“Es un acto de justicia, como hacen los autores de este libro, recordar los grandes servicios que Juan Carlos I ha prestado a la democratización pacífica y a la modernización de España”, resopla Mario Vargas Llosa en el epílogo de Rey de la democracia (Galaxia Gutenberg). “Gracias a su destreza política, simpatía, talante y cercanía con la gente común, recobró para la Monarquía española un apoyo popular entusiasta que se había diluido considerablemente en los años de la dictadura franquista”.
De nuevo, el inquebrantable campechanismo del monarca emérito le convierte en el paladín de sangre azul de esta España nuestra -diamante a Bárbara Rey incluido-, en el artífice único de esta flamante democracia -y de Botsuana al cielo-, en referente carnal -con yate en Mallorca- de la dignidad, la generosidad y la inteligencia. Casi nada. Beato Juan Carlos I, un artículo más en esta reunión de ensayos y no cabe en los altares.
En la presentación del libro no se opera en la revisión crítica de la Transición, no se cuestiona el 23-F, no se habla del petróleo saudí, no se estudia la perpetuación del poder de las familias más importantes del franquismo, no se menta el Caso Nóos
En la presentación del libro no se opera en la revisión crítica de la Transición, no se cuestiona el 23-F, no se habla del petróleo saudí, no se estudia la perpetuación del poder de las familias más importantes del franquismo, no se menta el Caso Nóos. Ni el episodio Corinna, cuando la imagen del monarca empezó a resquebrajarse muy en serio. Ni el largo etcétera que sería correspondiente. Esos asuntos los llevan los maridos.
Novelas para alabar a Juan Carlos I
Dice el padre de La ciudad y los perros que confía en que poco a poco “terminará por reconocerse que los treinta y nueve años de su reinado habrán sido, en gran parte gracias a su tino y astucia, los más libres, democráticos y prósperos de la larga historia de España”. Sin Juan Carlos, sostiene, no habría habido democracia en este país. Llega a instar a algún novelista español “de aliento cervantino o tolstoiano” a contar “esta formidable historia”. La del Rey mágico, estratega.
Vargas Llosa llega a instar a algún novelista español “de aliento cervantino o tolstoiano” a contar “esta formidable historia”. La del Rey mágico, estratega
¿Por qué si no los herederos de Franco no consiguieron rebelarse “contra esta democratización de España que los condenaría a la extinción” [bueno, extinción, extinción…]? “Porque, con una habilidad extraordinaria, guardando siempre las formas más exquisitas, pero sin dar jamás un paso en falso, el joven Monarca los fue embarcando del tal modo en el proceso de transformación que, cuando advertían que ya habían cedido demasiado, confundidos y desconcertamos, en vez de reaccionar estaban ya haciendo una nueva concesión”.
Vargas Llosa le quita importancia a la figura de Adolfo Suárez, que no estuvo mal, claro, pero “hay que recordar que fue el rey Juan Carlos quien, con olfato infalible, le eligió para que fuese su colaborador en esta audaz operación”. Todo lo que tenemos entre las manos en 2017 se lo debemos “al Monarca que, de manera espontánea y generosa, se retiró para que lo sustituyera su heredero”. ¿Nuestra gran herida? El separatismo. Y ahí está, y estará la monarquía como garantía de cinta adhesiva, de fixo moral de todo esto -sostiene el escritor-.
“No es cierto que, mientras haya democracia, importe poco si un régimen es republicano o monárquico. No cuando el problema de la unidad de un país es tan grave como hoy día en España. La Monarquía es una de las pocas instituciones que garantiza esa unidad en la diversidad sin la cual podría sobrevenir la desintegración de una de las mas antiguas e influyentes civilizaciones del mundo”. De plebiscito ni hablemos.
'No es una hagiografía'
A este epílogo le preceden los trabajos de Juan Francisco Fuentes -que sitúa al personaje en el marco de su generación-, de Santos Juliá -que dibuja el accidentado itinerario histórico que conduce al encuentro de Monarquía y democracia-, de Francesc de Carreras -que analiza los pasos que consiguen superar las barreras levantadas por la dictadura hasta desembocar en la Constitución-, de Fernando Puell de la Villa -que completa esta aproximación-, de Charles Powell -en cuanto a las relaciones diplomáticas-, de José-Carlos Mainer -que se refiere a la creación cultural- y de Victoria Camps -en el reconocimiento de derechos y libertades-; con ensayo de Javier Gomá interpretando, ya de cierre, la historia de la modernización española en clave europea.
El editor aclara que, aunque no es una hagiografía, se trata de un libro “para la autoestima, no para la autoflagelación”. Está clarísimo
El editor, José Luis García Delgado, quiere dejar claro que esto no es “una hagiografía”, pero cualquiera lo diría. “Estamos alejados de las versiones autorizadas de los tiempos y los personajes, somos profesionales y a estas alturas de la vida no es planteable, no voy a insistir en el tema”. Subraya que su oficio es insistir en la memoria, practicarla, y que precisamente gracias a esa generación suya que recuerda, “la Transición fue posible”. Eso sí: sostiene que este es un libro “para la autoestima, no para la autoflagelación”. Está clarísimo.
¿Su papel? Hasta 1977
Dice Francesc de Carreras que Juan Carlos I es un rey “muy particular”, porque contiene en una misma persona “un príncipe, tres reyes y el ahora llamado rey emérito”. Todos parecen estar de acuerdo en esta división: “Está el Juan Carlos joven que en los 50 no sabe qué papel interpretar, está el de los 60, que ya lo sabe pero lo hace un poco en el entorno de Franco, y está el del 69, cuando se le nombra príncipe de España y sucesor a título de rey. Ahí el primero. El segundo sería el constitucional y el tercero el de la última fase, hasta la abdicación”. Es irónico que se le llame rey de la democracia a un hombre que, según De Carreras, sólo tuvo “un gran papel democrático hasta el 15 de junio de 1977”, ya que “a partir de ahí son los partidos políticos los que obran”.
Se habla de él como el tipo que “redefinió a España en el mundo” gracias a sus relaciones internacionales, el genio que neutralizó al ejército -”no se atrevieron a saltarse su autoridad porque desde las fuerzas armadas era visto como uno más de ellos”, apunta Puell-, como el caballero andante que visitó en su lecho de muerte a Vicente Alexaindre, a Francisco Ayala, a Camilo José Cela o a Salvador Dalí -aquí otra vez con ese don suyo de las relaciones públicas que tanto se nos insta a aplaudir-.
Se habla de Juan Carlos I como el intelectual “que trajo a España el legado Thyssen y el Guernica, que impulsó la RAE y el Instituto Cervantes, que siempre tenía a tiempo la llamada telefónica o la intervención personal
Como el intelectual “que trajo a España el legado Thyssen y el Guernica, que impulsó la RAE y el Instituto Cervantes, que siempre tenía a tiempo la llamada telefónica o la intervención personal, y un sinfín de gestiones poco conocidas pero de importancia decisiva” apunta Mainer. En definitiva: un gustazo de ser, un poliedro de talento, un visionario de todas las capas de la vida.
No hay menciones a la última fase de su reinado. A sus quiebros, a sus errores, a la decadencia de su imagen. Tampoco se analiza ese tema tabú que es su abdicación. Ah, sí. Sólo un guiño por parte de Vargas-Llosa en cuanto al discurso de despedida: “Impecable. No es exagerado decir que conmovió a todos quienes lo escucharon o leyeron”. Y amén.