“Nos contamos historias a nosotros mismos para poder vivir”, escribe Joan Didion (Sacramento, 1934) al inicio de El álbum blanco. La pieza, escrita entre 1968 y 1978, da título al volumen en el que fue publicada y forma parte de la selección de las piezas de no ficción Los que sueñan el sueño dorado (Literatura Random House, 2012). Cuando Joan Didion la escribió no podía saber que esa frase se asociaría inevitablemente a su nombre y se convertiría en el mejor resumen de su trabajo.
Más adelante, escribe: “Vivimos completamente, sobre todo los escritores, bajo la imposición de una línea narrativa que une las imágenes dispares, de esas ‘ideas’ con las que hemos aprendido a paralizar esa fantasmagoría movediza que es nuestra experiencia real”. Mucho antes de convertirse en imagen de la marca francesa Céline para la campaña de 2015 y mucho antes de convertirse en un referente inexcusable de la literatura de duelo gracias a El año del pensamiento mágico (Global Rythm, 2006; LRH, 2015) –el libro en el que afrontaba el duelo tras la muerte de su marido y por el que obtuvo el National Award en 2005– y Noches azules, en el que contaba la muerte de su hija, dos años después de la de su marido, Joan Didion fue la gran cronista de la vida estadounidense, especialmente de California.
Tiene esa risa enorme, que es como tres o cuatro veces más grande que ella
En 2005, la guionista y directora Nora Ephron, amiga de Didion desde los sesenta, afirmaba en The Guardian: “Creo que lo que nadie termina de ver sobre Joan, aunque no puede estar más claro en su escritura, es que es hilarantemente divertida. Tiene esa risa enorme, que es como tres o cuatro veces más grande que ella”.
La inteligencia irónica
Martin Amis la llamó “la poeta del gran vacío californiano”, esa definición es muy acertada si se piensa en piezas como Los que sueñan el sueño dorado, El álbum blanco, Arrastrarse hacia Belén o Cuaderno de California. Didion es capaz de escribir de los aspectos más prosaicos de Hollywood y desmitificarlo o llevar la contraria a prestigiosos críticos de cine como Pauline Kael.
El deseo, las pasiones, el dolor y la insatisfacción y, por fin, el permanente sentimiento de vacío
Pero también escribe de las migrañas, que padece desde los 8 años, y lo hace con la misma gracia y capacidad analítica. Cuenta sus años en Nueva York en un hermoso texto que es una despedida y una explicación de por qué abandonó la ciudad, Adiós a todo aquello. En sus textos de no ficción, donde a veces ella misma es objeto de estudio, cualquier tema le sirve para alzar el vuelo y explicar algo que nos atañe a todos: el deseo, las pasiones, el dolor y la insatisfacción y, por fin, el permanente sentimiento de vacío.
Según venga el juego, novela publicada originalmente en 1970 y que ahora recupera Literatura Random House, también recrea el gran vacío californiano. Maria es una actriz divorciada, está ingresada en la planta de psiquiatría en un hospital y le hacen el test de Rorschach. Echa de menos a su hija (Kate, cuatro años, ingresada en un centro para niños con necesidades especiales) y piensa en su madre, que murió en un accidente de coche y cuyo cadáver fue desgarrado por los coyotes, y en su padre, un jugador que perdió la casa familiar en Reno y los tres se trasladaron a un pueblo de 28 habitantes, Silver Wells.
Preguntar, responder
Maria recuerda episodios de su vida reciente y de su infancia, pero no se hace preguntas: “¿Qué hace malvado a Iago?, preguntan algunos. Yo nunca pregunto”. Y un poco más adelante: “Pues eso. Soy lo que soy. Buscar ‘razones’ no tiene sentido”. Así que Maria no se pregunta qué ha ido mal en su matrimonio con Carter, el director de cine, por qué está encerrada ahí, ni qué fue lo que salió mal para que Kate tenga “una debilidad en la columna y una sustancia química anómala en el cerebro”. Aunque no siempre ha sido así: “Yo solía preguntar, y obtuve la respuesta: nada. La respuesta es ‘nada’”.
El libro puede leerse como una novela de intriga en la que se trata de responder una pregunta: ¿quién es Maria? Como en las novelas negras, hay varios muertos y, como en la vida, la culpa no es solo de uno. Hay drama y tragedia y cierto suspense: desde el principio sabemos que Maria está en el hospital, pero no sabemos por qué. También sabemos que uno de los personajes la acusa de haber matado a otro, pero no se sabe en qué circunstancias.
Como en las novelas negras, hay personajes que vuelven del pasado
La novela no desvela exactamente qué es lo que le pasa a la niña, como tampoco descubre Maria las circunstancias exactas de la muerte de su madre y qué estaba haciendo ella en el momento del accidente. Como en las novelas negras, hay personajes que vuelven del pasado, del que es imposible desembarazarse.
Intentando vivir
Hay drogas, sexo, intercambio de parejas, infidelidades e intentos de suicidio. Hay reproches, conversaciones telefónicas y una autopista que Maria recorre sin saber por qué. Y está la nada que siempre ha acechado a Maria y del que no puede escapar, ni siquiera en el hospital: “Intento no pensar en cosas muertas y cañerías. Intento no oír el aire acondicionado de aquel dormitorio de Encino. Intento no vivir en Silver Wells ni en Nueva York ni con Carter. Intento vivir en el ahora y fijar la vista en el colibrí”.
Escenas, apuntes, diálogos, que funcionan como piezas de esta historia sobre la pérdida y la decepción
Según venga el juego es una novela fascinante e hipnótica llena de personajes frágiles y a la deriva, pero ninguno tan enternecedor como la protagonista. Es una muestra más del talento y la maestría de Didion, que sabe combinar los puntos de vista y las voces de un narrador en tercera persona y la de Maria para ofrecer escenas, apuntes, diálogos, que funcionan como piezas de esta historia sobre la pérdida y la decepción, pero también sobre aguantar y esperar qué mano tiene reservada la vida para uno. Fue una de las cosas que Maria aprendió de su padre cuando era niña: la vida es como un juego de dados, y hay que tomarla “según venga el juego, no lo fuerces”.