De pequeña la castigaron porque exclamó ante un postre: “¡Tengo hambre!”. Ese día aprendió que una niña bien sólo podía tener apetito. Quizá todo se resuma a una cuestión de apetito en vez de hambre, a entender que el diccionario y las clases sociales no son tan de hierro como parecen. Quizá las novelas sirvan para eso, para derribar los cercos de poder y de intransigencia. A descubrir la diferencia entre hipocresía y la honradez.
Carmen de Icaza (1899-1979) no fue la niña castigada. Ella pasó hambre antes de llegar al apetito. La abuela del ministro de Educación, Cultura y Deporte, Íñigo Méndez de Vigo, podría haberse autorretratado en ese personaje de su novela Vestida de tul, pero está en otros. Carmen, antes de que Franco la santificara en 1951 con el título de baronesa de Claret -al parecer, por sus labores en la Cruz Roja-, trabajó para sacar adelante a su familia, tras la muerte de su padre. Fue periodista en el El Sol, el Ya, ABC y la revista Blanco y Negro, y con 18 años publicó su segunda novela: Cristina Guzmán, profesora de idiomas. Un pelotazo.
La Guerra Civil había estallado un mes antes y el libro apareció primero por entregas en Blanco y Negro. Luego, la publicó la Editorial Juventud, en el Madrid republicano. Carmen Martín Gaite recordó en una ocasión que "sus heroínas eran activas y prácticas, se sorbían las lágrimas, afrontaban cualquier calamidad sin una queja, mirando hacia un punto orlado de nubes rosadas". "Inasequibles al pernicioso desaliento que sólo puede colarse por las rendijas de la inactividad”, escribió sobre las mujeres del libro y, claro, sobre Icaza.
El odio pide novelas rosas
Incluso Dolores Ibárruri leyó las aventuras de la aristócrata arruinada Cristina de Guzmán. La novela se adaptó al teatro y al cine dos veces, fue uno de los seriales de la radio más exitosos de la dictadura. La propia Carmen de Icaza escribe en un prólogo en una de las reediciones que “el Madrid rojo, en patética paradoja, pedía novelas rosa”. Explica, con sobredosis de cinismo, que se demandaban “relatos llenos de optimismo fácil, en los que la virtud triunfa siempre y es castigada la maldad”. Y lo resume de esta manera: “El Madrid del odio, pedía amor”. Lo cierto es que la novela frustra toda promesa de modernidad.
Ella, su marido y su hija huyen del Madrid republicano y se refugian en Berlín. Carmen había pasado su infancia en Alemania, por su padre, un diplomático mejicano enamorado de la obra de Cervantes. Cuando regresa a España se encarga del Auxilio Social franquista, del que fue la secretaria nacional, inspirada por la idea de la institución alemana. De hecho, se entrevista, en 1937, con la presidenta nombrada por Hitler para orquestar a las juventudes nazis. También viaja a Italia -junto con Pilar Primo de Rivera, Dionisio Ridruejo y la presidenta de las mujeres fascistas- para entrevistarse con Mussolini.
Pronto pasa a compaginar su cargo en Auxilio Social con la secretaría general de la Dirección General de Propaganda de Franco. Si recuerdan el popular lema: "Ni un hogar sin lumbre, ni un español sin pan", es de ella.
Mientras su carrera política crece con el franquismo, su oficio novelístico también vuela. ¡Quién sabe…! (1940), Soñar la vida (1941), Vestida de tul (1942) y El tiempo vuelve (1945). Ese año, el Gremio de Libreros la declara “novelista más leída en España”.
Vuelve 75 años después
Planeta recupera ahora Vestida de tul, 75 años después de su aparición. No es su mejor libro, pero es el más sangrante con la casta. Debajo de esa fábula ligera de enormes salones, duques estirados y apetitos desatados, aparece una dura crítica a la sociedad que oprime a la mujer. De hecho, antes de su viraje fascista escribía en 1935, en Blanco y Negro, soflamas contra el gobierno alemán por prohibir a las mujeres trabajar, maquillarse o fumar. En el Ya firmó otro artículo que terminaba así: “¡Que las ricas, las cultas, las fuertes defiendan a las débiles, las ignorantes, a las humildes!”.
No han pasado diez años de estos artículos y Carmen publica Vestida de tul -un título terrible-, en la que se infla a colorear ambientes para desmenuzar caracteres. La acción, que no hay, la sitúa en 1917. Tampoco encontramos un hilo dramático. Ni siquiera una historia o una protagonista. No le preocupa resolver nada. Simplemente, se centra en las mujeres, en la pelea por resistirse a ser domadas por los deberes y los haberes que se les presuponen.
