Sorpresa. La nueva novela de Paul Auster es una parábola sobre el destino humano, los interminables desvíos que una persona se encuentra por el camino de la vida y todos los seres que caen abatidos con cada giro que esconde el azar. Para lograr ser uno mismo, dejamos un reguero de cadáveres de los que podríamos haber sido. La novela más ambiciosa de Auster es una matanza de dimensiones insondables, que el autor de la trilogía de Nueva York resume en cuatro vidas posibles de una misma persona.
De ahí el extraño título que ha elegido para su nueva novela, siete años después de la última, y la más ambiciosa de todas: 4 3 2 1 (primera novedad publicada con Seix Barral, tras abandonar Anagrama). Sólo puede quedar uno. En casi 1.000 páginas (tan larga como sus tres últimas novelas juntas) crea cuatro versiones de Archie Ferguson, nacido en Nueva York, en 1947 -como su padre literario-, que ha creado cuatro seres idénticos, pero diferentes.
Comparten los mismos progenitores, el mismo cuerpo, el mismo ADN, pero viven circunstancias y muertes diferentes. “Impulsados de un lado a otro por la fuerza de esas circunstancias”. Cada uno avanza por su camino particular sin dejar de ser el mismo individuo, en tres versiones imaginarias de la misma persona y una real. Y hasta aquí podemos leer para respetar el giro final. A pesar de lo que pueda parecer, el destino (y Auster) no es un creador de vidas, sino un asesino múltiple que se empeña en dejar con vida sólo a uno de todos los posibles seres que podemos ser.
Rockefeller o nada
Segunda idea: la identidad es una puñetera casualidad. Isaac, abuelo de Archie, llega a EEUU desde Minsk (Bielorrusia) el primer día del siglo XX con el apellido Reznikoff. Es un hombre corpulento de recias espaldas y manos enormes, inculto, sin cualificación, mano de obra barata. En el control de inmigración de la isla de Ellis le preguntan por su apellido, pero olvida el que le había recomendado un compañero para empezar con buen pie su nueva vida: Rockefeller. Así queda, por error burocrático, el de “Ferguson”.
Ferguson no fue Rockefeller. “Fue un trabajador no cualificado de anchos hombros, un gigante hebreo de nombre absurdo y pies inquietos que probó suerte en Manhattan y Brooklyn, en Baltimore y Charleston, en Duluth y Chicago, desempeñando labores varias como estibador, marinero en un petrolero que surcaba los Grandes Lagos, cuidador de animales en un circo ambulante, obrero en la cadena de montaje de una fábrica de latas de conserva, conductor de camiones, peón caminero, vigilante nocturno. Pese a todos sus esfuerzos, nunca llegó a ganar más que calderilla”.
Es el Paul Auster más realista y social de sus casi dos decenas de novelas, el que declara la lucha de clases como un factor determinante en la construcción de cualquiera de nosotros. Aunque en el conflicto de identidades favorecidas y desfavorecidas aflora un escollo inquietante: tan empeñado está en demostrar la fuerza del destino -el hecho de que un hombre está hecho a golpe de impulsos personales y acontecimientos públicos-, que Auster termina por dar a entender que hasta el privilegiado lo es por casualidad. Y, hombre, no.
La fuerza de la escritura
Las cuatro vidas descubren descarados reflejos autobiográficos de la vida de Paul Auster, que ha escrito cuatro versiones demasiado parecidas entre ellas. Es la novela de su vida, es el libro en el que ha reunido los ecos de sus otras 15 novelas, y es, sobre todo, una posición moral frente a la grieta que divide a los EEUU (y el resto del mundo) entre quienes piensan que el individuo está por encima de todo y quienes creen que todos somos responsables unos de otros. Auster está con estos últimos (“todos para todos”) y en contra de una vida neocon. Por eso 4 3 2 1 – dedicada a su mujer, la escritora Siri Hustvedt- es un homenaje continuo a la escritura, donde todos podemos convertirnos en quienes nos atrevamos a leer. Por cierto, un ajuste de cuentas pendiente: “Por bueno que hubiera sido J. D. Salinger, no le llegaba ni a la altura del zapato a Charles Dickens”.
Varios Ferguson quieren ser escritores -obvio- a toda costa, pero uno de ellos lo descubre después de leer Crimen y castigo de Dostoievski, quien le enseñó que las historias inventadas podían ir más allá de la diversión y el entretenimiento, “eran capaces de volverlo a uno del revés y ponerlo patas arriba, podían escaldarlo, congelarlo, quitarle la ropa y arrojarlo desnudo a los implacables vientos del universo”. A partir de aquella lectura, supo finalmente adónde quería ir. “Sólo tenía 15 años pero ya se había casado con una idea, y en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la enfermedad y en la salud, el joven Ferguson prometió ser fiel a esa idea durante todos los días de su vida”. Sería escritor para poder crear vida artificial y modificar la real. “En los anales de los logros humanos nada puede superar el placer de escribir una buena frase”, piensa ese Ferguson.
En 4 3 2 1 Auster se ha liberado de la lógica lineal de la narrativa realista para exponer sus dudas sobre el poder de los individuos para controlar sus propias vidas. Los homenajes a Borges son constantes, aquí una cita de las últimas líneas de la nueva novela: “Un camino no era mejor o peor que cualquier otro, pero el tormento de estar vivo en un solo cuerpo significaba que en un momento dado uno tenía que encontrarse exclusivamente en un solo camino, aunque pudiera haber estado en otro dirigiéndome a un lugar enteramente diferente”.
La otra alteración evidente en los modos habituales del autor norteamericano es la ruptura con el estilo directo. Se sube sin miedo a las olas de las subordinadas interminables, con frases que no acaban hasta tres páginas después y cortan el aliento (y la atención). Es el resultado de meterse en los pensamientos de sus criaturas. Se dedica a contar y contar, recreándose en el realismo más minucioso, mientras recorre los acontecimientos más importantes de la segunda mitad del siglo XX, desde la Guerra Fría al asesinato de JFK, pasando por Martin Luther King o Vietnam, tratando de demostrar que los grandes acontecimientos históricos repercuten en las vidas más insignificantes. Que la fuerza del encuentro brilla por encima de dios: “Dios no está en ninguna parte, pero la vida está en todas”. La muerte también.