El rey no apareció en la entrega del Premio Planeta 2017 para subrayar la unidad literaria, ni la Estatal, ni ninguna otra. Con los tensos acontecimientos políticos de las últimas semanas en relación al conflicto catalán, los cargos institucionales hicieron la del humo, performance que requiere entreno y por eso la bordaron: sólo Ana Pastor, presidenta del Congreso, acudió a la cena de la gala con discreción, como para moderar poéticamente el cotarro, que era un patio alfombrado de rojo donde lo mismo convergía Risto Mejide que Juan Manuel de Prada, ambos cuentas folclóricas de rosario de esta España nuestra.
Inés Arrimadas e Iceta sí que practicaron el apoyo moral al prestigioso premio remunerado con 601.000 euros en una noche que amenazaba vulgar pero reventó en destellos paranormales. Oigan: sí. El más destacado es que el independentismo desapareció durante unas horas. Nadie habló de ello ni quiso hablar, como si no existiera. Como si Planeta no hubiese trasladado su sede social por las “inseguridades jurídicas” que genera el conflicto catalán. Como si ahí afuera las calles no vomitasen diferentes banderas, como si la Policía nunca se hubiese vuelto contra los votantes del 1-O, como si la independencia no se hubiese declarado y suspendido. Como si el ciudadano medio no andase como esquizofrénico, partido en Españas. Estalló en ficción sin verosimilitud, el Planeta, tristemente. Fue una burbuja de nada.
Las pantallitas de la sala recogían los diez nombres y títulos de autores y novelas seleccionadas -las afortunadas que habían sobrevivido a una criba de 634 manuscritos-, la mayoría con pseudónimo. Calma tensa, besos falsos, fotos. Gran parte de los asistentes sentía una extraña fascinación por uno de los manuscritos finalistas, que se llamaba Una fea encantadora, de Eva Florencia Benavidez. Nadie se lo había leído, claro, pero parece que el argumento saciaba las ansias fáciles de romanticismo que necesita el personal en estos tiempos de cólera: una mujercita fea, a punto ya de ser considerada como, lo que en términos machistas, se conoce como “solterona” -justo lo que ella quiere para poder cumplir con su sueño de ser escritora-, conoce a un apuesto caballero de dudosa reputación y acaba enamorada y convertida en condesa de Lancaster. Hubo abucheos generales cuando quedó descalificada.
El niño mimado de Planeta
Ganó Javier Sierra, escritor súperventas, apuesta segura, niño mimado de Planeta. Lo confirmaban después los directivos, por si quedaba alguna duda: “Este premio no es para hacer conocer a autores, sino para hacer lectores”. Hacer, ¿más? Sierra es el primer y único escritor español que ha entrado en los diez primeros puestos de la lista de libros más vendidos de EEUU, elaborada por The New York Times. Fue en abril de 2006, con La cena secreta (Plaza & Janés) su best-seller más aclamado, editado en 32 países y con unas ventas de más de 3 millones de ejemplares. Esta obra lo catapultó también como el segundo escritor español más traducido, detrás de Carlos Ruiz Zafón y por delante de Juan Gómez-Jurado. Ha publicado siete novelas y otros tantos ensayos: desde La dama azul en 1998 (Martínez Roca) a La pirámide inmortal (Planeta) en 2014.
Sierra es un autor peculiar, implicado en la rareza, que lo mismo borda una novela sobre arte que sobre un enigma loco, y para todos los paladares, que ahí están los datos. Este premio se le ha concedido por su manuscrito La montaña artificial, de nombre real El fuego invisible. La historia trata sobre un joven profesor, afincado en Dublín y nieto de un famoso escritor, que pasa unos días en España. Sin comerlo ni beberlo se ve envuelto en una peligrosa trama que tiene una misión: hallar el origen de un misterioso objeto que tiene capacidad tanto para atraer enemigos como para crear mundos nuevos.