Discretas y modestas. “Como deben ser las hijas de buena casa”. Por ejemplo, Sol quiere estudiar música en el Conservatorio y tomar clases de dibujo en el estudio de algún buen pintor. “¡Qué!”. Su madre, la duquesa de Alcántara -a la que le molesta que su hija haga ruido al andar, porque las bien educadas pisan “suavecito, ligero”-, queda horrorizada. Lo único que le faltaba: “Una hija intelectual y sufragista. Como esas chifladas que con bata gris copian en el Prado las indecencias de un Rubens o de alguien por el estilo”. No, por ahí no. “Hija mía, tú tendrás que hacer lo que yo te mande y que amoldarte al plan de vida que yo te trace”.
Enterradas vivas
En otro momento, otro personaje, Marisa, rechaza a Diego, que la quiere tanto que quiere cambiarla. “Mi prometida tiene que ser una muchacha que sepa estarse en su sitio, en su clase”. Marisa no quiere ser “enterrada viva” en su decoro. “Las únicas armas para hacernos un lugar dentro de nuestra sociedad, donde la mujer no cuenta para nada mientras no dispone de todo, son precisamente nuestra coquetería, nuestro atractivo, nuestras intrigas de mujer”, le hace decir Carmen de Icaza a su personaje. No es el mejor arrebato feminista al que llega en esta novela impresionista.
La autora sabe colorear y poner dialogar a sus criaturas. Y aunque empuja para romper con las garantías de las familias acomodadas, deja a las mujeres con el depósito de esperanza, vacío. Nueve años después de trolear a la casta nobiliaria, por la que tanto trabaja su nieto, le conceden el título de baronesa de Claret.
La novela avanza y vemos a Felipe decir a Sol que “a los hombres nos cargan las mujeres inteligentes”. Ella se revuelve y le dice que rechaza que un hombre la obligue a mostrarse distinta de como es. “Tú me dices: “Que no sepan que sabes pensar”. Mi madre, a todas horas: “Que no sepan que sabes tal cosa. Que no parezcas tal otra. No pises fuerte. No te rías, que es poco serio. No estés seria, que es aburrido”. Señor, ¿por qué se empeñan todos en que una chica tiene que ser sin color ni sabor, como el aceite de ricino?”.
Escapar de la realidad
Pero: llevar la acción a 1917 es una fuga descarada, que evita a Carmen meterse en terrenos pantanosos. Se adentra en los derechos de la muer, como un refugio que desactiva los barros políticos, sin obstruir la maquinaria del régimen. Ella está convencida de que la regeneración del país sólo es posible gracias a los principios del Movimiento, aunque Vestido de tul sea una denuncia del sistema patriarcal... En ese abismo moral se sitúa esta escritora.
De entre todas las novelas, urge rescatar La casa de enfrente (1960), su última obra, la más oscura de todas. De Icaza olvida todo lo anterior y trabaja la narración a partir de una visión desencantada de la realidad, con un testimonio social nítido y personajes marginales. Se coloca a un paso del realismo social de Tiempo de silencio (1962), de Martín Santos. De la hipocresía del antiguo régimen (Vestida de tul) a la hipocresía del nuevo régimen dictatorial (La casa de enfrente).
Carmen de Icaza, rodeada de hombres, Yugos y Flechas, en una sociedad que no concede la oportunidad a la mujer de ser ella misma, ha llegado como una figura polémica. Unos ven en ella una fiel seguidora del partido fascista Falange Española; para otros es una feminista conservadora. Siempre escritora a sueldo del régimen.
Para ampliar información sobre la obra de Carmen de Icaza:
El estudio de María Rosón 'Género, memoria y cultura visual en el primer franquismo' (Cátedra), en el que recorre la experiencia íntima de la identidad de la mujer en la dictadura.
De Sonia Núñez Puente, la tesis 'Novela rosa y cultura popular: Carmen de Icaza y Concha Linares Becerra',
De Carmen Martín Gaite, 'El cuarteo de atrás'.
De Miguel Soler, Vencer a Medusa: El modelo de mujer angelical en la primera novela rosa de Carmen de Icaza. Feminidad y tradicionalismo.
Tesis doctoral sobre las mujeres y las revistas femeninas, de Carmen Muñoz Ruiz.
Tesis doctoral de Carmen Fragero, sobre la narrativa de la autora.
De Lucía Montejo 'Discurso de autora: género y censura en la narrativa española de posguerra'.
Artículo de María del Carmen Servén Díez, 'Éxito y olvido de Carmen de Icaza', en Letras peninsulares (2005).