Al ser cuestionado por la debilidad de la creación de sus personajes, el famoso escritor de best-sellers, Tom Clancy (1957-2013), respondió: “Si me entrego a la psicología, la intriga perderá fuerza”. Clancy siempre ha descuidado sus personajes, mucho más que Le Carré, que los ajusta a la intriga. Pero el autor norteamericano ha vendido más de cinco millones de ejemplares de Tormenta Roja (1986), una novela distópica en la que unos terroristas islamistas cometen un atentado contra una de las mayores refinerías de la Unión Soviética.
Si los rusos emplean sus armas de gas, y los norteamericanos responden en la misma forma, seremos afortunados si dentro de seis meses sigue con vida la mitad de nuestra población
El sabotaje pone en peligro las reservas de combustible para calentar los hogares ese invierno. Las consecuencias de esta situación si llega a darse, puede ser dramática y socialmente incontrolable. La única solución que encuentra el Politburó es adueñarse del petróleo del Golfo Pérsico. Un buen motivo para provocar la Tercera Guerra Mundial entre la OTAN y el Pacto de Varsovia. Reagan dijo de ella que era la “historia perfecta” y nadie podía haberle escrito una faja mejor para promocionarla.
La novela juega con el riesgo de la guerra nuclear, pero acaba desvelando que hay otra posibilidad peor: la guerra química. Devastadora. Como creador de escenas y de trama, es ejemplar en ésta, en la que descubre el debate entre los líderes rusos sobre la oportunidad o el fiasco de una guerra contra la OTAN, y sus consecuencias químicas: “Estos agentes persistentes no sólo se acumulan por la respiración. También lo hacen a través de la piel. Si alguien toca una zona contaminada, queda envenenado. Aunque ordenemos a nuestra gente que permanezca en sus hogares con puertas y ventanas cerradas..., las casas y edificios de apartamentos no son sellados a prueba de aire. Y la gente necesitará comer”.
Todos muertos
El general continúa repasando al líder la catástrofe humanitaria. Cuenta que hay industrias esenciales que deben mantenerse en activo, con obreros que tendrán que salir. Además, el personal de sanidad, la Policía, la seguridad interior, “algunos de nuestros ciudadanos más valiosos”, todos, serán gravemente expuestos a la guerra química.
“Estos aerosoles viajarán en forma invisible a través de todo nuestro país, y su detección será virtualmente imposible. Dejarán una película tóxica sobre los prados, árboles, cercos, paredes, camiones..., casi todo, casi todo. Las lluvias lavarán bastante, pero las pruebas que se han hecho años atrás muestran que algunos de estos venenos, los que quedan en el interior de los cercos, por ejemplo, persistirán durante semanas, y hasta meses”, narra Clancy a través de sus personajes.
En caso de choque químico, advierte el general que necesitarán miles de equipos de hombres para la descontaminación. Sólo para iniciar la tarea de crear la mínima seguridad imprescindible para que los ciudadanos rusos puedan acercarse hasta sus mercados.
Es realmente más fácil proteger a nuestros ciudadanos de las armas nucleares que de los gases, y los efectos nucleares tienen una duración menor
Y la concluye el militar, armado con toda la catástrofe posible, para borrar la posibilidad de la mente del político: “Si los rusos emplean sus armas de gas, y los norteamericanos responden en la misma forma, seremos afortunados si dentro de seis meses sigue con vida la mitad de nuestra población. Es realmente más fácil proteger a nuestros ciudadanos de las armas nucleares que de los gases, y los efectos nucleares tienen una duración menor”. Así, debaten sobre las consecuencias de una guerra y aclaran que el 30% del pueblo ruso morirá, las tierras quedarán envenenadas y abre la posibilidad de que “nuestro país deje de existir por completo”.
A pesar de todo, van a la guerra. Como explica Clancy, vía protagonista, todo el esfuerzo entre el Este y el Oeste para obtener una paz justa y perdurable ha sido arruinado por un puñado de hombres revanchistas, “que no han aceptado de corazón las lecciones de la Segunda Guerra Mundial”.
Amenaza nuclear
En un momento dado de la contienda, con la situación táctica entre ambos bandos estancada, el Politburó plantea la posibilidad de usar armamento nuclear para resolver el conflicto. Fracasó el logro de la sorpresa estratégica, el factor más importante de la guerra. Si la sorpresa hubiera fraguado, en tres semanas habría terminado la guerra, con victoria soviética. Por eso el ministro de Defensa apremia al general Alekseyev. Quieren la victoria ya. “¿Y si podemos impedir, políticamente, la represalia de la OTAN?”, le pregunta el ministro al general.
Las armas nucleares son, ante todo, armas políticas para ambas partes, manejadas por líderes políticos
“Las armas nucleares son, ante todo, armas políticas para ambas partes, manejadas por líderes políticos. Esto limita su utilidad en el campo de batalla. La decisión de usar una ojiva atómica en el campo táctico debe ser transmitida por esos líderes. Cuando llega el momento en que se otorga la autorización, es casi seguro que la situación táctica ya ha cambiado y el arma ya no es útil. La OTAN parece no haberlo comprendido nunca”.
Las armas que tiene la OTAN están diseñadas para que las empleen los comandantes en el campo de batalla. Pero Alekseyev asegura que la dirigencia política de la OTAN no accedería a autorizar el uso a esos comandantes de campo de batalla. Por eso cree que emplearán armas estratégicas, no las armas tácticas… siempre y cuando el responsable de apretar el botón rojo no sea peor que el comandante en el campo de batalla.