Tesa Arranz es un ser demasiado lúcido, demasiado extravagante y hermoso para un planeta como éste, que siempre gira en la misma dirección y se parte en veranos e inviernos, en hemisferios absurdos. A ella, astro inclasificable, le soplan los vientos por todas partes: es una hembra hecha rompeolas de sensibilidades artísticas, de historias de asfalto, de amor y asco, de años locos de dolor y rabia en los que no había manera de sentar la cabeza. Cuando lo hizo, ya no la esperaban los hombros. La llaman “musa de La Movida”, pero es un bautizo injusto: Arranz no es un sujeto pasivo que activa los éxitos de otros, sino una auténtica creadora, una verborrea imparable de sabiduría estupefaciente y emocional. Chirría en un mundo como el nuestro, en un país como el nuestro, pero Tesa Arranz es, sobre todo, una mujer libre.
Se hizo famosa a los 18 años al formar parte del grupo Zombies, liderado por Bernardo Bonnezzi. Ella apenas cantaba y bailaba a su manera, pero se quedó en el imaginario de los ochenta con fuerza de símbolo. Ha dicho que se acostó con Paul Simonon, bajista de los Clash, ha dicho que Las Costus eran mentira -porque pintaban sobre diapositivas puestas en al pared- y que Alaska no ligaba nada. Ahora presenta Serena a los once (Editorial Barret), su primer libro publicado, pero lleva escribiendo desde los ocho años y guarda cajas de vomitonas en prosa. 50 años arañando el papel para entender la vida. “Tengo dos guiones de teatro, novelas, cinco tomos de cartas a Emilio… que es el novio que se me murió de un infarto”, explica.
La historia de Serena -que se enamora de su tío después de la muerte de sus padres- está inspirada en Tíbor, un amor que tenía la edad de su hijo, 24 añitos, cuando la conoció a ella. “Yo me hago pasar por Serena, porque cuando estaba con él era una niña, así me sentía. Fue una historia rocambolesca. Serena habla por mí”. Ella dice que “le daría el poder a los niños”: “Me da tanta pena que vivan en este mundo horroroso… no son felices, no son libres, ¿por qué tienen que ir al colegio si no quieren? ¿Porque lo diga quién, cuándo? Están hasta el coño de aguantar despropósitos ajenos. Yo sueño con una revolución infantil; porque a mí me obligaron a estudiar Derecho y yo quería ser periodista, corresponsal de guerra. Nos han frustrado todo”.
Rock'n'roll y abortos en Londres
“Yo en La Movida era una más, lo que pasa es que era mona. Ni siquiera tenía una personalidad arrolladora… esas son leyendas que se van inventando, pero yo era tímida perdida, con 20.000 crisis de identidad”, cuenta a este periódico. “Estuve cuatro años en segundo de carrera, pero ya en el 81 empecé a acelerarme con tanto tripi y salió la guerrera que llevo dentro”. Dice que su familia era franquista, “pero franquista perdida”, que siempre “venga cuadros por aquí y por allá, con Franco en la boca”. Ella recuerda a los grises “muy grises”, y a sí misma atrapada en una faldita de cuadros. “Iban a verle siempre los 20 de noviembre… ¡muérete!, madre mía, franquistas totales. Lo veían como a un dios”.
Mira, yo tenía un amigo que se dedicaba a acostarse con mis amigas, porque ellas tenían una vergüenza por eso… ¡y era mi novio!
Tesa a los 13 ya se había escapado de casa y a los 15 se había emborrachado. Conoció la libertad a trompicones, casi a la fuerza, con su madre llorando, con las primeras drogas en vena, con el sexo abierto en flor. “En La Movida, a las niñas nos daba vergüenza ser vírgenes”, ríe al teléfono. “Mira, yo tenía un amigo que se dedicaba a acostarse con mis amigas, porque ellas tenían una vergüenza por eso… ¡y era mi novio!, y yo que soy súper celosa pues le dejaba, porque para él era como un trabajo”. Lo evoca como a una vieja consigna: “Sexo, drogas, rock’n’roll… y muchos abortos en Londres, de eso iba la historia”.
