Los marqueses de Urquijo, destacados miembros de la nobleza y las altas finanzas, fueron asesinados a sangre fría en 1980 mientras dormían en su residencia de Somosaguas (Madrid). Al cabo de ocho meses, su yerno, Rafael Escobedo Alday, fue detenido y acusado de ser el autor material de los asesinatos, y dos años después era condenado a 53 años de cárcel, a pesar de que en el juicio no se aportó ni una sola pieza de convicción por inexplicables desapariciones.
Su íntimo amigo Javier Anastasio de Espona fue detenido como consecuencia de un soplo. Javier reconoció haberle acercado en coche hasta la casa de los marqueses la noche de autos y haberse deshecho, uno o dos días después, de una pistola que este le entregó, arrojándola al pantano de San Juan (San Martín de Valdeiglesias, Madrid), pero siempre negó su participación en los hechos. Fue acusado de la coautoría del crimen y cumplió tres años y medio de prisión preventiva. A los nueve meses de salir en libertad provisional, y pocos días antes de la celebración del juicio, decidió fugarse de España convencido de que estaba condenado de antemano. No regresó a su país hasta la prescripción del delito, veintidós años después.
Javier, ¿qué fue lo que te decidió a lanzar al pantano de San Juan la pistola que Rafael Escobedo te entregó?
Hubo dos motivos. El primero, mi acusado sentido de la amistad, de la lealtad, entiendo que incomprensible en la sociedad actual. Rafi, íntimo amigo mío desde la niñez, estaba metido en un serio aprieto y me pidió que le ayudara, y no me pude negar. O no supe hacerlo. La segunda razón es que yo le había acercado a casa de sus suegros, los marqueses de Urquijo, la noche en la que se cometieron los crímenes porque él tenía su coche en el taller. Me dijo que se había citado allí con su cuñado, el hijo de los marqueses, como otras tantas veces, para dormir allí. Y cuando Rafi me pidió que me deshiciese de la bolsa que contenía la pistola pensé que si no lo hacía él podía contarle a la policía que yo le había llevado a la casa del horror, y aquello me habría complicado la existencia.
Pero más te la complicó el deshacerte del arma. Aquella decisión cambió para siempre tu vida y la de tu familia. Marcó un antes y un después.
Totalmente. Lo que ocurre es que entonces, con 26 años recién cumplidos, yo era un inconsciente, un joven atolondrado, y no sopesé las graves consecuencias que esa acción iba a tener para mí. Yo albergaba una serie de planes de futuro: soñaba con ser director de cine (ya había hecho algunas cosas) y gozaba de una vida privilegiada, en un entorno familiar adinerado y en el que primaba el cariño. Y todo eso lo dinamité a raíz de aquella irreflexiva decisión.
Siempre has mantenido tu inocencia.
Y lo seguiré haciendo mientras viva. Mi papel en esa historia no pasó del mero encubridor. Cometí un error, nunca lo he negado, un error de bulto, pero pagué un precio demasiado alto por ello: cerca de cuatro años de cárcel y media vida fuera de mi país, como un paria.
¿Qué papel jugó Rafael Escobedo en el crimen?
Rafi participó en el crimen, eso es seguro, lo que no sé es de qué manera. Él siempre dijo, al menos a mí, que esa noche fue a la casa engañado.
¿No crees que él apretara el gatillo?
Estoy convencido de que no fue el autor material de los asesinatos. Rafi habría sido incapaz de hacer algo así, le faltaba temple y sangre fría, y otra cosa aún más decisiva: habilidad. La manera en la que les dispararon evidenciaba la intervención de un profesional. O profesionales. Y eso no es algo que diga yo, sino que distintos policías y los forenses que realizaron la autopsia a los marqueses apuntaron por ahí.
¿Su condena fue, entonces, injusta?
Absolutamente injusta. Para empezar, porque en el juicio no hubo pruebas de peso contra él más allá del testimonio de Myriam, su exmujer, que un año después de los asesinatos recordó de pronto que en una bronca con Rafi este le dijo que iba a hundir a sus padres, y de las primeras declaraciones de Rafi, ante la policía y el juez, en las que se autoinculpó. Más tarde se retractó, y ya para siempre, y explicó que si se declaró culpable fue porque la policía le amenazó con llevar a toda su familia a los calabozos de la DGS [Dirección General de Seguridad, ya desaparecida] e interrogarla, y él alcanzó un pacto con ellos para evitar que su madre (porque su padre sí que estuvo en esos calabozos) pisara aquel lugar.
¿Crees que se suicidó, como se piensa, o que fue asesinado?
