Dice Donald Trump que, a lo largo de su vida, sus dos grandes activos han sido “la estabilidad mental” y el ser “realmente inteligente”: “Pasé de ser un empresario muy exitoso a una gran estrella de televisión, y, de ahí, a presidente de los EEUU al primer intento. Creo que esto se calificaría no como muy inteligente, sino como genio… y un genio muy estable”. Es cierto que su excéntrica personalidad y su delirantes propuestas han enganchado a los ciudadanos del mundo entero a su figura y su mandato -experimentando algo entre el pánico y el morbo-, pero más como espectadores de un esquizofrénico reality show con tintes de Black Mirror que como civiles atentos al líder político de los Estados Unidos.
Es curioso: la victoria de Trump es un éxito del antimárketing que los demás y él han hecho de sí mismo, pero hay una pieza que se le ha escapado a ese hombre que nunca lee, a ese presidente incapaz de consumir dos líneas de su propio programa político: un libro. Hay un libro que ha puesto en peligro su carrera presidencial. Hay un libro cuya publicación ha intentado parar, desatando unas ventas de más de un millón de ejemplares en tres días. Es Fuego y Furia (Península), del periodista Michael Wolff, que ya rula en una treintena de países de todo el mundo y ahora ha llegado a España.
Wolff lo escribió, durante 18 meses, a partir de las conversaciones que tuvo con la mayoría de los altos funcionarios del presidente. Son más de 200 entrevistas
Wolff lo escribió, durante 18 meses, a partir de las conversaciones que tuvo con la mayoría de los altos funcionarios del presidente. Son más de 200 entrevistas, que pudieron realizarse gracias al caos reinante en la Casa Blanca y los conflictos abiertos entre los diferentes feudos de Trump. “No había nadie para decirme ‘márchate’. De modo que me convertí más en un intruso constante que un invitado, algo cercano a una auténtica mosca en la pared, sin haber aceptado ninguna regla ni hecho ninguna promesa sobre lo que podía o no podía escribir”. Es el libro -casi- escrito por todas esas personas que andan asumiendo lo que significa trabajar para Donald Trump. Aquí algunos de los detalles más vergonzosos del presidente.
1. Un presidente (que sólo quería ser “estrella”)
Ninguno de los implicados en la campaña de Donald Trump pensaban en sí mismos como un equipo “realista”. “La opinión común que no verbalizaban era que no sólo Donald Trump no sería presidente, sino que probablemente no debía serlo”. El sueño de Donald no era gobernar como tal, sino ser “el hombre más famoso del mundo”, como le dijo a su ayudante intermitente Sam Nunberg. “Pero, ¿quieres ser presidente?”, reprendió él, en vez de preguntarle “¿por qué quieres ser presidente?” (que es lo habitual en el test existencial de los candidatos). Nunberg no obtuvo respuesta.
Tampoco invirtió lo que más adora en su propia campaña: su dinero. “El candidato que se presentaba como diez veces multimillonario rehusaba invertir su dinero en esto (…) Al final, lo máximo que haría Trump sería un préstamo a la campaña de diez millones de dólares, con la condición de que lo recuperaría en cuanto pudieran recaudar dinero por otro lado”. Agarrado, Trump, hasta consigo mismo.
Ni siquiera su hija Ivanka confiaba en las posibilidades de su padre. Sólo Melania lo hacía. “Con un nada disimulado desagrado hacia su madrastra, Ivanka diría a sus amigos: ‘Todo lo que tenéis que saber sobre Melania es que cree que, si él se presenta, sin duda ganará”.
2. Sin respeto por sus “amigos”
“A Trump le gustaba decir que una de las cosas que hacían la vida digna de ser vivida era meterse en la cama con las mujeres de sus amigos. Al perseguir a la mujer de un amigo, intentaría convencerla de que su marido quizá no era lo que ella pensaba”, relata Wolff. Llamaba a su secretaria y le pedía que llamase a su amigo y le dijese que fuese a su despacho. Una vez ahí, Trump se lanzaría a lo que para él eran preguntas frecuentes: “¿Todavía te acuestas con tu mujer? ¿Con qué frecuencia? ¿No te has acostado con nadie mejor que con ella? Háblame de ello. A las tres en punto vienen unas chicas de Los Ángeles. Podemos ir arriba y pasar un buen rato. Te prometo...”. Y todo el rato tendría a la mujer de su amigo escuchando a través del manos libres.
3. Un misógino que se lava las manos
Ni siquiera el asunto de Billy Bush -el momento más bajo de su campaña- pudo con Trump: “Me veo atraído automáticamente por la belleza; simplemente, empiezo a besarlas”, dijo Trump al presentador de la NBC, a micrófono abierto, en medio del debate nacional sobre el acoso sexual. “Es como un imán. Las beso, ni siquiera espero. Y, cuando eres una estrella, te dejan hacerlo. Puedes hacer lo que tú quieras… agarrarlas por el coño. Puedes hacer lo que quieras”. Dicen los que tienen más cerca que enfrentarse a este episodio le dio alas a Trump: “De repente, se convirtió en un hombre que creía que merecía ser el presidente de EEUU y que, además, estaba totalmente capacitado para serlo”.
La explicación de Trump es que no era él. “No, no era yo. Gente que sabe de esto me ha dicho que es muy fácil alterar estas cosas y poner voces de gente completamente distinta”.
