En El humor de Borges (Renacimiento), Roberto Alifano contaba que cuando el escritor caminaba por Buenos Aires y le gritaban “¡Borges, sos más grande que Maradona!”, él murmuraba: "Eso estaría bien si lo gritaran en Estocolmo; tal vez podría influir en que los académicos suecos me otorguen el Premio Nobel". Siempre recaló Borges en un patetismo autoinfligido que no era más que coña: para escapar del cascarón de la timidez, y para controlar la seguridad social que después le brindó la fama, se reía continuamente del mundo y de sí mismo.
Si una señora le besaba las manos y le decía "¡Ay, señor Borges, usted es inmortal!", él sonreía: "Pero por favor, señora, no hay por qué ser tan pesimista". Si le hablaban de la genialidad de su obra, se tildaba de "gran plagiador". Se lo pasaba en grande cuando le confundían con Ernesto Sábato. Pero no es menos cierto que hubo una espinita que jamás se quitó y que le apretaba más fuerte en los últimos años de su vida: el dichoso Nobel. Él seguía azuzando: “Es una antigua tradición escandinava: me nominan para el premio y se lo dan a otro. Ya todo eso es una especie de rito”, aseguraba en una entrevista de 1979.
La Academia Sueca, para no dejar de cubrirse de su pátina de misterio, tarda medio siglo en hacer públicos sus archivos. Eso es lo que ha pasado ahora, que ha visto la luz el informe del Nobel de 1967
La Academia Sueca, para no dejar de cubrirse de su pátina de misterio, tarda medio siglo en hacer públicos sus archivos. Eso es lo que ha pasado ahora, que ha visto la luz el informe del Nobel de 1967. Se ha desclasificado. Y con esta revelación, el curioso o el nostálgico medio puede satisfacer sus dudas: ¿qué pasó con Borges?, ¿por qué no convenció a los académicos? Ese año, los suecos entregaron el Nobel de Literatura al escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias, pero se tomó seriamente en consideración a otros como Jorge Luis Borges y Graham Greene. Rozaron el galardón con la yema de los dedos.
También se barajaron otros nombres: Rómulo Gallegos, Ezra Pound, Alejo Carpentier, Yukio Mishima, Jorge Amado o André Malraux. Ahí el dramaturgo Samuel Beckett y el poeta Pablo Neruda, que acabaron recibiendo el premio en 1969 y 1971, respectivamente. Resulta que el presidente del comité, Anders Osterling, apoyaba a Graham Greene y presentaba dudas acerca de Asturias, de quien decía que estaba “limitado a la temática revolucionaria”.
El rechazo (y la cuestión política)
Quizá más duros fueron con Borges. Osterling le rechazó porque le resultaba “demasiado exclusivo o artificial en su ingenioso arte en miniatura”. Demasiado elevado, demasiado culto, rondando lo indescifrable. El año anterior, el académico había considerado que “la tendencia nihilista y pesimista sin fondo de la obra de Samuel Beckett”: casi nada. En el 69 se demostraría que no era así.
Hay quien asegura que el motivo de la ‘cobra’ que le hizo tantas veces la Academia tuvo que ver con la cuestión política. Así lo manifestó el académico sueco Arthur Lundkvist y, ya en 2016, la mismísima esposa del escritor. Ambos se remitieron a la visita de Borges a Chile en el 76, cuando recibió de manos de Pinochet el doctorado honoris causa de la Universidad de Chile y se convirtió en persona non grata: “En esta época de anarquía sé que hay aquí, entre la cordillera y el mar, una patria fuerte. Lugones predicó la patria fuerte cuando habló de la hora de la espada. Yo declaro preferir la espada, la clara espada, a la furtiva dinamita”, sonrió en su discurso. Más tarde, después de reunirse con Pinochet, aseguraría que el dictador era una “excelente persona” y destacaría su “cordialidad y bondad”.
Hay quien asegura que el motivo de la ‘cobra’ que le hizo tantas veces la Academia tuvo que ver con la cuestión política. Así lo manifestó el académico sueco Arthur Lundkvist y, ya en 2016, la mismísima esposa del escritor
Su esposa, al respecto, comentó que la gente es "perversa" y que su marido nunca fue invitado a Chile por Pinochet, sino por la Universidad, amén de que es "lógico" que en la entrega de un reconocimiento honoris causa esté presente el gobernador. Irreparable ya, en cualquier caso. Ante la cerrazón sólo queda el humor. Como imagen poética, esta anécdota que cuenta Alifano en El humor de Borges y que sintetiza bien su relación con la política.
En una ocasión fue a almorzar el escritor con un político que pretendía que Borges fuese icono de su partido. "Estamos viviendo una época muy difícil, pero si ganamos las elecciones sacaremos al país del pozo en el que se encuentra", espetó, muy solemne, el político. "Yo tengo fe, señor Borges. Se puede tocar fondo, y a veces es necesario tocar fondo, para después salir a la superficie". El autor levantó la cabeza y sonrió: "Bueno, yo no soy tan optimista, doctor. Como el espacio es infinito, es probable que sigamos cayendo indefinidamente". Y no cedió a su petición.