Respuesta: por “rutina gubernamental”. El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, acaba de reconocer en una entrevista a la BBC que declarará la independencia de Cataluña en “cuestión de días”, a pesar de tener en contra al Estado español y a las fuerzas que lo protegen. ¿Por qué el Parlamento catalán ha decidido desconectarse de España vía insumisión? El ensayo La igualibertad, que acaba de publicar esta semana la editorial Herder, aporta algunas respuestas que ayudan a comprender el conflicto de Estado en el que ha entrado el país.
Una vez ha quedado de manifiesto, tras el mensaje televisado del rey, que el secesionismo catalán puede llevarse por delante el pacto constitucional de 1978, a las bravas, después de casi 40 años de uso, el filósofo Étienne Balibar explica que el ciudadano, harto de la inoperancia del poder legítimo, convertido en la simple propiedad de aquellos que lo ejercen, se levantan contra la “rutina gubernamental”.
La falta de política y alternativas, la ausencia de reformas de los estatutos de autogobierno o la negación a la consulta porque sí ha provocado la institución de una contraciudad o un contrapoder ilegítimo, que se ha levantado frente al poder legítimo y ajeno a los problemas. El rodillo rutinario del Gobierno Rajoy ha valorado más la fuerza del ciudadano pasivo, que el empuje del ciudadano activo catalán. Primero menospreció su hartazgo, luego ignoró su capacidad de insurrección. El PP yace en el absolutismo del mapa azul que dejaron las Elecciones Autonómicas y estas son las consecuencias.
Contra lo que te constituye
Así, según la lectura de Balibar, contra la rutina de la omnipotencia del Estado se erige la desobediencia civil de los ciudadanos, que manifiestan de esta manera su independencia total. “Refuerza la idea del ciudadano responsable que se enfrenta a lo que lo constituye”. Porque es la ciudadanía la que se enfrenta a sí misma, la que cuestiona la sociedad en la que vive y la hace avanzar. “La ciudadanía democrática es conflictiva o no es”, añade el filósofo marxista francés.
Esto está recogido en tradición constitucional anglosajona, pero también en la historia de Francia, “jalonada de episodios en los cuales la desobediencia a los poderes establecidos, y particularmente del Estado, hizo posible o precipitó el cambio de régimen político”. El país vecino sabe de jornadas de barricadas y semanas sangrientas -como la toma de la Bastilla, en 1789-, pero también en huelgas generales o intentos de autogestión. El autor explica que la desobediencia cívica y la resistencia no violenta llevaron a la soberanía del pueblo de la India y Argelia.
La resistencia, la insurrección, la insumisión sucede en situaciones extremas, de urgencia y escisión de la comunidad. Para Balibar lo que pueden hacer los individuos para, colectivamente, ser y seguir siendo ciudadanos, no es someterse a la pasividad, sino hacer que las comunidades a las que pertenecen sean verdaderamente política. “Otra ciudadanía a la codificada y normalizada es posible”, y esto es lo que llevó el pasado domingo a convertirse en una circunstancia histórica. Porque fue dramática, porque se aclararon los desafíos de la relación de los ciudadanos con el poder de la ley.
La insumisión como principio
“El buen ciudadano sólo puede tener una relación activa, conflictiva y problemática con el poder y en los poderes”. Y por poder se refiere a las instituciones fundadas en las leyes, como el Ejército, la policía, la justicia o la escuela. “Porque ese poder no es exterior a nosotros, algo que encontramos ya hecho frente a nosotros, algo que padecemos y que no tendríamos que discutir”. No. Ese poder es lo que el ciudadano constituye, lo que el ciudadano contribuye a producir, a formar y a transformar. “Ya sea porque lo ejercemos o porque lo aceptamos, ya porque nos resistimos a él o porque lo desafiamos”.
En este sentido, una parte de la sociedad catalana y la mayoría de su Parlamento ha decidido transformar su sociedad desafiándola, pasando de la resistencia a la insumisión, una vez la “rutina gubernamental” asfixia sus aspiraciones. Esto no garantiza que los ideales alcanzados no sean traicionados por aquellos que los habían apoyado, transformándose los revolucionarios en dictadores, “los resistentes en políticos de oficio”.
Lo que no parece haber asumido el Gobierno Rajoy es que la condición permanente de la política es la lucha de las instituciones con las fuerzas morales y que la comunidad, para permanecer viva como comunidad, se pondrá en riesgo. La política y el arte de la negociación debería aparecer para evitarlo. Pero cuando no sucede, cuanto más burocratizada es la máquina de poder, cuanto más grandes son las desigualdades sociales en el acceso a los diferentes poderes públicos, y, sobre todo, cuando algunas clases se apropian de la política, la privatizan y la destruyen… llega la insumisión. “El derecho a la insumisión no se otorga, sino que se ejerce a cuenta y riesgo de quienes lo asumen”.