Marc Argemí es como un refrán reconvertido en hombre: una suerte de “cuando el río suena, agua lleva” hecho experto en comunicación y Big Data. Él cree en El sentido del rumor (Península), como ha bautizado a su libro, y anda afanado en demostrar que el estudio de las redes sociales recoge la intención de voto con más precisión que las encuestas, justo en estos tiempos del auge y caída del analista político guay que pinta sorpassitos en el aire.
La inestabilidad política española le ha dado cancha a su equipo -la consultora Sibilare-: “Hemos tenido ocasión de analizar y aprender durante meses, saltando de una campaña electoral a otra sin apenas solución de continuidad”, explica en el prólogo. “El ciclo, que se inició con las municipales de mayo de 2015 y culminó con las elecciones al Parlamento vasco de septiembre de 2016, pasando por dos elecciones al Congreso de los Diputados y una al Parlament de Catalunya, nos permitió desarrollar distintas aplicaciones prácticas”.
La de mayor repercusión fue la estimación de resultados electorales exclusivamente a partir de lo que personas, partidos y medios de comunicación comentaban en el universo digital
La de mayor repercusión fue, precisamente, la estimación de resultados electorales exclusivamente a partir de lo que personas, partidos y medios de comunicación comentaban en el universo digital.
Sin preguntas, sólo observación
La cercanía de sus conclusiones a los resultados finales -y la decadencia de las encuestas- les animó a repetir el experimento en junio de 2016. “Reconozco que se trata de una vía de estimación de resultados bastante heterodoxa”, admite. “Supone un cambio radical respecto a los métodos tradicionales, cuya base son las opiniones expresadas en respuesta a preguntas concretas: ‘Y usted, ¿a quién votará?’. Nosotros nunca preguntamos a nadie: nos limitamos a observar”.
Argemí dice que “los tuits no mienten”. Daniel White, periodista de la revista Time, dejó constancia de ello en un artículo después de comprobar que Twitter había predicho los resultados del caucus de Iowa mejor que cualquier otra red social. Fue a comienzos de febrero de 2016, y el dichoso pajarito azul calculó -en cuanto al bando republicano, por ejemplo- que Cruz abarcaba una cuota del 31% de los mensajes de Twitter, Trump quedaba en segunda posición con el 30% y Rand Paul ni siquiera aparecía. El resultado en la vida real es bien sabido: ganó Cruz con el 27,6% de los votos, seguido de Trump con el 24,3% y de Marco Rubio, con el 23,1%.
'Leer las señales'
Es lógico preguntarse cómo una plataforma como Twitter -en la que cualquiera puede opinar tantas veces como desee, donde abundan usuarios falsos y que en campaña electoral se convierte en un spam continuo por parte de los equipos de comunicación de cada candidato- puede ser diagnóstico de algo. Ahora, que ya se ha demostrado que sí lo es, es de recibo aprender a “leer las señales que surgen de la conversación y saber interpretarlas correctamente”.
Twitter es interesante en cuanto es un pálpito del rumor, del “sentir de la gente”, como dice el autor, pero no sólo por eso: sino porque aglutina “la sesuda opinión de un intelectual renombrado” con “la última ocurrencia de un quinceañero con vocación de humorista”. ¿Por qué es mejor este método que la encuesta tradicional? “Porque con la consulta directa, la información que se recoge está estrechamente relacionada con las preguntas cuya respuesta se pretende definir. Va directa al grano. El cuestionario mismo del sondeo supone un sesgo, en el sentido de que puede dejar fuera aquellas preocupaciones u opiniones que quizá existen pero nadie ha contemplado”, lanza el autor.
“Y al revés: las preguntas pueden provocar preocupaciones que no existían en la mente del encuestado hasta el momento en el que se plantean y llevarle a ofrecer opiniones o respuestas frente a lo que tal vez se mostrara indiferente apenas unos segundos antes”.
Puntos en contra: que quien grita más obtiene más atención y que no hay forma de medir la autocensura
La escucha de las redes sociales, sin embargo, “puede captar mejor la espontaneidad”, y, de algún modo, “recoger opiniones que son tabú o que no entran en el cuestionario”. Puntos en contra: que quien grita más obtiene más atención y que no hay forma de medir la autocensura por parte de individuos que no comparten la opinión mayoritaria de un grupo determinado”.
En conclusión, mientras que en la pregunta directa el encuestado representa una muestra, en la escucha sin intervención del analista, cada encuestado es una muestra. Y, al menos, aquí el observador no influencia el experimento, como decía Woody Allen en Si la cosa funciona.
El método
Para sacudirnos tecnicismos, simplificaremos la explicación experta de Argemí y cómo fueron librándose de todas las trabas para acercarse al resultado más exacto: una aplicación para detectar los usuarios falsos, el análisis de las palabras que usan los usuarios para expresarse, el tipo de enlaces que comparten, separar la conversación generada por los partidos y sus militantes de la conversación del resto, estudiar las relaciones en la red -”dime con quién hablas y te diré de qué ha ido la conversación”- y las horas de tuiteo, amén de sus principales ‘protagonistas’, calcular la “sobredimensión” virtual de los exponentes de la nueva política, etc.
Respecto a este último punto, detalla la reyerta Trias contra Colau y advierte acerca de que “la nueva política llevaba tiempo utilizando Twitter como herramienta de movilización y protesta, y sólo recientemente habían tenido acceso a los canales habituales de comunicación de masas”, y que “la política convencional estaba presente en las redes de un modo más profesionalizado, con una base menor de persona movilizadas políticamente en este nuevo entorno”.
Las elecciones del 20-D como ejemplo
El 20-D fue un punto clave. Quedó derrocado en su estudio ese lugar común del debate político español que dice que "en el territorio de las redes sociales dominan las izquierdas". Pues no: se registraba un apoyo al candidato que se presentaba a la reelección, Mariano Rajoy. El resultado final, 28,72%, entró en las horquillas de ambas metodologías -encuesta tradicional y Twitter-. El equipo de Argemí había estimado entre el 28,53% y el 33,51.
En el PSOE pasó algo similar, pero fue en las dos nuevas formaciones -C's y Podemos- donde el método de Argemí dio el puñetazo sobre la mesa. "Podemos obtendría, según las encuestas, entre el 15,60% y el 19,90% de los sufragios: un margen de 4,3 puntos. Cuando vi esa horquilla tan amplia me imaginé a un tipo con una recortada descerrajando una ráfaga de tiros: seguro que alguno acertaba", ironiza. "Las redes sociales daban un resultado para Podemos de entre el 19,85% y el 21,49% -margen del 1,64-, con tendencia a la baja; y las urnas le otorgaron el 20,66% de los apoyos".
La situación se repitió en Ciudadanos: las encuestas presentaban un margen muy amplio, de 4,5 puntos, otorgándoles entre el 16,50% y el 21,01%. Las redes, de nuevo con un margen mucho menor, del 1,77, entre el 14,60% y el 16,37%. El resultado en las urnas fue del 13,93%, más de dos puntos y medio por debajo de la estimación más pesimista de las encuestas. Muy desarrollado, el sentido del rumor.