En su organismo había restos de cianuro. Los dos forenses que realizaron la autopsia a los marqueses, dos eminencias, estudiaron, a petición del abogado de Rafi, la autopsia que le fue practicada y concluyeron que había sido colgado después de muerto. Para rematar la faena, vosotros incluís en la novela el testimonio del preso que lo encontró sin vida, y ese hombre explica claramente que no presentaba los signos característicos de una muerte por ahorcadura.
¿Por qué te fugaste de España?
No me quedó otra. Me ‘invitaron’ a hacerlo. Uno de los magistrados que formaba parte del tribunal que me iba a enjuiciar le dijo a mi abogado que daba igual lo que argumentara a mi favor, puesto que yo ya estaba condenado de antemano. Condenándome justificaban la condena de Rafi, tan criticada desde todos los sectores, pero mi absolución les habría supuesto un serio problema.
¿Durante las más de dos décadas que pasaste en el extranjero tuviste que recurrir alguna vez al soborno de policías o funcionarios públicos?
Jamás. Lo habría hecho, sin dudarlo, de haberlo necesitado, ya que mi prioridad era mantenerme en libertad como fuera, pero nunca llegué e necesitarlo.
¿Cómo se explica eso? Fuiste retenido en dependencias policiales en Río de Janeiro y en Buenos Aires, y te mostraron un dosier en el que figuraba tu implicación en el caso Urquijo y tus antecedentes penales.
Así es. Pero en ambos casos, tras unas interminables horas de espera que nunca olvidaré, en las que supuestamente contactaron con las autoridades españolas, me dijeron que todo estaba en orden y que me podía marchar. Incluso se disculparon conmigo. Además, dos meses después del ‘percance’ en Río de Janeiro me di de alta como residente en el consulado español y me renovaron el pasaporte. Supongo que eso significa algo. Ellos son los que tienen que explicar por qué pasaban estas cosas y por qué no tenían ningún interés en detenerme y extraditarme.
¿Temiste en algún momento por tu vida?
Tras la muerte de Rafi sí. En ese momento pensé que si habían eliminado a Rafi (porque eso fue lo que pasó, que nadie se engañe al respecto), yo seguía siendo un cabo suelto, alguien incómodo, y el pánico me invadió durante un tiempo. Pero no ocurrió nada, afortunadamente para mí. La diferencia es que Rafi estaba en España y yo me encontraba muy lejos, y desde el extranjero no suponía ninguna amenaza.
Suena a complot desde las más altas instancias.
Porque lo hubo. En vuestra novela, vosotros contáis una serie de hechos inquietantes, por no decir insólitos. Es imposible no llevarse las manos a la cabeza ante eso.
¿De qué viviste en esos años de exiliado forzoso?
Aparte del dinero que llevé conmigo, fruto de la venta de un apartamento, y del dinero que mis padres me enviaban regularmente, pude invertir en un par de inmuebles en Buenos Aires, monté un negocio de hostelería en Puerto Vallarta, México, e incluso terminé convirtiéndome en productor agrícola en la Patagonia: alquilaba tierras con un socio, que era el que conocía el negocio, y allí plantábamos tomates y luego los vendíamos.
La cosa es que conociste mundo, disfrutaste de los placeres de la vida, te relacionaste con gente interesante, montaste negocios, compraste casas, fundaste una familia... No se te dio tan mal teniendo en cuenta lo que habías dejado atrás, en España.
Desde luego, no me puedo quejar. Supe adaptarme al medio. Y supongo que tuve suerte. Jamás podré decir que mi implicación en el caso Urquijo me benefició, de ninguna de las maneras. Pero es innegable que, gracias a la decisión de fugarme, viví una vida llena de peligros y temores, aunque rica en otros muchos aspectos.
Te dio una historia que contar, una biografía potente.
Sí, así es.
¿Qué opinión te merece la novela que hemos escrito sobre tu historia y sobre el caso Urquijo?
Creo que habéis sido muy rigurosos. Esa es una de las cosas que le faltaron al caso Urquijo, al que muchos informadores convirtieron en un auténtico circo. Leyendo vuestro libro se ve que buscabais la verdad, sin adornos y sin querer complacer a nadie, y para ello no habéis tenido reparos en cuestionar a quien hiciese falta, también a mí. Me parece un buen trabajo, sí, y una historia, si me permitís, emocionante y espeluznante a partes iguales. Y en algunos momentos, hermosa.
¿Quién o quiénes asesinaron a los marqueses de Urquijo? ¿Fue alguien de su círculo más íntimo o tuvo que ver con el mundo de las altas finanzas?
[Sonríe] Me temo que para contestar a esa pregunta tendréis que leeros vuestra novela. Quizá en ella encontréis la respuesta.
Javier Menéndez Flores y Melchor Miralles son autores de el libro 'El hombre que no fui' (La Esfera).