El escritor satírico P. J. O’Rourke dijo que siempre había que leer algo con lo que uno se fuese a quedar bien si se moría a la mitad. Pero además de los libros que cortan la muerte como una cinta inaugural -pero al revés-, también hay otros que mitigan los dramitas del camino: del colon irritable a la pérdida de los amigos, del enamorarse hasta las trancas al sentimiento de culpa, de la homofobia a la rivalidad entre hermanos, de la claustrofobia a la declaración de la renta. De la putada diminuta a la calamidad oceánica.
La biblioterapia es la prescripción de novelas para las dolencias de la vida y se sustenta en bálsamos beckettianos, torniquetes tolstoianos, calmantes de Calvino y purgas de Proust y Perec. No diferencia entre el dolor físico y el emocional. Te ataca igual al hipo que al miedo al compromiso. Te araña desde la anorexia a la venta del alma.
La ficción convierte el punto de sutura en algo apasionante: lo mismo te desinfecta por el argumento, otras veces te rehabilita por el ritmo de la prosa
Manual de remedios literarios (Siruela) no es un libro de autoayuda. Es una suerte de enciclopedia para encontrar los libros que te curan según lo que te duela. “Hemos recorrido dos mil años de literatura en busca de las mentes más brillantes y las lecturas más reconstituyentes, desde Apuleyo y El asno de oro, del siglo II, hasta los tónicos contemporáneos de Jonathan franzen y Haruki Murakami”. La ficción convierte el punto de sutura en algo apasionante: lo mismo te desinfecta por el argumento, otras veces te rehabilita por el ritmo de la prosa. Tal vez haya un personaje que se encuentra en el mismo entuerto que tú. En la misma resaca. O en idéntico hastío.
Contra los cuernos y la cobardía
Cada recomendación viene dada por orden alfabético y acompañada de una pequeña instrucción -pinceladas del libro, descripción de la situación, moralejilla-: para recuperarse del espanto del aborto, La mujer del viajero en el tiempo, de Audrey Niffenegger, para ser abstemio de alcohol en un mundo de bebedores, Adiós, muñeca, de Raymond Chandler, para afrontar el acoso escolar, Ojos de gato, de Margaret Atwood, o Tomás Brown en la escuela, de Thomas Hughes. Largas hojas, por ejemplo, dedicadas a las curas literarias para el adulterio, ese pan contemporáneo de cada día. Madame Bovary, de Gustave Flaubert, Anna Karenina, de Tolstói o El verano sin hombres, de Siri Hustvedt.
Para pelear la cobardía hay que conocer -o volver a encontrarse- con Atticus Finch en Matar a un ruiseñor. ¿Y para la fascinación y el terror de colgarse de alguien? Los niños terribles, de Jean Cocteau
Para pelear la cobardía hay que conocer -o volver a encontrarse- con Atticus Finch en Matar a un ruiseñor. ¿Y para la fascinación y el terror de colgarse de alguien? Los niños terribles, de Jean Cocteau, que habla del enamoramiento loco -y polígamo- de dos hermanos pequeños, que crecen en un ambiente que es caldo de cultivo para su imaginación y sus neuras. Para aprender a tomar decisiones al margen de la lujuria, La joven de la perla, de Tracy Chevalier, que relata el acercamiento cromático y cómplice entre una joven y un pintor: ojos brillantes, labios húmedos y entreabiertos, telas retorcidas y restos bélicos en el cuello.
Eyaculación precoz
No hay que agobiarse tampoco si se eyacula precozmente, aunque Berthoud y Elderkin -pertenecientes al equipo de profesionales biblioterapeutas que construyen el libro- lo llamen “la más terrible de las dolencias”. “Debes leer sin dilación este impactante volumen, Pamela, escrito por el muy admirable Samuel Richardson”, recomiendan.
“Reflexiona sobre las visicitudes del señor B., cuya atracción por su desvergonzada criada era tal que intentó deshonrarla en la residencia de verano en más de una ocasión. Consciente de la indecencia de su señor, la atrevida criatura se resistió durante varios cientos de páginas durante las cuales tú, el lector, estarás embargado por el deseo, ansioso por que llegue el clímax de la novela”, lanzan. “El desenlace tarda tanto en llegar que enseñarás a tu voluntad, así como a tu miembro viril, a resistir la tentación de culminar las cosas antes de tiempo”.
Viudedad y falta de orgasmos
Contra la falta de orgasmos -¿es que alguien tiene exceso de ellos?- se puede empezar por Fanny Hill, la novela de 1794 de John Cleland, que suele considerarse la primera novela pornográfica escrita en inglés: jóvenes prostitutas que disfrutan masturbándose unas a otras, discusiones sobre tamaños de penes y juegos sexuales de varios días de duración.
La niña que tiene orgasmos prematuros nadando a braza en Las vidas privadas de Pippa Lee, de Rebeca Miller o La novia al desnudo, de Nikki Gemmell -publicada anónimamente-, en la que la protagonista se toma un descanso de su reciente matrimonio para explorar su faceta de furcia y dominatriz. La decimonónica La Venus de las pieles -ahí prepara la fusta-; La biblioteca de la piscina, de Alan Hollinghurst, como fuente de erotismo gay o Falsa identidad, de Sarah Waters, la reina literaria lésbica. Todas cerca de la mesilla, como un vaso de agua.
Contra la frigidez hay que leer la historia de la niña que tiene orgasmos prematuros nadando a braza en Las vidas privadas de Pippa Lee, de Rebeca Miller
Contra la devastación de la viudedad, El mismo mar, de Amos Oz o El mayor Pettigreu se enamora, de Helen Simonson. Contra el miedo a la violencia, El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde de Robert Louis Stevenson. Si por fuera la lectora es madre y esposa ejemplar pero secretamente está deseando automedicarse con un lingotazo de vodka antes de llevar a los niños al colegio -y anda un pelín obsesionada con ahuecar los cojines de sofá-, la buena señora padece el mal del ama de casa en el sentido clínico y debe leer Diario de un ama de casa desquiciada, de Sue Kaufman o Las mujeres perfectas, de Ira Levin.
¿Eres tímido? Dale a Te quiero verde, de Elaine Dundy. ¿Tienes miedo a la muerte? Tírale a Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. Para hundir tu propia homofobia, lee Maurice, de E. M. Forster: verás que hay novelas homosexuales que excitan a los heteros. Y que la menopausia, las lloreras, los hospitales, los mareos por viajar en coche y hasta la amigdalitis son más leves si se pasan las yemas por las hojas y se escabulle uno un rato de aquí.