Sierra es un autor peculiar, implicado en la rareza, que lo mismo borda una novela sobre arte que sobre un enigma loco, y para todos los paladares, que ahí están los datos
No es la primera vez que juguetea con lo misterioso, con lo paranormal, erigiéndose casi como el Iker Jiménez de la literatura que se lee, interesado siempre en investigar enigmas del pasado y misterios históricos basándose en documentación de campo: en 1993, por ejemplo, Sierra trabajó como redactor del programa de Telecinco Otra dimensión, y dos años más tarde defendía contra viento y marea, y delante de quien le quisiese escuchar, que uno de los invitados a plató, el “cirujano psíquico” Stephen Turoff -que decía que podía curar diversas enfermedades extirpando partes del cuerpo del paciente, eso sí, sin bisturí, sin anestesia, sin dolor y sin dejar cicatriz-.
“Crear nuevos mundos”, dice Sierra que es lo que puede hacer el objeto misterioso que protagoniza su novela: no es otro que el Santo Grial, que vuelve con sus poderes desquiciantes. Crear mundos, o Estados, o posibilidades, como sueñan ahora los independentistas. Sin embargo, el gran fenómeno paranormal de la noche fue la ausencia total de referencias políticas: el Planeta fue un espejismo, una isla sostenida en el tiempo, un evento impermeable a la vida real que latía ahí afuera. Gala sin ilusión, medio muerta, haciendo oídos sordos a las desavenencias sociales.
Mucho más allá, poco 'más acá'
Sí, fenómeno paranormal en vena para olvidar que el mayor misterio, el mayor enigma, es cómo va a acabar este país nuestro: Puigdemont y Rajoy cada vez más ilegibles, comunicándose, si es que lo hacen, en lenguas imposibles, inasibles para el resto. Decía Sierra que la clave de El fuego invisible se esconde en la cita inicial del libro, de Doris Lessing. La pronunció durante el discurso de aceptación del Nobel de Literatura. “Lo que viene a contar es que el origen de toda literatura se ancla muy atrás, en la noche de los tiempos, cuando nuestros antepasados, los primeros sapiens, se unían en torno al fuego y se contaban historias”, relató.
“Es el punto de partida que ilumina el trayecto del protagonista principal. Se trata de una novela escrita en primera persona. David Salas, profesor de Lingüística de Dublín, se ve obligado a viajar a Madrid y es reclutado, casi sin darse cuenta, para la escuela de experimentación de Victoria Goodman [aquí el pseudónimo con el que presentó la novela]. Hay algo silenciado: la muerte de uno de los integrantes de la escuela. Así que el protagonista se lanza al viaje, a buscar la clave de la muerte de esa persona, que tiene que ver con algo llamado ‘el fuego invisible’. Trata de resolver ese arcano. La pregunta sobre la que gira el libro es: ¿de dónde vienen las ideas?”.
En el momento en los que los creadores de esta tensión hagan crítica literaria, yo criticaré lo que hacen ellos
¿Qué siente Javier Sierra, el hombre que cree en el más allá, al recibir el premio en este ‘más acá’, en este momento en el que arde Cataluña? Nada. Esquivó la cuestión con la habilidad de un político: “En el momento en los que los creadores de esta tensión hagan crítica literaria, yo criticaré lo que hacen ellos”. Chimpún. “Miren. Hace unos años, Alicia Alonso, una de las grandes musas de ballet, fue preguntada sobre qué opinaba de la situación política de Cuba. Y ella dijo ‘en el momento en el que el comandante hable de zapatillas de punta, yo hablaré de política”. Los asistentes a la rueda de prensa aplaudían como alienados ante cada frase. Con más fervor en las insustanciales. Sierra llevaba como 15 años en las quinielas del ganador de Planeta. Ahora la fuerza cósmica ha puesto el foco en él, bienvenida sea. Pero la verdad es que al salir del recinto, el mundo seguía girando. Y nadie se quitaba el 155 de la boca. A Sierra se le olvidó, pero la unidad de España es ahora el verdadero Santo Grial.