas. Vamos, ha habido alguien que ha dicho en las últimas horas que ya basta de estar con los muertos para arriba y para abajo [en referencia a Rafael Hernando]. Es una revisión bastante impresentable de ese espíritu.
Otro de los tópicos de la derecha es que en los dos bandos se cometieron atrocidades y que es mejor olvidar, pero ocurre una cosa, y es que los muertos de uno de los dos bandos ya han sido bastante beatificados, homenajeados y reivindicados, y sin embargo los otros no sabemos ni dónde están enterrados. No es sano para un país vivir con amnesia. No podemos saber a dónde vamos si no sabemos de dónde venimos. Y de ahí la importancia no ya de la memoria histórica, sino de la memoria. Tenemos que decir bien claro quiénes fueron las víctimas y quiénes los verdugos, y no por espíritu revanchista -que es algo que le gusta mucho mencionar a estos sectores-, sino por cuestión de salubridad.
¿Por qué se da este continuismo?
Voy a ser irónico: a ver si va a tener que ver con que muchas de las estructuras de poder que funcionan hoy día se formaron en aquella época. A ver si por los lazos del demonio va a tener que ver con eso.
¿Por qué la memoria histórica ha pasado a usarse como arma arrojadiza política?
Porque despierta reacciones viscerales. Aún existe mucho dolor. No ha habido investigación en este sentido. Tenemos el país llenito de fosas comunes y de pozos con personas sin nombre enterradas, y eso produce mucha indignación en muchos sectores de la población. Y otros sectores de la población, o, mejor dicho, de la sociedad civil, sienten que si se investigan estas cosas se sacaría a la luz la poca legitimidad de algunas fortunas y cotas de poder.
Con la Transición se instauró una amnesia general que va de la mano de la amnistía general. A partir de ahí se reinventa el relato de la participación de muchas personas en aquello que ocurrió. En este sentido, si recordáramos, los revisionistas, porque no vamos a llamarlos historiadores, viniesen contando verdaderas burradas, todos los señalaríamos y les diríamos que están desnudos. Igual así la memoria histórica no se convertiría en arma arrojadiza. Es muy gracioso, porque siempre se habla de que la memoria histórica enfrenta a izquierda y derecha, pero en realidad enfrenta a demócratas y a franquistas, es decir, a los que no son demócratas. En el bando republicano no todo el mundo era de izquierdas, y de eso nos olvidamos. No era un bando homogéneo, pero sí eran quienes defendían la democracia ante el golpismo. Deberíamos empezar a ver esto así. Y si alguien dice "ya basta de muertos para arriba y para abajo", señalarle y decirle: "oiga, usted no es un demócrata".
¿La Transición fue un parche, entonces?
Sí fue un parche, y es peligroso, porque eso da lugar a una democrecia débil o, al menos, no tan fuerte como pensamos. Una democracia sana no tiene miedo a hablar de su pasado.
¿Cree en la segunda Transición de la que hablan ahora?
Podría llegar a llegar (ríe). Pero le hacen falta bases firmes, seriedad, menos personalismo. Hace falta más reflexión para que no volvamos a poner más parches.
¿Franco ha muerto?
Franco no ha muerto. Cómo va a morir. Está vivo en actitudes y en ciertos modos de pensar, y no sólo en los sectores más conservadores, sino en actitudes de personas de izquierdas. Por ejemplo yo, que me considero una persona de izquierdas, sigo hablando del franquismo, y eso es un problemón. La sombra de Franco es alargada, llega hasta aquí y condiciona nuestra forma de ver el mundo. También la visión de muchas personas que nunca reconocerán que son franquistas, pero lo son.
¿Cuándo dejará de estar también presente en la literatura? Es decir, ¿hasta cuándo novelas ambientadas en la guerra civil?
Dejaremos de escribir novelas de la guerra civil cuando políticos, historiadores e instancias públicas hagan su labor, que es reivindicar a los justos, abrir las fosas y poner ahí el nombre de cada persona. Si ellos hicieran su trabajo, nosotros no tendríamos nada de lo que hablar (ríe). Por citar a un autor de derecha, mira lo que decía Heidegger: que la poesía llega a donde no llega la metafísica. Es decir, nosotros llegamos con la escritura a un área a donde no llegan otros campos del conocimiento, como la filosofía o la historia.
¿Que la Fiscalía proteja a Carrero Blanco también es una herencia franquista?
Cuando nos ponemos a hablar de los límites de la libertad de expresión es que ya no tenemos libertad de expresión. Es incómodo escucharlo, ¿no? Yo no sé si un tuit es un poema pero a mí no me gusta que a la hora de escribir me tenga que limitar o no pueda decir lo que quiero decir porque esto me está censurando. Lo dijo Ignacio Aldecoa en una entrevista en los años sesenta. Le preguntaban si le habían censurado, y él decía que no hacía falta, que ya se censuraba él. Pero bueno, el tuit del que hablamos era humor y el humor no debería tener límites. La obscenidad está en los ojos de quien mira.