Antes de ser el fotógrafo más cercano a Francisco Franco fue el creador del reporterismo gráfico (oficial) en España. Estuvo con Alfonso XIII en su populista viaje a Las Hurdes, retrató al general Sanjurjo preso en la cárcel del Dueso y estaba ahí el día en que Primo de Rivera fundó La Falange. Trabajó para revistas como Mundo Gráfico, La Esfera o Nuevo Mundo. Pero no fue el primer Campúa: su padre, José Luis Demaría López, el primero, despuntó como reportero en la guerra del Rif, en 1909, con unas fotos que lograron triplicar la tirada de Nuevo Mundo. Se convirtió en el fotógrafo de la Casa Real y fue asesinado por milicianos del Frente Popular. El saqueo de su vivienda esquilmó gran parte de sus archivos.
Hoy nos referimos a su hijo (1900-1975), que obtuvo la primera fotografía de la bandera española ondeando en el monte Gurugú (Marruecos), en 1921, y la del bautizo del infante Juan Carlos, en 1938. También estuvo con él, ya de adulto, en una de las aficiones en las que despuntaría: la caza. Pero era mucho más que un fotoperiodista: proyectaba en el cine Actualidades de la Gran Vía de Madrid -que él mismo había fundado- todo lo que grababa durante la mañana. Desde partidos de fútbol, corridas de toros o eventos políticos.
Con la Segunda República “se siente impulsado a volver a la fotografía”, dice Cristina Ruiz Fernández, autora de la introducción a la edición del PhotoBolsillo (La Fábrica) que pretende “redescubrir a un fotógrafo poliédrico”.
Retrata a Manuel Azaña, acompaña en las giras a Niceto Alcalá Zamora, se mueve por toda España. El libro arranca con un retrato de Alfonso XIII en su despacho, cuatro años después de respaldar el golpe de Estado de Primo de Rivera y cuatro antes del final de su reinado, con una mesa forrada de documentos y él con una pluma en la mano, como si hubiera sido sorprendido en sus tareas, que tampoco quedan claras. Quizás responder cartas. El rey depuesto se lleva la mano a la boca, en un gesto más cómico que soberano. Quizá esté satisfecho por el final de la guerra de Marruecos y el control definitivo del Rif.
La siguiente imagen del libro es una de las grandes fotos oficialistas de Campúa. El fotógrafo espera la llegada del rey, que cabalga junto con Gregorio Marañón y otras personalidades durante su viaje a caballo a Las Hurdes, en junio de 1922. Allí visita a las familias y sus casas. Las imágenes de pobreza contrastan con la elegancia del rey. Ante los trajes, la plancha y la percha del monarca, los pies desnudos de una mujer que lleva de la mano a una niña.
El fotoperiodismo fue uno de los campos que más se desarrolló gracias al ambiente cultural de la República. El reporterismo gráfico vivió un auge inédito, gracias a la segunda generación de fotógrafo, entre los que sobresalieron Alfonso Sánchez Portela, Luis Marín, Agustí Centelles, Díaz Casariego, José Suárez, Torrents, los hermanos Mayo, entre otros.
Y llegó la Guerra
Pero qué pasa entre 1934, su última foto en la España republicana incluida en el libro, y 1938, donde aparece ya con soldados franquistas, descansando en el frente del Ebro. ¿Cómo es posible? En 1937 es evacuado a Valencia para embarcarse en el vapor argentino Tucumán con destino a Marsella. Entra en San Sebastián y a partir de ese momento se une al bando sublevado como reportero gráfico a su servicio y a los secretos de Estado.
Durante la Guerra Civil trabaja con las tropas sublevadas en los frentes y está presente en la toma de ciudades como Bilbao, Oviedo, Teruel, Lérida, Gerona, Barcelona y Madrid. Sigue a Franco en actos oficiales. También la población civil, los milicianos, los prisioneros, los soldados. Pero la edición sólo incluye seis fotografías de la Guerra Civil, en las que llama la atención el grupo de mujeres que saluda a Franco en la toma de Barcelona, y otro grupo de ellas que abandona la ciudad por el mismo motivo, con sus fardos a cuestas. El resto es posguerra, una curiosa visión del franquismo producto de su cercanía al dictador. De hecho, es más una dictablanda que otra cosa.
Es el principal retratista de Francisco Franco. “Con más de quince años de trabajo a sus espaldas, en 1937 comienza a convertirse en uno de los más destacados retratistas del general. Y continuó siéndolo después de la guerra, pese a la paradoja de haber sido condenado en 1942 por vínculos con la masonería. Pero limitar al apelativo de 'el fotógrafo de Franco' la definición de Campúa es caer en el reduccionismo”, explica Cristina Ruiz Fernández, tratando de evitar lo inevitable. El mismo libro cierra con una doble página espectacular: las manos del dictador en los años cincuenta.
Campúa falleció unos meses antes que su gran obra, Franco. Y “no tuvo la oportunidad que vivieron otros fotógrafos de seguir desarrollando su oficio en tiempos de democracia”. “Su figura cayó en el olvido y su archivo permaneció cerrado en la casa de la familia durante décadas. Con la democracia se fueron recuperando las figuras de otros fotógrafos destacados del siglo XX, pero no así la suya, que ha permanecido en el olvido y ha sido víctima, en cierto modo, del reduccionismo y los prejuicios”, añade la autora de este rescate.