Bienvenidos a la glorificación del músculo: aquí pectoral es amor, aquí cardio es literatura. Cuenta el autor William Giraldi que “ser percibido como débil cuando eres hombre es una forma de morir”, y lo dice porque él se vio obligado socialmente a criar anchuras corporales hasta la náusea para disfrazarse de niño fuerte, para revestirse de virilidad. Años locos de gimnasio -para "parecer más hombre"- mientras leía a Keats en secreto. A sus colegas les contaba que consumía la PlayBoy.
Ahora publica El cuerpo del héroe, una pequeña enciclopedia de relatos sobre la masculinidad abortada, sobre las inseguridades de los chavales, sobre la pelea incansable hacia la autoestima y lo que se espera de ellos por el simple hecho de nacer con miembro. Este es el estigma de género del hombre del que tan poco se habla, tristemente: a la mujer se la considera débil, pero al caballero no se le permite serlo. La familia y los amigos de Giraldi pensaban que la literatura, el arte y la música -en realidad, casi cualquier cosa que no sirva de nada en un campo de batalla- son disciplinas “afeminadas”, así que tuvo que amarlas con discreción.
El autor compara sus lecturas sigilosas y nocturnas -mientras el día lo pasaba levantando pesas- con la “vida bifurcada” que experimenta un chico gay que no se atreve a salir del armario
El autor compara sus lecturas sigilosas y nocturnas -mientras el día lo pasaba levantando pesas- con la “vida bifurcada” que experimenta un chico gay que no se atreve a salir del armario. “Es una parte de mí mismo central, pero no la podía expresar, no la podía ejercer”. Tras un ataque de meningitis a los 15 años, el escritor empezó a trabajar su fortaleza haciendo trinchera en el gimnasio: así lo cuenta en la primera mitad del libro, por ahora sólo disponible en EEUU.
En la segunda mitad se centra en la muerte violenta que sufrió su padre en un accidente de moto, una década después. Ambas imágenes -la del niño obsesionado con el músculo y la del adulto caído en carretera- para él responden a un mismo problema: “Es una forma primitiva de tribalismo que impuso a los hombres a probarse a sí mismos, incluso de forma peligrosa”.
Giraldi lo llama “ritos de iniciación”. Cree que en el hombre “nunca se van realmente”: la necesidad del autoexamen constante arranca en la adolescencia pero se repite episódicamente a lo largo de la vida. “Nunca estás libre de ello. Nunca te deja escapar. Es una forma envenenada de ser hombre… porque nunca se puede ganar, no del todo”.
Años de testosterona en EEUU
Giraldi nació en Nueva Jersey en un momento en el que la masculinidad reflorecía con violencia. Él cree que “después de los fracasos de Vietnam, Estados Unidos necesitaba una inyección de testosterona”, algo que supieron canjear guionistas y directores como Steve E. De Souza: pronto se pusieron a lanzar como locos películas de férrea acción y a impulsar a estrellitas musculosas. Ahí filmes como Comando o Jungla de cristal. Sudor, sangre y pistolitas. “Tras las presidencias de Ford y Carter que, seamos realistas, no eran presidentes muy masculinos -Carter era afeminado, Ford era ineficaz-, llegó Reagan a derrochar brutalidad masculina y fanfarronería. Era un tipo perfecto para fingir en pantalla ser de una escuela muy, muy masculina, y trató de alborotar nuestra imagen nacional”.
Sostiene que De Souza “tenía razón en su planteamiento de curar mediante el cine las heridas de Vietnam”, pero, a su vez, recuerda que “no debemos olvidar que la administración de Reagan supuso un parón completo para las victorias del feminismo en este país y sus efectos emasculadores, que nos estaban beneficiando a los hombres”. ¿Y qué hay de Trump? Su “masculinidad ostentosa” no es más que un “acto compensatorio”: “Toda esa fanfarronería… todo este espectáculo es una fachada que pretende ocultar profundos pozos de debilidad y lo que se percibe como feminidad”, reflexiona en una entrevista a The Guardian.
No debemos olvidar que la administración de Reagan supuso un parón completo para las victorias del feminismo en este país y sus efectos emasculadores, que nos estaban beneficiando a los hombres
El escritor tiene muy presente a su padre. El día que murió, dos motoristas que habían estado con él esa misma mañana comentaron que el hombre había dicho que “no se sentía bien”, pero Giraldi no se lo cree. Piensa, en realidad, que su padre nunca hubiese emitido esas palabras porque “habrían sido una señal evidente de debilidad para el clan”. Él empezó a escribir su libro en esa misma fecha: alguien se fue y algo empezó. Le hizo caso a lo que decía Benvenuto Cellini en su autobiografía, y es que hay que esperar a los cuarenta años, al menos, para detenerse a mirar la propia vida y a escribir sobre ella.
Esta sensación de inminencia se acentuó cuando tuvo a su primer hijo, y cobró sentido la idea de contar la historia del abuelo. Eso sí, la educación que está recibiendo su crío es muy diferente a la que tuvo él: “Quiero que entienda que se puede ser hombre y amar la literatura, y la música, y el arte; quiero que sepa que los hombres reales son misericordiosos, que los hombres reales son amables, que los hombres reales muestran amor, y no desprecio, hacia aquellos que son más débiles”.