La politóloga Gloria Álvarez (Guatemala, 1985) entiende como "progre" al ciudadano perteneciente a "un colectivo de extrema izquierda que, desde una posición de superioridad moral, dice defender los intereses de la clase trabajadora". La autora de Cómo hablar con un progre (Deusto) está tranquila porque sostiene que a esa "nueva vieja izquierda que se cree moderna" el tiempo la sacará de su error cuando la experiencia y la realidad entren de bruces en su cabeza.
Se dedica a caricaturizar al progresismo, pero este retrato burlesco -irónico y divertido a ratos- la acaba descubriendo como la 'follonera' de la derecha. Tiene para todos: critica el salario mínimo -porque genera más desempleo-, critica el feminismo moderno -porque quiere demasiados privilegios-, critica la inmigración -porque destruye la cultura- y rompe una lanza a favor de Trump -porque "él va a hacer grande de nuevo a América"- y de la actuación de Aznar en la guerra de Irak: "Ahí la derecha española demostró que había superado sus complejos".
Para abrir boca y dinamitar a los progres de este mundo, primero se centra en señalar su presunta hipocresía, ya que "estos progres son niños de clase media alta que han crecido con todas las comodidades, a las que no renuncian". Álvarez explica a este periódico que el primer progre fue Marx, que a partir de los treinta y un años pasó a ser un mantenido económicamente por su esposa y su fiel amigo Engels, y que, desde entonces, ningún progre ha salido del pueblo llano. "El progresismo no es una respuesta de la gente en pobreza a su propia condición. Son niños con sentimiento de culpa por tener dinero que, además, no estudian economía y se amparan en una receta sin análisis que obedece más a la repartición que a la creación de la riqueza".
El progresismo no es una respuesta de la gente en pobreza a su propia condición. Son niños con sentimiento de culpa por tener dinero que, además, no estudian economía
¿Por qué tener un Iphone o un Mac no legitima una queja social? "Es incongruente ver a chicos con un móvil que tiene una carcasa con la cara del Che Guevara", repone la autora. "Es obvio que todos los medios tecnológicos son fundamentales para denunciar lo que queremos denunciar y exigir al gobierno lo que queremos exigirle, pero la contradicción llega cuando tú utilizas medios que tienes gracias a que te beneficias del ingenio de miles de millones de individuos que ni conoces: unos zapatos fabricados en China, un teléfono de California, un reloj Suizo... siendo tú un individuo que arremete contra el mismo mercado que te provee de esos bienes".
Revolución de litrona y hashtag
Gloria Álvarez define la "utopía progre" como aquella en la que todos los debates políticos terminan con un consenso, aquella que considera "condenable que Pinochet haya acabado con la vida de cerca de tres mil opositores", pero que "para nada llama crímenes a los miles que Che Guevara cometió fusilando y confesando el placer que le daba hacerlo en las cartas a su padre". El buen progre, dice, siempre es víctima de los acontecimientos: todo el mundo está en su contra. El buen progre, reincide, "es ecologista, pacifista, feminista, antiglobalización, imperialista y pro Tercer Mundo". El kit básico del buen progre "es un móvil, un hashtag y una sentada en una plaza bien armado de cerveza".
La politóloga asume en su libro que nuestras sociedades tienen un sustrato patriarcal indudable y que queda mucho por hacer, pero alega que no se va a lograr cambiando el género de las palabras, generando cuotas por decreto o criminalizando las situaciones en las que la mujer no consiga lo que desea. Entonces, ¿cuál es su propuesta? "La meritocracia y el respeto individual. Somos producto de una licuadora genética de 10.000 años, y reivindicar los derechos de alguien en base a sus genitales o su color de piel es darle privilegios a esa persona".
El kit básico del progre "es un móvil, un hashtag y una sentada en una plaza bien armado de cerveza"
Pero, ¿y si se está discriminando a esas personas precisamente por sus genitales o su color de piel? Esquiva. "La cultura es la que discrimina a las mujeres, no están discriminadas porque el gobierno así lo ordene, sino porque la cultura así lo expresa. Son las madres, las abuelas y las hijas las que fomentan el machismo en sus casas y en sus lugares de trabajo". Cree que el feminismo actual "quiere tener más privilegios que los hombres, se ha desvirtuado totalmente y quiere colocar a las mujeres por encima de otros grupos". No aporta ninguna posible solución sobre cómo combatir la brecha salarial ni el embudo laboral. Repite siempre "meritocracia".
La inmigración tampoco le hace gracia. "¿Hasta qué punto es tolerable que un inmigrante llegue a destruir la cultura que hay en un país?", lanza. "Si hay respeto al individuo se puede convivir bien manteniendo la propia cultura en casa, pero el problema es que el progre no está dispuesto a tener este debate. Sí, bienvenidos, inmigrantes, pero cuando hay violaciones de mujeres en Suecia, el progre se queda callado".
Podemos es populista, Trump no
La autora se maneja en el tópico y contrapone al progre al dinero, a la medición del esfuerzo, a la competitividad, a la meritocracia, y a la libertad de pensamiento. Expone que el progre escuda su "simpleza" de pensamiento en la influencia que los medios de comunicación amañados tienen en todos menos en él, y se apoya en "teorías conspiranoicas que siempre ganan fuerza si detrás están los norteamericanos y su malvada maquinaria imperialista, o los oligarcas y la casta".
Es curioso cómo señala que en el discurso progre prevalece el factor del lenguaje como arma de adoctrinamiento y señala el caso de Podemos en España. Sin embargo, sostiene que Trump -al que bautiza como el nuevo terror de los progres- "ha reivindicado la capacidad individual de los ciudadanos para lograr su propia felicidad, de la que la Constitución estadounidense habla". Hasta le parece "insólito" que no haya surgido antes alguien así.
Sostiene que Trump -al que bautiza como el nuevo terror de los progres- "ha reivindicado la capacidad individual de los ciudadanos para lograr su propia felicidad, de la que la Constitución estadounidense habla"
El mensaje de Trump supone, a su entender, un "retomar con valentía un discurso elevado, alejado de cuestiones simplistas de corto recorrido", ya que "no hay que tener miedo a contar a la opinión pública la verdad". Trump se aleja del "buenismo" que sólo busca "el aplauso fácil". Ante la pregunta de qué diferencia hay entre el populismo de Trump y el de Podemos, Álvarez relata que "hay una cosa que Trump está haciendo que va en contra de los populismos de izquierda, y es que le está restando atribuciones al gobierno federal de EEUU".
Por último, llama la atención que Cómo hablar con un progre defienda que, con la guerra de Irak, la "derecha española demostró que había superado sus complejos" y que "anteponía el bienestar común y el desarrollo económico evitando cualquier servidumbre ante la izquierda más rancia". Cuando se le pregunta a la autora qué opina del informe Chilcot y de que, a partir de ese conflicto bélico, España sufriese el mayor atentado de su historia, recula inmediatamente: "Claro que el manejo de la guerra en el Medio Oriente tiene lógicas económicas, pero cuando yo hablo de superar complejos es tomar determinaciones que no estamos viendo que se estén tomando con los refugiados, ¿no?". Ha quedado clarísimo.