Es una mujer XL. Tamaño King Kong, pura fuerza punk. Indomable y resistente. Soberana. Porque ha tenido que defenderse de lo que debería haber sido y no estaba dispuesta a ser. Porque ha sido señalada como un ser extraño a la naturaleza femenina dictada por el deseo masculino. Porque se ha negado a ser el ángel del hogar, la dulce, sexy, de boquita cerrada y buena víctima. Porque en vez de seguir el ejemplo de Marilyn Monroe ha preferido el de Cortney Love y su tendencia a adorar el conflicto. Porque no ha renegado a su naturaleza brutal, agresiva y potente, ni de su clase social. Porque no está dispuesta a gustar a los hombres si ello le obliga a garantizar su docilidad y a borrar su dominio. Porque “la feminidad es una puta hipocresía”, el arte de ser servil.
Virginie Despentes nació hace casi cincuenta años en Nancy, pero no es una muñeca. Nada más lejos de ella. Ella escribe desde la fealdad, y para las feas, las viejas, las camioneras, las frígidas, las mal folladas, las infollables, las histéricas, las taradas, todas las excluidas del gran mercado de la buena chica. Así arranca su manifiesto salvaje, Teoría King Kong, que ahora recupera Literatura Random House, en un momento apropiado para un panfleto que se adelantó diez años a su tiempo.
“Escribo desde aquí, desde las invendibles, las torcidas, las que llevan la cabeza rapada, las que no saben vestirse, las que tienen miedo de oler mal, las que tienen los dientes podridos, las que no saben cómo montárselo, esas a las que los hombres no les hacen regalos, esas que follarían con cualquiera que quisiera hacérselo con ellas, las más zorras, las putitas, las mujeres que siempre tienen el coño seco, las que tienen tripa...” A Despentes no le interesa ponérsela dura a hombres que no le hacen soñar.
La falsa mujer
Porque el ideal de Nancy blanca, seductora pero no puta, bien casada pero no a la sombra, que trabaja pero sin demasiado éxito para no aplastar a su hombre, delgada pero no obsesionada con la alimentación, madre realizada pero no desbordada por los pañales, cultivada pero menos que un hombre, esa mujer a la que las mujeres deberían hacer el esfuerzo de parecerse, esa tan feliz, esa no existe. Y para ella no escribe Despentes.
De hecho, escribe contra ella, para tumbar el ideal que el hombre trata de inocular en las aspiraciones femeninas. Escribe para resistirse al falso canon del éxito. Escribe para atentar contra la rubia, para dinamitar la tranquilidad del hombre que quiere tranquilidad para seguir siendo hombre sin amenaza, para bombardear todas las pruebas de sumisión a las normas estéticas. Escribe para que nazca en las mujeres un King Kong que rompa las cadenas corporales que tratan de feminizar un cuerpo.
Una King Kong Girl es aquella que no se deja domesticar, que es capaz de romper las cadenas más sólidas para aterrorizar a las masas y recuperar las plenas garantías de su soberanía e independencia, sin pedir permiso a nadie que no sea ella misma. Sin pedir permiso, por supuesto, a un hombre. Una King Kong Girl es aquella que está dispuesta a recuperar su potencia para dinamitar los códigos establecidos, especialmente los de género.
Despentes lo hizo a través del punk-rock. El psiquiatra le preguntó a los 15 años por qué se empeñaba en afearse “hasta ese punto”, cuando ella insistía en alejarse de los criterios de belleza normalizada. “Ser punkarra implica forzosamente reinventar la feminidad porque se trata de estar en la calle, mendigar, vomitar cerveza, esnifar cola hasta caerse al suelo, que te atrape la policía...” Ser punkarra es una actitud, porque ser puk es no hacer lo que te dicen que hagas. O sea, SÉ GUAPA: así, como en un letrero de anuncio, en luces de neón. Aunque a nadie parece preocuparle si Houllebecq es guapo tú tienes que serlo.
Mejor, calladita
Sé guapa y estate calladita. No molestes. No incordies. No perturbes. No agites. No importunes. No acoses. Lo único que les interesa es que seas una chica, una chica: “Tengo un coño pegado en la cara”, escribe para denunciar que eso es lo que quieren, que seas un coño pegado a la cara sin quejarte. Porque quejarse está mal visto. Porque como víctima nunca serás suficientemente silenciosa. “Hay que ser una víctima digna. Es decir, que se sepa callar”. La palabra les ha sido confiscada a las mujeres y Despentes quiere furia y revolución para recuperarla.
Palabra para acallar a los hombres que se lamentan de que la emancipación femenina les desviriliza. Echan de menos, cipotudos, esa fuerza enraizada en la opresión femenina. Pero ignoraron que esta ventaja política tenía un coste: si el cuerpo de las mujeres pasaba a pertenecer a los hombres, el cuerpo de los hombres pasaba a pertenecer a la producción. “Los únicos que salen ganando en este negocio son los dirigentes”.
La autora se pregunta qué es lo que exige ser un hombre, un hombre de verdad? “Reprimir sus emociones. Acallar su sensibilidad. Avergonzarse de su delicadeza, de su vulnerabilidad”. Más mujeres King Kong, más hombres rubias.