4. El rey del tráfico de influencias
“Desafiando a la ley y al tono, y a las miradas incrédulas de todos, el presidente parecía tener la intención de rodearse de su familia en la Casa Blanca”, cuenta el periodista. Los Trump (todos ellos excepto Melania, que de manera desconcertante se había quedado en Nueva York) se habían mudado allí, “todos dispuestos a asumir responsabilidades similares a las de su estatus en la organización de Trump”. Pero finalmente fue Ann Coulter, diva de la derecha y partidaria de Trump, la que se llevó aparte al presidente electo y le espetó: “Al parecer nadie te lo ha dicho. Pero no puedes. Simplemente, no puedes contratar a tus hijos”. Después de muchas presiones, al menos aceptó no nombrar jefe de gabinete a su yerno (o no oficialmente, como mínimo).
5. Mentiroso compulsivo
Trump no llama a las mentiras “mentiras”, sino “imprecisiones”. Tan lejos llevó su afición por las “falsas verdades” que acabó acusando, muy agresivamente, al Gobierno de Obama de los delitos de recopilación fortuita y desenmascaramiento. “Fue un momento crucial. Hasta entonces, el círculo íntimo de Trump había estado casi siempre dispuesto a defenderlo. Pero después de los tuits sobre los teléfonos pinchados, en los que acusó de haberlo hecho a Obama siendo aún presidente sin tener ningún tipo de prueba, todos se sumieron en un estado de vergüenza e inquietud, o de incredulidad constante”. Sean Spicer [que fue Secretario de Prensa de la Casa Blanca hasta que presentó su renuncia en julio de 2017] no dejaba de repetirle: “Esta mierda no te la puedes inventar”.
6. Inseguro y necesitado de amor
Una de las cosas que más sorprende del libro Fuego y furia es el carácter permeable, inseguro y necesitado de cariño de Trump, que se ve matizado por su aparente orgullo y flagrantes venganzas. Su culto a la personalidad le ha jugado malas pasadas: él quiere ser un producto de todos los medios, digno de admiración, de camino a lo más alto. Todo el mundo debe quererlo. Esa es también la versión de su hija, Ivanka: “Solamente quiere ser querido”.
Esa esquizofrenia le ha jugado malas pasadas: el periodista explica que “el problema es que los medios conservadores veían en Trump como algo suyo”, mientras que Trump quería estar en todas las portadas, en todos los saraos, con independencia de su ideología. “Era evidente que no se había dado cuenta de que todo aquello que los medios conservadores encumbraban, los liberales lo derribaban”.
En el libro cuenta que en la cena de los corresponsales de la Casa Blanca de 2011, Barack Obama había elegido a Trump como blanco de sus burlas y que esa humillación fue lo que hizo que Donald se decidiese a presentarse en 2016.
7. Odiado por los suyos
Aunque al principio de su mandato reinase el silencio, las cosas han cambiado: cada vez menos integrantes de su equipo le soportan. Tom Barrack, empresario estadounidense y amigo íntimo de Trump -que le ha representado en diversos eventos y programas de televisión- aseguró que “no sólo está loco”, sino que “es tonto”. El presidente se ha dado cuenta de ello, y, herido, ha diseñado lo que llaman “ridículas pruebas de pureza” para quedarse sólo con sus compañeros más leales. La mayoría habla así de él: “Trump, más que una persona, es una serie de características horribles. Nadie le sobrevivirá, sólo su familia”.
8. Torpe
Cada noche, después de pasar varias horas viendo televisión por cable, el buen humor de Trump se agriaba. Llamaba entonces a amigos y conocidos, con los que podía charlar treinta o cuarenta minutos, quizás más, daba rienda suelta a sus frustraciones, quejándose de los medios de comunicación y del personal. “Esas personas a menudo dejaban de lado la supuesta naturaleza confidencial de las llamadas y compartían la información con otra persona. Así, las novedades del funcionamiento interno de la Casa Blanca pasaban a ser de dominio público”.
9. Manipulable
El libro relata cómo Trump se divide entre dos personas, que son las que más y mejor le gobiernan: una, Ivanka, dos, Bannon. Ambos sueñan con presentarse ellos mismos a las elecciones y le usan como trampolín, aunque, según explica el periodista, su hija es la única que realmente le adora y le quiere como es. De ahí, de esa dualidad por la que se deja aconsejar, el caos de propuestas como los acuerdos comerciales (más bien guerras comerciales) que apoyaban la industria estadounidense, las políticas de inmigración que presuntamente protegían a los trabajadores estadounidenses y el aislamiento internacional que preservaría los recursos del país.
Todos estos puntos han sido apoyados por Bannon como “idea revolucionaria y espiritual”. Para el resto son “disparates políticos y económicos”. Trump va decidiendo aleatoriamente a partir de dos posturas enfrentadas. Por ejemplo, en el caso del Gobierno de Bachar el Asad, “que había desafiado las leyes internacionales y usado armas químicas”, Bannon estaba en contra de la respuesta militar: “Su lógica era la de un purista: mantener a EEUU fuera e los problemas insolubles, y, por descontado, no aumentar el grado de participación”. A Ivanka, que estaba a favor de la intervención, le bastó enseñarle unas fotografías de niños soltando espuma por la boca.
Bannon, el gran ideólogo de Trump, fue despedido en agosto de 2017. El periodista dice que “era él quien sembraba el terror en el Partido Republicano, no Trump”. Para Bannon, Donald es sólo el principio. Ya anda buscando otros tejemanejes: “La presidencia de Trump, durase lo que durase, había creado el hueco que proporcionaría su oportunidad a los verdaderos outsiders”, sentencia Wolff.