La historia LGTBI en España, dice el doctor en Estudios Hispánicos Brice Chamouleau, es la historia de una derrota. El experto sabe que esa sentencia puede resultar sorprendente a los lectores españolitos, con tantas banderas de arcoíris como hemos colgado en los balcones, con tantas parejas paseando de la mano por las calles y besándose en los semáforos, con tamaño fiestón en el World Pride Madrid 2017. Chemouleau no lo cree así sólo porque en esa misma capital del Orgullo Gay internacional se registrasen, el año pasado, 316 agresiones homófobas, ni porque este 2017, a finales de verano, ya se hubiesen contabilizado 197. Su perspectiva es más amplia y responde a un problema antiguo, sin resolver, gestado en el 78. ¿Qué ha perdido por el camino la lucha LGTB?
Lo que sostiene en Tiran al maricón. Los fantasmas queer de la democracia (Akal) es que él desconfía de los avances jurídicos y democráticos en materia de diversidad sexual que se han conseguido en Occidente. En España, según señala, este fracaso se debe sobre todo a la herencia franquista o, más bien, a lo que no se consiguió como sociedad tras la muerte del dictador. Chamouleau sospecha que “las conquistas LGTBI” se han convertido en patrimonio de la clase media. “El Estado ha reconocido, mediante la ley, como dignos y virtuosos a los sujetos LGTBI siempre y cuando se adecuen al criterio mesocrático (es decir, la forma de Gobierno en la que la burguesía ostenta el poder)”. El Estado, en definitiva, abraza a esos sujetos LGTBI a cambio de que se conformen y no pataleen en otros aspectos políticos.
Contra el 'gaycapitalismo'
La tesis de Chamouleau propone romper el triángulo “constitucionalismo 1978” - “clases medias consumidoras” y “reconocimiento LGTBI”, o, la menos, desnaturalizarlo. Quiere poner en el foco en los excluidos de la modernidad postfranquista. Algo similar, pero más docto, de lo que hizo el activista Shangay Lily en su libro póstumo, Adiós, Chueca (Editorial Foca): ahí, el televisivo Shangay Lily reprocha a la comunidad gay haber pasado de ser un colectivo admirable y luchador a una comunidad sometida por el liberalismo, empapada de “oligayrcas” y rentabilizadora de una marca “alegre y divertida”.
Reprocha a la comunidad gay haber pasado de ser un colectivo admirable y luchador a una comunidad sometida por el liberalismo, empapada de “oligayrcas” y rentabilizadora de una marca “alegre y divertida”
La señala como un putrefacto gran negocio que se ha olvidado de la conciencia de clases y se ha vendido a la laca y la purpurina. La denomina “gaycapitalismo” y les acusaba de haber pasado de la manifestación a la verbena; de dejarse comprar por dinero; de no saber ni siquiera qué se celebra cada 28 de junio. Por eso nadie lloró su muerte en las federaciones LGTB patrias. No le podían ni ver. Él mismo cambió sus formas: pasó de ser la primera drag queen de España a un activista de calle. Del transformismo a la reivindicación política. Ya no quería entretener. Se negó a ser opio del pueblo y se reinventó como raspa en el ojo.
“La justicia social seguirá siendo más que necesaria en las décadas que vienen”, guiña Chamouleau. Cita una marcha por la liberación homosexual que se celebró en Barcelona en el año 1978 -a pesar de la prohibición gubernamental-, en la que los más jóvenes lucharon en las calles contra el consenso constitucional, porque decían que éste permitía, “bajo la vestimenta de la tolerancia, mantener una represión policial y moral contra quienes se implicaron en lo que ser ‘gay’ suponía entonces, es decir, toda una ruptura moral y sociológica con ese mundo heredado de Franco”. Necesitaban un cambio más radical que nunca llegó.
Los excluidos por la Constitución
Mientras los “padres” del movimiento gay dialogaban con el Estado para definir el lugar que les correspondería a los homosexuales en la sociedad -y en la Constitución-, otros gays, los disidentes del “consenso”, quedaron excluidos. Fueron esos marginales a los que se les castigó en los ochenta con una vida en cloacas urbanas, VIH y politoxicomanía. Se les apartó como a agua sucia, nunca se les escuchó.
Los mejor posicionados económicamente darían vueltas por esa Europa supuestamente más liberada para escapar de la asfixia ibérica. Cita a Eduardo Haro Ibars: “Ellos fueron las brujas de la democracia”, aquellos a los que se acalló y excluyó para recomponer una comunidad digna como Estado.
Mientras los “padres” del movimiento gay dialogaban con el Estado para definir el lugar que les correspondería a los homosexuales en la sociedad -y en la Constitución-, otros gays, los disidentes del “consenso”, quedaron excluidos
El autor hace un recorrido desde 1970 hasta 1988 por la relación de la homosexualidad con el Estado: habla de “los bujarrones de Franco”, de la Ley de Vagos y Maleantes que identifica “homosexual” con “zángano social”, de la prostitución queer, del trato que recibieron esos jóvenes confusos por parte de jueces, policías y médicos. Habla de la rebelión de los oprimidos, de la inclusión en la ciencia médica española de términos como “intersexualidad”, de aquella relación infame que se hacía entre el transexualismo y la psicosis (según la teoría de Lacan). Habla de aquellas viñetas de La pluma, en febrero de 1979, en las que un joven queer le decía a un anciano “Antes me avergonzaba de mi forma de vida”. “¿Has cambiado?”, le preguntaba el señor. “¡No! Ahora no me avergüenzo”.
A Brice Chamouleau le molesta la beatificación de la clase media, tanto de la heteronormativa como de la LGTBI. Esta concepción social queda subrayada con datos como los de l’Observatori Contra l’Homofóbia, en Cataluña, que señalan que “el perfil del agresor es el de un hombre joven, de 18 a 30 años, y de clase obrera”.
Entonces recuerda el autor que esta idea es herencia mesocrática y viene de aquel boom de la clase media que explotó con Tierno Galván. Pero “las clases medias […] son portadoras, al menos en parte, de los valores del Estado postfranquista. Y ese Estado no se granjeó la identificación de la subjetividades homosexuales de los setenta, ni mucho menos”. Las soluciones que propone son siempre rupturistas. No es un ensayo para el pasado, sino uno pensado para avivar estas ruinas emergentes y encender otros futuros.