Heroína... y SIDA
¿Cómo empezó a coquetear con la droga? “Pues porque tenía un dolor de corazón tremendo que no sabía cómo encajar. Estaba enamorada de Miguel Ordóñez, y, de repente, me desenamoré, pero le quería con locura… y no sabía como decírselo, no tenía huevos y estaba hecha polvo”, relata. “Soy fuerte para todo menos para los dolores de corazón. Así que un amigo me invitó a una raya y me sentí bien, cogí más seguridad. Me enganchaba a temporadas. La heroína no es tan mala como la pintan, a mí me ayudó un montón, lo que pasa es que mucha gente ni la conoce. He tenido mis monos… pero me ayudó bastante”, recuerda.
“Tuve la suerte de que cuando me quedaba tranquila, no quería más. Mi amiga Edurne decía todo el rato ‘ay, esto no sube’, y estaba ya tirada en el suelo, pero a mí me subía y no necesitaba más. Fui yonki siete años. Al final fui al Patriarca a desengancharme y salí de ahí”. Es consciente de lo polémico de sus declaraciones. De que muchos de sus amigos se dejaron la vida ahí, en el polvito blanco. Piensa en Antonio Vega. “Lo amaba tanto. Pero le entendí, porque te descorazonas de la vida y de todo, y se te muere alguien… para desengancharte hay que tener ilusiones. Yo he sido politoxicómana y el peor mono es el del alcohol, ¡peor que el de la heroína!, ya te digo: un día en un mono de alcohol casi me muero”.
En esa época se morían todos, así que yo me fui a la Asociación Valenciana contra el SIDA y formamos una piña maravillosa. Para nosotros cada día era un día más de vida, ¿sabes?
Arranz es seropositivo. No sabe si contarlo, pero al final se lanza. “En esa época se morían todos, así que yo me fui a la Asociación Valenciana contra el SIDA y formamos una piña maravillosa. Para nosotros cada día era un día más de vida, ¿sabes? Disfrutábamos a tope. Ahora te lo cuento porque estoy harta, porque durante mucho tiempo me dio miedo contarlo. Ya no podía tener amigos, me aislé, me quedé con cuatro amigos maravillosos… no era agradable”, relata, con dolor. “Lo peor es que tenía un niño y me daba pánico que fuesen contra él, porque conocí a una mujer que sus padres eran seropositivos y no la dejaban ni ir en el autobús escolar. Así que… lo digo, y ya está, y quien quiera alejarse de mí, que se aleje, así no pierdo el tiempo con nadie”.
Aliens y amor
La escritora está obsesionada con los extraterrestres. “Bueno, yo los llamo extraterrestres porque no están en esta tierra, no porque sean verdes, ni azules, ni amarillos. Están en alguna parte de mí, me hacen compañía. ¿Sabes? Me encanta la gente, pero soy difícil. Al cabo de un rato me hartan, y necesito amigos imaginarios plasmados… los plasmo en miles de cuadros”. La mejor etapa de su vida, dice, fue “la mística”.
“No tenía ganas de vivir, estaba desintoxicándome… pero me quedé en casa y me encontré un libro que se llamaba El misterio de nuestra intimidad con Dios. Mira, no sé qué pasó, pero el corazón empezó a arderme de amor. Lo que había buscado en drogas y en hombres, lo encontré ahí. Fue una conversión, estuve dos años en el cielo. Amé a Santa Teresita de Jesús”, sonríe. “Pero un día desapareció. Lo llaman ‘la noche oscura’. Simplemente, dejas de sentirlo. Ay, los caramelos de Dios. Me quedé destrozada, ¡imagínate que te abandona el amor de tu vida! Estaba traumatizada”.
Ahora va a sacar el torbellino literario que ha escondido durante una vida de correrías. En una ocasión dijo que le gustaría morirse, porque “eso todavía no lo he probado”. “Me gustaría morirme por pura novedad”. Es mentira. Tiene un cordón umbilical que la ata a la vida: ese amor por todo que se agota tan rápido… y después se reinventa.