Rapea desde los 11 años y lleva desde entonces peleando a la industria, a los críticos y al público para demostrarles que es real, esa exigencia primera de la cultura hip hop sobre la que ni siquiera existe consenso pero ya es el núcleo de todos los beefs [reyerta entre raperos]: ser real es como tener estilo, no consiste en nada en concreto pero alude a la autenticidad, al ser impermeable a los cánones sociales, al no imitar pero también al no poder ser imitable. Ésta es la historia de un niño de Sarrià que se hizo terriblemente famoso demasiado pronto, engordando filias y fobias, firmando un contrato con Universal Music -casa de raperos como Eminem y Jay Z- con sólo 18 años, siendo disco de oro y muriendo de sobredosis en bulos de las redes una y otra vez.
A Christian Jiménez Bundó,El Porta, lo conocimos en todos los institutos de España allá por 2006, cuando lanzó su primera maqueta, No es cuestión de edades, y reventó internet, que era todavía un juguete nuevo. A los pocos días ya había cosechado 5 millones de descargas. El éxito en España -ya se sabe- no sienta nada bien, y más en un género tan minoritario al que los puristas le piden exclusión, underground eterno: enseguida le acusaron de “toyaco”, neologismo que viene de ‘toy’ (juguete) y que se usa para menospreciar a aquellos raperos que cultivan la estética propia del hip-hop pero que se han vuelto comerciales.
Del sexismo al humanismo
Porta tuvo dos elementos diferenciadores del resto de raperos del momento: uno, que hablaba de amor -lo que le supuso las críticas de los más machos del género-, descuidando la protesta social. Y dos, que, paradójicamente para un músico que expresa sus sentimientos, hizo explotar la guerra del machismo con una primera canción, Las niñas de hoy en día son todas unas guarras, que tuvo vuelta sexista: Las niñas son unas guarras y los tíos unos cerdos, interpretada con la rapera May. Este tema, amén de seguir elevándole meteóricamente a la fama, también le dio quebraderos de cabeza por su mal gusto a la hora de referirse peyorativamente al género femenino, juzgando su conducta sexual: hasta el Instituto Nacional de la Mujer le remitió una carta de protesta.
Hoy presenta un poemario llamado Estados de un Exanónimo (Aguilar), con casi treinta años soplados y una visión muy diferente del mundo: ahora adopta una voz humanista y empática que atraviesa todas las fases emocionales de una persona. “Esa canción la escribí con 14 años. Y no me arrepiento de haberla escrito. Fue en clave de humor. Yo tengo madre, tengo hermana, tengo amigas y tengo pareja. Me intenté hacer el gracioso y no era consciente de que no lo estaba siendo”, explica a este periódico. “Siempre he creído en la igualdad, y no sólo entre hombres y mujeres, sino en la igualdad laboral, por ejemplo: ser músico no tiene más valor que trabajar en una carnicería”.
Yo creo que tendría el mismo éxito que entonces; no hay más que ver el reguetón, con esas letras que están haciendo y la acogida que tienen. Chicos y chicas las bailan
¿Qué pasaría si la sacase hoy, cuando el debate feminista se encuentra en un punto tan álgido? ¿Sería censurada? “Yo creo que tendría el mismo éxito que entonces; no hay más que ver el reguetón, con esas letras que están haciendo y la acogida que tienen. Chicos y chicas las bailan. Yo ya soy un adulto, tengo más cabeza y pienso diferente a aquel niño que era: sé que fui torpe y no tenía la técnica suficiente como para hacerla en clave de humor, que era mi intención. Sé que volvería a tener el mismo éxito hoy… pero ya no me representaría a mí”.
Feminismo en el rap
Le curó del estigma su propio trabajo. Ya en canciones como La Bella y La Bestia, con Norykko, donde describía con dolor una relación herida de muerte por la violencia machista, mostrándose así concienciado con la problemática: “Créeme, sé que no quieres más problemas, pero no te quedes en silencio si tu marido te pega (…) Porque no le perteneces, te mereces mucho más”, cantaba.
Es cierto que el machismo y la homofobia son problemas estructurales que afectan a todas las capas de la sociedad, y, por supuesto, a todos los géneros musicales, pero en las peleas de gallos, donde la tensión dialéctica es el juego, son más que recurrentes. ¿Cómo lo ve Porta? “Bueno, yo creo que uno tiene que decir lo mejor que le viene a la cabeza sin intención de herir. Claro que hay batalleros que tienen amigos gays, pero se usa lenguaje malsonante para chocar más al público. A mí no me gusta hacer batallas precisamente por eso, pero entiendo que así funciona: dices una cosa que no piensas porque te ha venido la rima”.
Porta cree que “lamentablemente, hay mucha gente aún con ese pensamiento tan rancio y antiguo”, pero que también estamos tomando como insultos palabras que para él no lo son: “Como ‘marica. ¡No es un insulto! No debería serlo. También creo que estamos en el siglo XXI y hoy se explota todo para causar sensacionalismo, pero no creo que a nadie se le deba machacar por algo que diga en un momento concreto, ¿sabes? Dicho esto: machismo y homofobia me parecen absurdos, todos valemos lo mismo en este mundo”.
Romper con el estereotipo del 'machito'
El joven ha roto en sí mismo el modelo rudo de masculinidad: para muestra, un botón. “Yo nunca me he considerado un rapero duro, sí un tío muy crítico, muy fiel a mí mismo. Siempre he pasado de ese estereotipo, desde mis inicios, cuando ya hacía canciones de frikismo y de amor, que estaba muy mal visto en España, eso de salirse de la crítica social en el rap”, explica. “Me considero un tío sensible, un rapero emocional, por eso hacer poesía no me supone dificultad, porque siempre me ha gustado escribir. También me interesan los videojuegos y el manga, que parece que son temáticas que no se incluyen en el rap, y yo sí las he metido. Parecía que el hip hop es un mundo libre y sin normas, pero no es así: si hasta te critican por hacer canciones de amor”.
Siento que muchas cosas que dije cuando era sólo un crío me han condicionado pasados diez años. Ahora ya no soy un niño
Después de la campaña que se creó en su contra a nivel nacional, halló una gran acogida en Latinoamérica. Aquí dejó de dar conciertos, “por ese odio irracional que se tuvo hacia mí”. “Aunque ahora ya ha pasado un tiempo, está siendo difícil volver a tocar porque los promotores no están tan interesados”, relata. Porta se ha hecho mayor: ha evolucionado en pensamiento, ha vivido pérdidas, ha escrito frustraciones y se ha despedido del niño que era. “Siento que muchas cosas que dije cuando era sólo un crío me han condicionado pasados diez años. Ahora ya no soy un niño”, subraya.
La poesía es un nuevo camino más hacia la reconstrucción, hacia la sacudida del pasado. El libro se mueve en los cuatro estados de ánimo básicos. Explora la soledad, el amor, la gratitud, el orgullo, la aversión. Y trata todos los temas desde la universalidad, que es a lo que aspira la revolución feminista: a hablar sólo como seres humanos, sin sufrir discriminación por género. La vida es una y a todos nos incumbe por igual. A Porta le salen los sonetos solos, como pájaros de las manos. Es lógico: lleva la rima dentro, y eso sí que no muta.